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Daniel Innerarity: «La democracia tiene mecanismos para resistir el paso de malos gobernantes»

El catedrático de Filosofía Política y Social, Daniel Innerarity. | INFORMACIÓN

Es en la actualidad uno de los intelectuales y expertos en política más demandado como articulista y conferenciante. Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) ha inaugurado este lunes el ciclo «Política en tiempos difíciles», organizado por la Universidad de Alicante (UA). Un conjunto de reflexiones plurales para el diálogo abierto, con vocación de encuentro.

En su conferencia habla de gobernar en la sociedad de la crisis.

Es un tema de la máxima actualidad, analizar cuál es la naturaleza de las crisis en las que estamos inmersos, tanto la sanitaria como la climática. Hay que poner en marcha transformaciones sociales y económicas para modificar los aspectos de nuestra vida individual y colectiva que nos han conducido a estas crisis. Con la vacuna hemos conseguido la inmunidad biológica en gran parte de la población, pero ahora hay que conseguir la inmunidad social. Es decir, buscar una solución integral a esta crisis de tal manera que, si volvemos a padecer una situación semejante, la identifiquemos con más rapidez y estemos más preparados para afrontarla. Los problemas particulares los resolvemos relativamente bien, pero los generales más bien mal, porque tenemos una sociedad muy fragmentada.

¿Se refiere a la fragmentación política?

No solo hay fragmentación política. También hay sistemas sociales que han hecho lecturas de la crisis completamente distintas. Los sectores económicos tiene intereses muy diversos a la hora de pensar en medidas para abordarlas.

¿Por qué cuesta tanto cambiar las circunstancias que provocan las crisis?

Es difícil porque tiene que ver con hábitos arraigados en la sociedad, a maneras de comportarse individual y colectivamente que son muy estables, y es difícil cambiar las costumbres. Y para modificar esto hay que hacer un enorme esfuerzo. Por ejemplo, si tenemos que modificar nuestros hábitos de relación con los demás para guardar la distancia social e impedir la propagación del virus, tengo que tener una información adecuada. Y para eso los gobiernos y las autoridades sanitarias tienen que dar una información correcta y, muchas veces, no lo saben hacer bien. Por eso es difícil cambiar las circunstancias que provocan las crisis, porque no dependen de pequeños cambios, sino grandes, y que van a indicar ganadores y perdedores. Y eso lleva un sacrificio. Solamente como sociedad estaremos dispuestos a esos sacrificios si sabemos que los costes están igualmente repartidos, que hay medidas expresas para proteger a los rezagados.

¿Cómo está afectando la polarización de la política?

Vivimos en una sociedad pluralista. Para una opinión, hay siempre la contraria. El problema es que prestamos más atención a las ideas radicales, exageradas, hostiles al adversario, y esto está relacionado con un cierto caos en nuestro entorno informativo. Tal vez la consecuencia más grave de esa polarización es que siempre hay una sospecha sobre cualquier estrategia de comprensión del adversario o de acercamiento al otro, de transacción, pacto o compromiso, e impide los acuerdos, que son necesarios. Cuando las sociedades están polarizadas no se dan grandes ideas políticas y es prácticamente imposible la interacción social. La polarización que hay es la gran aliada del statu quo, del estancamiento, de que las cosas sigan como hasta ahora y no mejoren. Hay problemas que se pueden solucionar desde un gobierno con mayoría simple, pero los más graves, que tienen que ver con el cambio climático, las políticas lingüísticas, la educación o la transformación de nuestro modelo productivo, necesita de mayorías más cualificadas. El radicalismo es tremendamente conservador.

¿El aumento del populismo daña la democracia?

Sí. Emponzoña el campo político y una actividad noble como es la política, que tiene que ver con el conflicto y el desacuerdo, pero también con el pacto y el acuerdo. Hay populismo donde hay un agente político que busca congraciarse con el electorado a costa de simplificar enormemente el campo de juego. Ese populismo lo practican muchas fuerzas políticas, no solo aquellas que son catalogadas así habitualmente. Y me parece que hay mucha hipocresía por parte de quienes lanzan discursos de odio, porque saben que no va a tener consecuencias. Frente a un cierto alarmismo de los discursos de odio, que me parecen intolerables, hay que pensar en lo positivo, que hay una gran estabilidad social. Nuestra democracia es mucho menos frágil de lo que se está diciendo y tiene mecanismos institucionales que son capaces de resistir el paso de malos gobernantes. Lo que nos debería obsesionar es el diseño del sistema político para que si, eventualmente, alguien malvado o estúpido se hace con el poder, no haga demasiado daño.

¿Qué sacaría del debate político?

La superioridad moral de los partidos. Una parte de la izquierda se siente moralmente superior en cuanto a su concepción de la justicia, y una parte de la derecha se siente moralmente superior a la izquierda en cuanto a la defensa de la nación. Lo que propongo es que entendamos que la izquierda y la derecha tienen ideas distintas de la justicia y de la nación, y no por ello unas son mejores que otras. La superioridad implica la descalificación moral del otro. Hay un aura de superioridad en parte de la izquierda y en parte de la derecha. Si tuviera que decir una sola cosa que me preocupa y que puede actuar de palanca de todo lo demás, diría que los sistemas políticos deberían mejorar su capacidad estratégica. Ahora mismo son mecanismos de distracción colectiva, que nos hacen poner la atención, exclusivamente, en asuntos inmediatos, de corto plazo, de importancia relativa, y nos distraen de los grandes retos colectivos que tenemos.

¿Qué le parece el discurso de Ximo Puig, que está abanderando el debate de la descentralización?

Es el gobernante autonómico con mayor sensibilidad hacia lo que debería ser entendido como un Estado plurinacional. Creo que su posición como miembro de un partido estatal y dirigente de una comunidad tan importante le confiere una posición clave en todas las discusiones que vayan a tener lugar sobre la cuestión territorial. El PSOE no sería muy inteligente si no le prestara más atención y no le diera una función clave en ese debate. Ximo Puig tiene una posición ideológica que le otorga una especial capacidad para hacer de puente, porque escucha y promulga el diálogo. En estos momentos de tanta polarización, yo le escucho con mucho agrado porque tiene planteamientos que buscan unir los puntos de vista distintos que tenemos acerca de la naturaleza territorial del Estado español. Tiene una visión de Estado que me parece muy loable.

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