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ANÁLISIS

La remodelación que viene

Ximo Puig está convencido ahora de que las elecciones autonómicas no deben adelantarse pero sí estudia una amplia crisis de su gobierno que se ejecutaría a finales de febrero

Las conselleras Pascual y Barceló, en un acto en València. Fernando Bustamante

Hubo un momento en que todos pensamos (el que suscribe, el primero) que Ximo Puig adelantaría a este año 2022 las elecciones autonómicas que corresponden en 2023. Pero aunque en política, y más en estos tiempos convulsos, las certezas tienen una esperanza de vida exigua, cada vez parece más claro que el president piensa agotar la legislatura y no sacar las urnas a la calle hasta mayo del próximo ejercicio, haciéndolas coincidir con las municipales. Vale. Si no haces pan, tienes que cocer tortas. No habrá elecciones autonómicas adelantadas, pero se prepara una amplia remodelación del Consell para el próximo mes de febrero.

Las crisis del Consell -crisis en el sentido de cambio, no en el de enfrentamiento- son objeto de especulación recurrente. Tiene lógica que así sea, porque hablar de remodelaciones interesa en el fondo a todo el mundo. A los periodistas, que tenemos de qué escribir y a los que nos proporciona una excusa, además, para someter a juicio la gestión de cada uno de los departamentos del Gobierno, la salud de la coalición que lo sustenta y la fuerza de los distintos sectores dentro de los partidos que lo forman. A los jefes de filas de esos mismos sectores, que con el caramelo de posibles cambios tienen movilizadas sus tropas. Y al propio president, al que los dimes y diretes le ayudan a mantener en tensión a sus consellers, lo que siempre viene bien. Pero lo cierto es que el actual titular de la Generalitat ha sido muy renuente a acometerlas. Dice la leyenda que Puig es tan generoso a la hora de «fichar» como pacato a la de «despedir». Y los hechos demuestran que es cierto: vamos por seis años y nueve meses de gobiernos botánicos y en ese tiempo (elecciones aparte) no ha habido más cambios en los Ejecutivos de Puig que los propiciados por salidas puntuales y nunca forzadas por él: la de Carmen Montón para irse a Madrid, lo que llevó a la alicantina Ana Barceló a la conselleria de Sanidad, en la anterior legislatura; y en esta la del vicepresidente Rubén Martínez Dalmau, enésima víctima de las guerras intestinas podemitas, que fue sustituido por Héctor Illueca, un hombre en apariencia moderado pero que parece haber llegado con la lección aprendida de que en Podemos para sobrevivir lo esencial es no destacar. Nunca ha habido, pues, un cambio para dar impulso al Gobierno, sólo retoques para maquillar arrugas.

No es el caso esta vez. Verán: Puig está persuadido de que los ciudadanos valoran más que nunca la estabilidad. De que necesitan una referencia sólida en estos momentos en que lo predominante es la incertidumbre. Pero es que, además, esa incertidumbre conduce a que las emociones se impongan a la racionalidad. Y eso introduce un factor más de imprevisibilidad a la hora de llamar a las urnas. Un error, y el trabajo desarrollado, incluso si ha sido bueno, acaba yéndose por el sumidero. Porque no se va a votar de acuerdo al juicio racional sobre lo que se ha hecho, sino según la percepción personal que cada uno tenga de cómo le ha ido en la romería. No se va a votar sacando cuentas de si estamos -dentro de las circunstancias- mejor de lo que cabía esperar, sino de si nos sentimos mejor o peor de lo que habíamos imaginado. Se dirá que eso es lo que siempre ocurre. De acuerdo. Pero no en el grado en que esta vez va a suceder. Y, en esa reflexión, Puig ha decidido (al menos, a día de hoy, ya digo que la imprevisibilidad se ha convertido en patrón) que lo que le conviene a la Comunidad Valenciana, pero también a él y a su partido, es no adelantar las elecciones sino celebrarlas lo más tarde que la ley permite.

