La presencia de velas encendidas en la Festa d’Elx nos recuerda su origen litúrgico. El propio cadafal se ilumina con doce cirios distribuidos en sus barandillas y, hasta el siglo XX, constituían la única luz artificial de la obra, que se unía a la luz natural que entra por las puertas y ventanas abiertas de Santa María.

También el momento de la Dormición o Tránsito de María está señalado por la presencia de una vela encendida que remarca su simbolismo litúrgico, aunque las variaciones introducidas en los años cincuenta del pasado siglo le hicieron perder parte de su significado. Ahora vemos como María, con un cirio de cera rizada en las manos ―que uno de los apóstoles enciende con disimulo con unas cerillas ocultas, como la vela, en la cama escénica―, entona un canto en el que se despide de los apóstoles y les indica que entierren su cuerpo, según la tradición judía, en el Valle de Josafat.

Después, devuelve el cirio, se deja caer de espaldas sobre la cama con la ayuda de los discípulos de Jesús, y se realiza el cambio del niño por la imagen de la Virgen de la Asunción, en actitud yacente. A continuación, se encienden los cuatro cirios funerarios de la cama, así como unas pequeñas candelas que sostienen los apóstoles. Éstos, arrodillados, entonan «Oh, cos sant glorificat / de la Verge Santa i pura. / Hui seràs tú sepultat / i reinaràs en l’altura». Finalmente, desciende el Araceli para recoger el alma de la Virgen, mientras los apóstoles mantienen sus luces encendidas y no las apagan hasta el regreso del coro angélico al cielo.

Esta disposición escénica ha hecho pensar en ocasiones que la vela que sostiene María en su último canto es símbolo de la vida y que, cuando ella muere, ésta, como hemos visto en infinidad de películas, ha de apagarse. Sin embargo, el análisis litúrgico de la escena nos dice que, en realidad, es símbolo de la fe, es la luz de Cristo resucitado que acompaña a los cristianos y que, por tanto, debe permanecer siempre encendida.

Precisamente, en el bautizo de cada cristiano, el padrino prende una vela del cirio pascual, que representa a Cristo resucitado, al tiempo que el celebrante recita: «Recibid la luz de Cristo». Esta luz ilumina al fiel en su caminar por este mundo dándole esperanza en la futura resurrección y, por tanto, debe estar presente en el momento de su muerte, en el momento de pasar de esta vida a la vida eterna.

De hecho, en las exequias también se enciende el cirio pascual, ahora junto al féretro del difunto, al tiempo que el oficiante proclama que su llama es símbolo del cuerpo glorioso y resucitado de Cristo que ha de iluminar nuestras tinieblas. Y en los momentos finales de la celebración se pide que brille para el fiel fallecido la luz perpetua.

Toda esta explicación concuerda perfectamente con el desarrollo de la escena de la muerte de María que indica la consueta de 1625: «Acabada esta cobla [Los meus cars fills…] es gita la Maria i es queda morta, i donen-li un ciri blanc encés en les mans. Los apòstols s’alcen i ab brevetat i secret, acabada de cantar la cobla següent, aparten a la Maria del llit i posen a Nostra Senyora en ell i canten agenollats: Oh, cos sant […] Mentres se canta lo sobre dit, obrís lo cel i comença a davallar lo Araceli ab quatre àngels i u en mig que venen per l’ànima de Nostra Senyora…»

Se deduce que, en realidad, la vela, que uno de los apóstoles encendía del cirio del cadafal más próximo, se le daba al niño una vez acostado para figurar la muerte de María y se mantenía en esta posición todo el tiempo en que se cantaba el «Oh, cos sant…» De hecho, la religiosidad popular hacía que se pusiera en las manos de los agonizantes, como en la Festa, una vela encendida de especial significado, a ser posible el propio cirio bautismal conservado para la ocasión, con el fin de que iluminara este último trance, uniendo así bautismo y tránsito. De este modo, podemos ver alguna vela encendida en la mayor parte de la iconografía de la Dormición de María.

Una vez hecho el cambio del niño por la imagen de la Patrona, aprovechando la distracción que producía la bajada del Araceli, los apóstoles quedaban orantes hasta la entrada en el cielo del alma de la Virgen, «estant los apòstols agenollats amb ciris encesos en les mans». Eran ahora los demás fieles quienes, con sus velas encendidas, mantenían la luz de la fe en la resurrección.

Luces que volvían a aparecer en la escena del entierro de la Virgen, en la segunda jornada o Festa, portadas por apóstoles y judíos. La luz de los cristianos ilumina el último camino del difunto: aún se recuerdan entierros donde se acompañaba el féretro con velas encendidas. En la Festa hay testimonios gráficos del uso de cirios en el tablado hasta los años cincuenta del pasado siglo. Sin embargo, con la incorporación de la alfombra realizada por la Real Fábrica de Tapices en 1959 se eliminaron totalmente para evitar que cayera cera sobre la misma y se deteriorara.

Es preciso mantener intactos estos pequeños detalles que pasan desapercibidos en nuestro Misteri d’Elx para que conserve todo su esplendor y significado. Y en esta dolorosa época que nos ha tocado vivir a causa de la pandemia de Covid-19, en la que ha habido momentos en que no hemos podido despedir a nuestros seres queridos, desear que la luz de la Festa de la Mare de Déu nos siga dando esperanza a todos.