Manuel Lorenzo Pardo, como ingeniero bien formado también en aspectos geográficos y topográficos de nuestro país y buen conocedor, de primera mano, de las tierras de la mitad este peninsular, tuvo el acierto de incluir un apartado sobre los rasgos climáticos de España -en concreto sobre las precipitaciones y la evaporación- en el Plan Nacional de Obras Hidráulicas de 1933. En planificación hidráulica todo parte de un dato fundamental: ¿Cuánto llueve en un territorio? y ¿cuál es la distribución territorial de esas lluvias? La construcción del mapa pluviométrico de España no era tarea fácil a comienzos del pasado siglo. La red de observación meteorológica se limitaba, en el mejor de los casos, a la existencia de estaciones en capitales de provincia, y no en todas, que se habían ido instalando en la segunda mitad del siglo XIX. Recordemos que Alicante tiene uno de los observatorios meteorológicos más antiguos de España creado en 1855 y, a pesar de los cambios de ubicación, ha seguido funcionando sin interrupción desde entonces. Y las estaciones en capitales de provincia se fueron sumando lentamente observatorios (oficiales y colaboradores) instalados en las cuencas hidrográficas, en casas forestales, en centros de enseñanza, en conventos franciscanos y en poblaciones agrícolas. En la región levantina tuvimos la suerte que supuso el impulso dado por Manuel Iranzo al frente de la Federación Agraria de Levante con la instalación de decenas de observatorios meteorológicos. La Federación llegó a disponer de un Servicio Meteorológico propio que elaboraba mapas pluviométricos mensuales y anuales con los datos de las estaciones meteorológicas repartidas por las provincias de Castellón, Valencia, Alicante, Murcia, Albacete, Teruel y Cuenca. En los años treinta del siglo XX la red de observación meteorológica en España apenas llegaba a 600 estaciones repartidas por todo el territorio nacional. A una estación por cada 850 kilómetros cuadrados de media, un número insuficiente dada la extensión y la propia configuración geográfica de nuestro país. Y la gran mayoría tenía lagunas importantes en la anotación de las variables de lluvia y temperatura. Pero sus datos resultaban imprescindibles para poder realizar los primeros análisis y mapas climáticos de carácter científico. La elaboración del mapa pluviométrico que aparece en el Plan de Lorenzo Pardo contaba con muy pocos antecedentes. Apenas unos mapas de lluvias de la península Ibérica elaborados por Hellmann (1880), Hann (1886/87), Angot (1893), Fischer (1893) o el primer mapa oficial de lluvias de España que publicó la Dirección General del Instituto Geográfico y Estadístico de España en 1920. Pero será el ingeniero jerezano Pedro González Quijano el que preparará, en 1925, el mapa pluviométrico más detallado de este primer tercio del siglo XX, manejando datos del quinquenio 1916-20. Coetáneo del mapa de Lorenzo Pardo será el del meteorólogo W. Semmelhack (1932). En los años siguientes vendrían los trabajos climáticos del geógrafo H. Lautensach y sus discípulos que supusieron un avance fundamental para los estudios del clima de la península Ibérica. Todas estas referencias para poner en antecedente el Plan de 1932, para destacar las enormes dificultades para obtener información de base (pluviométrica, hidrológica) y para ensalzar la valentía del ingeniero madrileño en la elaboración de un documento pionero para su época y que se ha convertido en referencia para los estudios sobre planificación hidrológica en toda Europa. Desde entonces la situación económica, los avances técnicos y los rasgos climáticos de nuestro país han cambiado de forma importante. En el mapa pluviométrico que incorpora Lorenzo Pardo a su Plan venía reflejada ya la escasez de precipitaciones del sureste ibérico, como ocurre en la actualidad. Pero el dato más interesante es que la cabecera de los ríos Tajo y Júcar, en las inmediaciones de los Montes Universales, quedaba encerrada entre las líneas isoyetas de 700 mm y 1.000 mm anuales. Y este sector peninsular se pintaba como uno de los islotes pluviométricos más importantes en el conjunto de España, con la salvedad, claro está, del área cantábrico-pirenáica. La mejora de la observación meteorológica desde entonces ha permitido rebajar esas expectativas y situar a las cabeceras del Tajo y del Júcar como un nudo pluviométrico destacado, pero nada excepcional en el conjunto del país. Llueve más en el tramo septentrional de la C. Ibérica (Demanda, Urbión, Cebollera) o en el sector occidental del Sistema Central e incluso en el nudo hidrográfico subbético donde nace el río Segura. Más próximo a nosotros en la localidad de Pego llueve tanto al año como en la cabecera del Tajo; aunque, eso sí, llueve distinto. A lo que llueve hay que descontar lo que se evapora, por la temperatura y por la insolación. Y en eso nadie supera al sureste ibérico en territorio peninsular. Por tanto, en la cartografía climática del Plan de Lorenzo Pardo y en la actual, el sureste tiene un déficit acusado de recursos pluviométricos y hidrológicos por una causa climática elemental. Eso no puede negarlo nadie. Pero el otro dato preocupante es la disminución de lluvias que se ha registrado desde 1933 en la cabecera del Tajo, lo que supone un aporte menor de aguas en el tramo alto del río, en los embalses de cabecera. Y esta es la clave del debate del agua actual, del debate del funcionamiento trasvase del Tajo al Segura en los últimos años. En la cabecera del Tajo y del Júcar, en el sector de los Montes Universales, las precipitaciones anuales se han reducido, al menos, 200 mm. desde 1933. Es una de las zonas de España que ha experimentado más cambios en la cantidad anual y la estacionalidad de las lluvias. Y las proyecciones elaboradas por científicos serios, señalan un descenso del 20% en 2040 para el mejor de los escenarios de emisión de gases de efecto invernadero, respecto al período base 1981-2010; situación que, dada la evolución que está teniendo el proceso actual de calentamiento climático en el conjunto del planeta, es muy probable que se quede corta. Estos son los datos esenciales del actual debate del agua y poca gente habla de ello. Ahora hay que buscar soluciones, desde la ciencia, sin demagogia, con diálogo, sin engaños, con realismo, al problema del agua en esta parte de España, la que necesita recursos hídricos, la que tiene una de las agriculturas más rentables de Europa que no puede quedarse sin agua. Lorenzo Pardo fue pionero en la utilización de un dato principal para la planificación del agua: las lluvias. Ahora toca tener en cuenta la evolución presente y futura de las mismas y plantear nuevas soluciones para la planificación hidrológica de nuestro país, con tanto ingenio, pese a las dificultades para su elaboración, como las que planteó en 1933 Lorenzo Pardo en el Plan Nacional de Obras Hidráulicas.

El dato fundamental: las lluvias

El dato fundamental: las lluvias