Pero eso le lleva a cambiar de caballos para seguir fuerte en la carrera. Porque si es frecuente, en todos los gobiernos y todas las legislaturas, ver departamentos cuyos titulares no cumplen con las expectativas o se agotan después de un período en el cargo, la presión extraordinaria introducida ahora en todos los miembros de cualquier Ejecutivo por la covid ha hecho que los tiempos se acorten y la extenuación en algunos casos llegue a niveles extremos. Así que para Puig no será fácil renovar, pero se diría que a estas alturas ya es imprescindible. Por eso, si nada cambia, habrá crisis del Consell a finales de febrero. Y será lo más amplia posible. Si te pones, te pones.

La salida de Ana Barceló, posible candidata a la Alcaldía de Alicante, tras el enorme desgaste en Sanidad por la lucha contra el covid es uno de los cambios que se producirán seguro


¿Qué quiere decir «lo más amplia posible»? Pues que la dimensión que a la postre tenga la crisis dependerá de si en los relevos entran o no las consellerias que dirige Compromís. A Podemos en este caso no hay que echarle cuentas. Ellos, como ya se ha escrito más arriba, hicieron su propia remodelación  (no pensando en el buen gobierno de los ciudadanos sino en sus cuitas como partido) hace sólo unos meses, con la defenestración de Dalmau y la llegada de Illueca. A Rosa Pérez Garijo, la consellera de Transparencia, tampoco se la puede tocar, porque depende de la cuota de Izquierda Unida, y aunque no se sepa en qué trabaja (¿trabaja?), su reino no es de este mundo. Pero los de Oltra son otro cantar. La segunda fuerza del Gobierno y de la izquierda presenta a estas alturas vías de agua por doquier, tanto en lo que respecta a sus principales dirigentes como en lo que se refiere a sus partidos.

Porque Mónica Oltra tiene razón cuando dice que todo el Botànic va a cerrar filas con ella frente a los ataques que está recibiendo su gestión en Igualdad y específicamente en materia de menores, a ver qué remedio. Pero que está muy tocada política y, lo que es peor, personalmente, con este tema, del que el PP, a riesgo de pasarse de frenada y acabar con las cañas tornadas en lanzas, ha hecho bandera que no va a abandonar, es una obviedad que ya ni los suyos discuten.

Para que la renovación fuera todo lo amplia que toca, tendría que entrar en la quiniela Compromís, pero se ejecutará de todas formas aunque tenga que circunscribirse al PSOE


Como tocado, aunque en mucha menor medida, está el conseller de Educación, Vicent Marzà, que acaba de protagonizar el ridículo que ningún político con aspiraciones de liderazgo se puede permitir: lanzar las tropas al combate para luego retirarse dejándolas huérfanas en mitad de la batalla, que es lo que ha pasado con el episodio chusco del cambio de portavoz en las Cortes, un puesto que él quería pero que a la hora de la verdad no se ha atrevido a coger.

Y tampoco están para tirar cohetes sus respectivas organizaciones. Més, el partido de Marzà, el antiguo Bloc, está evidenciando que sólo seis meses después de su congreso de refundación las grietas entre sus principales responsables (Águeda Micó, el propio Marzà, el presidente de las Cortes, Enric Morera, o el conseller de Economía, Rafael Climent...) están más abiertas que nunca. E Iniciativa, el partido de Oltra, quedebía celebrar congreso este fin de semana y lo ha aplazado oficialmente por las restricciones que impone la sexta ola del covid, vive un distanciamiento cada vez mayor entre quienes están en la primera línea (Oltra, Mollà...) y los que están en la segunda ( Real, Castañón...), cuya lealtad personal para con los otros nadie pone en duda, pero cuyos posicionamientos políticos difieren cada vez más. A lo que se añade el «tapón» que la generación que ocupó el poder representa para la que aspira al relevo. El final del culebrón de la portavocía en las Cortes ha acabado ejemplificando mejor que nada los problemas que arrastra la coalición nacionalista: incapaces de entenderse ni de actuar con lógica, Compromís ha terminado por situar como síndica a una diputada sin peso pero del sector más radical, que en medio de la mayor ofensiva contra uno de sus miembros que el Botànic ha vivido, la del PP contra Oltra, se ha estrenado poniendo públicamente en cuestión la continuidad de la vicepresidenta. A Mazón le salen aliados donde menos se lo espera.

