icen los expertos que con toda la gente que a lo largo de los años ha salido tarifando del PCE y de Esquerra Unida se podría montar un partido de auténtico lujo, que reuniría en sus filas a algunos de los nombres más brillantes de la izquierda nacional y autonómica.

Mónica Oltra es una perfecta representante de esta diáspora política, formada por gentes que prefirieron coger los bártulos y largarse de la casa común, antes que seguir aguantando unas estructuras altamente burocratizadas. Tras una larga carrera, esta política intensa estalló en todo su esplendor durante la última legislatura del PP en la Generalitat Valenciana, entre los años 2011 y 2015. Lo tenía todo para poner de los nervios al partido que históricamente ha representado a la gente de orden: era mujer, era de izquierdas, hablaba en valenciano y se lanzaba como un misil contra una administración podrida por los casos de corrupción. Con sus legendarias intervenciones en las Cortes, apoyadas a golpe de camiseta, construyó un personaje que logró trascender las fronteras de la Comunidad Valenciana y que se hizo un sitio en la escena mediática nacional.

Con este bagaje, ganado a pulso, acudió a las elecciones de 2015 con las máximas aspiraciones. Encabezaba la candidatura de una UTE de partidos -Compromís- formada por el Bloc, Iniciativa y Els Verds. A pesar de pertenecer a una formación minoritaria dentro del grupo, su liderazgo era incontestable y se basaba en su enorme tirón electoral. El balón pasó rozando el larguero y se quedó a sólo unos milímetros de la presidencia de la Generalitat, en una cita electoral en la que se vio superada por un PSPV que vivía los peores momentos de su historia. Mónica Oltra cruzaba la compleja frontera que separa la oposición del gobierno y se convertía en la vicepresidenta del Consell del Botànic; la primera experiencia de gobierno progresista tras veinte años de poder de los populares.

A lo largo de la primera legislatura, Oltra fue uno de los principales pilares de la estabilidad de un gobierno al que muchos le auguraban una historia corta y conflictiva. La sección de política de los periódicos se llenaba de detalladas crónicas sobre su capacidad para entenderse con el presidente Ximo Puig, mientras ella toreaba con habilidad un buen número de obstáculos, que iban desde el inevitable fuego amigo de los socialistas a la presión constante de los sectores más nacionalistas del Bloc, que le reprochaban al nuevo gobierno de izquierdas su resistencia a ahondar en las cuestiones identitarias más polémicas.

Manifiestamente cabreada por el anticipo electoral decidido por el PSPV y con el inevitable desgaste de cuatro años al frente de algunos de los departamentos más complicados del Consell, Mónica Oltra concurría a las elecciones de 2019 con el objetivo de dar el salto definitivo y llegar a la presidencia de la Generalitat. El estancamiento electoral de Compromís, impedía el ansiado sorpasso y la repetición en la vicepresidencia venía envuelta con un cierto aire de decepción. A partir de ese momento, empieza a dispararse la rumorología y el futuro de Oltra entra en el catálogo de los temas de debate público.

Ahora, cuando se cumplen diez años de la creación de Compromís, empieza a cobrar fuerza la hipótesis de que Oltra no se presente como cabeza de lista a las próximas elecciones autonómicas; apuntándose para ella otros destinos, que podrían ir desde optar a la Alcaldía de València o al inicio de una carrera política en Madrid. La mera expectativa de la desaparición de una figura de esta talla ha provocado los primeros movimientos en la coalición y hasta el propio conseller de Educación, Vicent Marzá, ha afirmado que no le importaría asumir el papel de candidato a la Generalitat en los comicios de 2023. La dirigente bajo cuyo liderazgo la izquierda nacionalista ha pasado de la irrelevancia a tocar poder en todas las administraciones puede dejar en enorme hueco en la política valenciana si opta por cambiar de aires. La recomposición de la relación de fuerzas en Compromís, con un Bloc decidido a recuperar parte del protagonismo perdido por la potencia de Oltra, es una operación que empieza ya a llenar páginas y páginas de crónicas periodísticas. Al margen de las cuestiones internas, su posible marcha influiría también en la distribución del voto de la izquierda.

Mientras Mónica Oltra medita en medio de esa encrucijada y decide si está ante el final de un ciclo o si continúa dando guerra en la escena autonómica, nadie puede negar su influencia decisiva en el radical cambio de las formas de hacer política que se ha producido en la Comunidad Valenciana. La autonomía que hace cinco años provocaba vergüenza por sus casos de corrupción y por sus despilfarros se ha convertido ahora en un modelo exportable, que se cita con veneración hasta en el mismísimo Madrid. Y ella... algo tiene que ver con el asunto.