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ANÁLISIS

Un político que un día fue actor y una guerra sin terminar

El falso intérprete que luchaba contra el PP en Torrelodones ya vive en la casa que quería quemar: él no importa nada, lo grave es esta democracia herida

Toni Cantó y Santiago Abascal. | EFE/KARL FÖSTERLING

A estas alturas del combate, todavía hay gente a la que le molesta que un actor se meta a político. Lo ven poco serio. «Es la eterna e injusta mala fama de los cómicos» tronaría indignado uno de los mejores, Fernando Fernán Gómez, y tendría razón: yo no sé por qué un actor puede resultar peor cargo público que un abogado o un periodista. Al contrario: si es bueno, si lleva en la sangre los grandes textos pongamos que de Shakespeare o de Chéjov, sabrá mucho más del drama de la vida humana y precisamente en política estamos muy faltos de humanidad. Toni Cantó no pasará a la historia del cine, pero incluso de la tan reiterada «Siete vidas» podría haber sacado muchas conclusiones sobre la existencia cotidiana de la ciudadanía a la que años más tarde iba a aspirar a gobernar: ya saben, el latido de un bar de barrio, miserias y anhelos del día a día de la gente corriente. El problema de Cantó ha sido otro: que nunca quiso ser actor; eso fue un simple entretenimiento para su verdadero horizonte vital que no era otra que el poder por el poder, sin pensar en humanidad alguna, ni en la de Hamlet, ni en la del frutero de enfrente. Estos días ha circulado hasta la saciedad por las redes sociales una escena de «Siete Vidas» en la que el que el personaje que interpreta Blanca Portillo le dice al de Cantó, que al parecer ha hecho una trastada, que no se preocupe, que le perdona, que se ha arrepentido; cuando Cantó se queda solo en el bar, se ríe porque la ha engañado y en absoluto se ha arrepentido; y dice a cámara: «Debería dedicarme a la política» (risas). Es eso: los guionistas de la serie querían afear la hipocresía de ciertos gestores políticos, pero Cantó se lo tomó en serio y le ha hecho a todo el mundo lo que le hizo a Portillo para seguir medrando durante años por los vericuetos de los aparatos y las fontanerías políticas.

Cantó es un señor sin escrúpulos que como el apóstol Pedro ha negado tres veces.

Primera: comenzó su trayectoria como ustedes saben en 2006 en una pequeña agrupación política de Torrelodones, donde ya criticó la salvaje política urbanística de los populares en la Comunidad de Madrid

Segunda: como Torrelodones pronto se le quedó pequeño pasó luego a UPyD, donde a principios de la pasada década animó a muchos jóvenes cachorros del PP, hartos de la corrupción de su propio partido -aquellos tiempos de Francisco Camps o Ricardo Costa-, a nutrir las huestes magentas de Rosa Díez, erigidas como una fuerza regeneradora de centro que jamás enfangaría su prestigio ante los tribunales; y cuando UPyD se fue al garete aseguró que no aprovecharía para fugarse a Ciudadanos, que entonces y de la mano de Albert Rivera se comía el mundo: «Yo no he venido a la política para hacer esas cosas, me parece feo», declaró entonces Cantó, quien añadió que llamaría a su representante para volver a ser actor... días antes de marcharse a Cs y no volver a ser lo que nunca quiso ser.

Tercera: Pues asombrosamente igual que la segunda. Enfadado ahora porque Inés Arrimadas no le había avisado de la moción de Murcia, aseguró que volvería a llamar al representante que nunca ha llamado para acabar aceptando el puesto 5 de la lista del PP en las autonómicas de Madrid que lidera Isabel Díaz Ayuso. El chico de Torrelodones ya está en casa. La misma a la que pretendía prenderle fuego hace 15 años.

En realidad antes nos hemos equivocado. Cantó no ha negado tres sino cuatro veces, una más que el apóstol: también ha negado a los miles de votantes de la Comunidad Valenciana que le brindaron su apoyo en los comicios autonómicos y a los que ahora y en plena pandemia deja en la estacada para regresar a la villa y corte. Lo que es increíble es que pese a todo aún haya asesores que crean que el antiguo líder valenciano de Cs va a sumar muchos votos en la lista de Ayuso: es como tratar a la gente de imbécil. No se sabe si esos asesores han fichado a Cantó porque imaginan que todavía quedan muchos fans de «Siete Vidas» sueltos por ahí o, más probable, porque en el fondo Pablo Casado barrunta que es un buen fichaje para intensificar el desguace de Ciudadanos y atraer sus restos al PP. O sea puro tacticismo. Oportunismo. Nadie piensa ni en los votantes ni en la ciudadanía. Ni en Hamlet ni en el frutero.

Y eso no es solo patrimonio de la derecha. Aunque el caso del no actor metido a político es el más sangrante, oportunista fue también en el PSOE que Pedro Sánchez, en pleno repunte de la tercera ola, enviara a su ministro de Sanidad, Salvador Illa, a mejorar los resultados de los socialistas a Cataluña; o que ahora Pablo Iglesias abandone la política nacional negando también a los millones de personas que le votaron en todo el país, con el único ánimo de salvar su marca política en las autonómicas madrileñas. Más táctica. Más aún.

Hoy sabemos que Ciudadanos ha sido un partido postizo alentado desde grupos mediáticos y empresariales, y entre cuyos ánimos se hallaba, además de la cuestión catalana, poder servir de sustituto al PP si el PP desaparecía sepultado por la corrupción, tal y como le sucedió a la Democracia Cristiana italiana. Pero como ni siquiera Luis Bárcenas puede hundir a los populares, que son indestructibles, al partido que hay que mandar con el Titanic tras las pésimas gestiones de Rivera y Arrimadas es al naranja. Es otro fracaso más del centro, ese espacio político que es como El Dorado, que todos buscan sin que nadie lo haya encontrado nunca a excepción de Adolfo Suárez pero en unos tiempos, los de la Transición, que no son estos.

El óbito de Cs comporta una consecuencia nefasta para la democracia española: arroja al PP a manos de Vox, un partido de ultraderecha que niega los valores de la convivencia y encumbra el franquismo. Peor aún: tanto se han mimetizado los populares con Vox que ya hasta Ayuso dice lo mismo que Santiago Abascal. Eso sería impensable en casi cualquier otra derecha europea: es como si de pronto Angela Merkel o los torys británicos, herederos del Churchill que derrotó a Hitler, confraternizaran con el nazismo. Británicos y alemanes hace mucho tiempo que consolidaron sus democracias y cerraron sus guerras. Nosotros no hemos acabado la nuestra.

Hace unos días, el periodista Ignasi Guardans ya dijo en la Cadena Ser que el espacio que decía representar Cs (pero que Cs no se creyó nunca ni por la foto de Rivera en Colón ni con el falso rostro de actor de Cantó) es necesario. Lo es. Vital. El de una derecha liberal, moderna, honesta, socialmente avanzada y sin veleidades autoritaristas de ningún tipo. No puede ser tan difícil como encontrar El Dorado. Y desde luego es mucho más urgente.

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