Los socialistas celebran hoy unas primarias paradójicas en Alicante: votan entre que todo siga igual, con Toni Francés, o el sanchismo contra Sánchez que representa ahora Soler

Con todo eso entre bambalinas, que Compromís haga cambios sustanciales en sus consellerias resulta harto difícil. Y aún más, que mueva fichas en los segundos escalones. Así que es complicado saber si la remodelación le alcanzará. Pero Puig parece decidido a acometer cambios y, si no es posible incorporar en ellos a los nacionalistas, acabará haciéndolos sólo en su equipo, pero los hará. Entre otras cosas, porque necesita sacar de Sanidad a la consellera Barceló, sin que ello parezca en ningún caso un castigo, que no lo es. Después del propio president, no hay cargo público en estos momentos que haya soportado mayor presión y desgaste desde que en 2020 se desató la pandemia que Ana Barceló. Pero cuando el virus se mantenga en niveles manejables, algo que tarde o temprano ocurrirá gracias a las vacunas pero también a los avances que a la chita callando se van produciendo en los tratamientos, el panorama desolador que va a quedar por lo que toca a la Sanidad pública exigirá un replantamiento radical de ésta. Es decir, que por delante queda otra montaña, para subir la cual no sería razonable exigir a Barceló que mantuviera el ritmo. Además, la consellera es la mejor opción que tiene hoy por hoy Puig para disputarle la Alcaldía de Alicante al PP. Pero para ello, el PSOE necesita que conserve la buena valoración que aún tiene en las encuestas. Mantenerla en Sanidad por más tiempo pone en claro riesgo eso. Así que saldrá del Consell para ocupar un puesto que le permita seguir en el candelero hasta las elecciones. También se da por probable el cambio en la conselleria de Innovación, que ocupa Carolina Pascual, aunque en este caso cabría finalmente la resignación.

El problema es que, si salieran dos mujeres alicantinas de puestos tan importantes, Puig querría sustituirlas por otras dos mujeres alicantinas. O, al menos, por dos políticos (si no queda otro remedio, hombres) alicantinos. Pero no resulta fácil, por la anemia que su partido padece en la provincia. Faltan perfiles suficientemente preparados. Y eso entronca con otro asunto que se está dilucidando hoy mismo: las primarias para elegir secretario provincial que los socialistas celebran este domingo. Más de seis mil afiliados están llamados a votar, me temo que para elegir entre guatemala y guatepeor. Compiten por el puesto el alcalde de Alcoy y portavoz en la Diputación, Toni Francés, y el exalcalde de Elche y exportavoz en la Diputación, Alejandro Soler. Demasiado historial en ambos casos. Por eso sus discursos suenan, en parte, impostados. Francés dice querer revitalizar el partido, pero no ha sido hasta ahora capaz de frenar aquí, que era donde se debía hacer en primera instancia, al líder del PP, Carlos Mazón. Soler apela a la militancia, pero la relación de cargos que ha ocupado a lo largo de su vida sin someterse al juicio de ella confiere mucho de oportunismo a su propuesta. Francés representa la línea oficial del partido: es el candidato que Puig y Sánchez (si a Sánchez le importara esto) apoyan. Lo de Soler tiene su aquel: reivindica las esencias del sanchismo... contra Sánchez, que ahora está con Puig y acaba de prescindir de Soler en su última ejecutiva. La victoria de Francés puede suponer que todo siga igual, por lo que al PSOE toca, lo que no sería una buena noticia. La de Soler, que aún vaya a peor, en tanto que convierta a los socialistas alicantinos en un reducto contra todos, la dirección del PSPV y la federal del PSOE, en lugar de trabajar para ganar peso en la toma de decisiones de ambas. Gane quien gane, la supuesta fiesta acabará en peor resaca porque el que venza lo hará por poco y la imagen que quedará a la postre será la de un partido dividido, sometido a una erosión gratuita que ha vuelto a sacar a flote los peores resabios del pasado: afiliaciones irregulares, presiones indecentes... Y todo, para acabar donde siempre: quejándose los socialistas de la falta de representación en València, pero tan carentes de cuadros que como se descuiden tienen que recurrir a los cazatalentos para encontrar a alguien capaz de asumir una conselleria. Señor, qué cruz.

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