Florece el silencio y la aurora rasga telarañas en la noche, y mi padre ya no está en este mundo. Le despedimos con ojos orlados de profundas ojeras, entre lloros y tristezas acompañadas de recuerdos anhelantes. El viento frío, precursor de la muerte le ha llevado junto a nuestro buen Dios. Fue un hombre sencillo, culto, de palabras de oro, emprendedor, irónico, el escritor que se hizo así mismo; y nos ha dejado. Autodidacta, bueno, creyente fiel, de rostro bondadoso y despreocupado, altruista de pies a cabeza, de pensamientos serenos, jovial, y con su partida se nos esponja el alma. Adiós querido papá, la trayectoria de tu vida ha dejado huella indeleble por donde pasaste. Descansa en paz, te recordaremos siempre. Fuiste siempre buen padre. Te queremos.

Craso contratiempo, dicha fatal, perdí a mi madre a muy corta edad. En la treintena ella estaba cuando Dios la quiso llevar, al cielo por más señal donde existe plena felicidad. ¡Qué mala suerte la mía! repetía yo sin cesar que sin consuelo desde niño al Señor andaba preguntando. Dios sabio y conocedor de todas sus criaturas, no sólo me dio una nueva madre, sino que quiso dejarme un gran padre, valioso cual dos. Una sola boca poseo, de ella emergen todas las cosas, las buenas y las peores, pero jamás en ella faltan palabras de gratitud a mi Dios por el padre que me ha dejado.

¡Qué aguante, qué porte y saber estar! Frente a las dificultades jamás se ha dejado ganar, pues conocedor de Dios las ha sabido con su ayuda atajar. Desde que mi memoria alcanza recordar, siempre le he visto grande en la fe, capaz de insuflar su testimonio en toda ocasión y lugar. ¡Qué padre tengo! Gracias Señor, que siendo padre como madre me crio, a más de progenitor amigo mío es. ¡Qué gran hombre! Gracias Dios.