Doce de octubre

Luis Andrés Muñiz García

La apropiación de los símbolos -patria, himno y bandera- es propia de los sectores más reaccionarios de cualquier país. Son suyos y de nadie más, patrimonio de unos pocos frente o contra otros. También es frecuente, en esa lógica exclusivista, la apropiación de las instituciones por derecho natural, cuando no por derecho divino. Igualmente, en su lógica enfermiza, consideran que las Fuerzas Armadas y Fuerzas de Seguridad son suyos y deben estar a su servicio, como garantes de su exclusivo patrimonio. El gobierno de las cosas, los territorios y las personas solo puede estar en sus manos porque, lo contrario, supone una anomalía intolerable que, por naturaleza, debe ser temporal y, a ser posible, corta. Incluso se guardan para sí lo que es, a la vez, un símbolo y una institución común: en nuestro caso, la Corona. La figura del Rey les resulta admisible únicamente en la medida en la que se pliegue a sus exigencias o a sus intereses o conveniencias, por activa o por pasiva. Hasta ahí llega, nada más, la lealtad y el respeto. Como muestra un botón: "No es mi Rey", claman estos extravagantes -¿republicanos, "sucesionistas",...?- que se permiten, incluso, poner y difundir motes insultantes al monarca por el mero ejercicio normal de las reales funciones constitucionales de proponer un candidato a la presidencia del Gobierno. Como no puede ser de otra manera, la Fiesta de la Hispanidad, el Día de las Fuerzas Armadas, la Fiesta Nacional de España, también se la apropian y utilizan como terreno abonado para su hipocresía. Sus silbidos, gritos y abucheos a los símbolos, instituciones y sus representantes, son un insulto intolerable a toda la ciudadanía, algo impensable e inadmisible, sin ir más lejos, en los países democráticos de nuestro entorno.