Intocable

Jose Antonio López Rastoll

He tenido la inmensa suerte de vivir una historia de amistad parecida a la de la película Intocable (Olivier Nakache y Eric Toledano, 2011). Salvando las distancias, claro. 

La principal diferencia con Driss (interpretado por el actor Omar Sy) es que, obviamente, yo no pertenezco a la raza negra y, por supuesto, nunca he cobrado por mi labor. Desempeño un voluntariado para la Fundación Dasyc de Alicante desde el año 2012. 

No acaban ahí los contrastes. Philippe (François Cluzet) sobrelleva lo mejor que puede una tetraplejia y ama la música clásica. José Luis Ruiz Dangla, mi usuario, era un parapléjico enamorado de Triana, el grupo de rock progresivo. Al principio, solía pasearle por el barrio de Carolinas Altas en silla de ruedas. Cruz Roja se ocupaba de bajarlo a la calle: vivía en un cuarto sin ascensor. El pésimo servicio de la institución hizo que pronto prescindiera de sus atenciones. Desde entonces, lo visitaba semanalmente y me invitaba a un café. En su salita, charlábamos sin tapujos ni pelos en la lengua. De vez en cuando, Nuria, la vecina, se unía a la tertulia. Adorábamos los temas paranormales y, como a cachondos tampoco nos gana nadie, habríamos celebrado una sesión de ouija solo para preguntar el número del Gordo de Navidad. También compartíamos la falta de fe. Nos habría gustado darle la murga a algún cristiano con las ventajas del ateísmo del mismo modo que ellos procuran nuestra conversión a toda costa. 

La pandemia del coronavirus impidió que le viese, pero no pudo romper el lazo afectivo que nos unía. Las llamadas telefónicas no cesaron. Su voz me tranquilizaba en medio de las desalentadoras cifras de muertos y durante el encierro domiciliario del estado de alarma. 

Silencioso como un gato, José Luis subió a uno de sus queridos trenes para emprender el último viaje. Me lo imagino conduciendo un talgo sin dejar nunca de sonreír, pues tal era el talante con el que mi amigo encaraba siempre la vida.