Han pasado más de 6 meses desde la notificación del primer caso COVID-19 en Wuhan y 3 meses del primer caso confirmado en España, y queda ya muy lejos la idea inicial de que se trataba de una enfermedad similar a la gripe, con escasa mortalidad, que afectaba a los grupos de riesgo y que pasaría de la misma forma que lo hacen otras enfermedades estacionales.

Ha sido cuestión de tiempo que nos diéramos cuenta de la magnitud de la enfermedad, declarada por la OMS pandemia mundial el 11 de Marzo del 2020.

COViD-19 se ha mostrado como una nueva enfermedad que nos ha revelado una cara distinta de las infecciones víricas. La gravedad de esta patología ya es indiscutible.

Durante semanas hemos tenido acceso a numerosas publicaciones que nos han permitido conocer mejor al nuevo coronavirus SARS-Cov-2 y la diversa patología que produce. Con la experiencia adquirida tras millones de casos diagnosticados en todo el mundo, la evidencia es que en los casos más graves la enfermedad puede dejar secuelas.

Es ahora, cuando el virus empieza a darnos una tregua, cuando toca ocuparse del seguimiento de los pacientes, sobre todo de los que han sufrido la enfermedad en sus formas más severas, de analizar las consecuencias de la misma, de buscar las mejores soluciones terapéuticas para cada paciente y mejorar la calidad de vida en los que ha habido secuelas graves.

El 27 de mayo la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI) ha publicado los resultados preliminares del primer gran registro clínico nacional multicéntrico sobre COVID-19 incluyendo 12.200 pacientes y en el que participan 600 investigadores de 146 hospitales. Esto lo convierte en uno de los más extensos del mundo hasta la fecha y el mayor hasta ahora en España.

La mayoría de los pacientes infectados de COVID-19 han cursado con formas leves de la enfermedad. De los pacientes españoles, alrededor de un 15% ingresó en una planta de hospitalización, el 31,5% desarrolló dificultad respiratoria y un 7,5% requirió ingreso en una Unidad de Críticos. Son estos pacientes más graves los que se estima que podrían padecer algún tipo de secuelas.

Todavía es demasiado pronto para sacar conclusiones. Solo el tiempo dirá si son más o menos graves, si tienen un carácter temporal o crónico y si podemos evitarlas en el futuro.

Muchos pacientes refieren síntomas después de la fase aguda. El elevado número de profesionales sanitarios contagiados nos ha proporcionado testimonios de primera mano que explican cómo, a pesar de haber pasado una forma leve de la enfermedad, no estar en edad de riesgo, estar previamente sanos e incluso con una condición física previa envidiable, han sufrido cansancio extremo, mareos, mala tolerancia a pequeños esfuerzos, dolores, molestias digestivas e incluso enlentecimiento de la capacidad intelectual, de los que han tardado en recuperarse.

En los pacientes graves hospitalizados, sobre todo si han precisado UCI, las consecuencias sí han sido importantes.

Al tratarse de una enfermedad multisistémica, las complicaciones han sido diversas.

A nivel pulmonar, sobre todo en pacientes con neumonía bilateral, pueden aparecer reacciones asmáticas y en los que han precisado ventilación mecánica puede aparecer fibrosis pulmonar, con insuficiencia respiratoria crónica. También fenómenos tromboembólicos por un estado de hipercoagulabilidad e hipertensión pulmonar en consecuencia.

En cuanto a la afectación extrapulmonar, los pacientes ingresados en UCI, pueden tener como secuelas atrofia muscular, trastornos cognitivos y cuadros confusionales . La Sociedad Española de Neurología, estima que un número importante de los pacientes de edad avanzada ingresados, ha sufrido ictus de diferente entidad y por consiguiente con diferentes consecuencias.

Se han descrito arritmias, miocarditis e incluso infartos de miocardio, insuficiencia renal aguda y afectación hepática. En estos casos, el seguimiento posterior determinará la gravedad de posibles secuelas.

No olvidemos los trastornos de ansiedad, depresión, estrés post-traumático y trastornos del sueño, que han afectado tanto a pacientes, cómo a sanitarios y a parte de la población general influida por el bombardeo de información alarmante, el aislamiento, el miedo al contagio, a poder transmitir el virus de forma silenciosa, y por el duelo frustrado en los casos más dramáticos.

Respecto al seguimiento de los pacientes que han padecido COVID-19, las diferentes Sociedades Científicas han establecido guías para hacerlo de manera consensuada.

Dependiendo de diversos parámetros (gravedad de los síntomas, aparición o no de neumonía, presencia de complicaciones, estancia en UCI, entre otros) el seguimiento será por Atención Primaria o en el medio hospitalario, la consulta será telefónica o presencial, variará la frecuencia de las mismas y se determinará qué pacientes pueden recibir el alta precoz y cuáles necesitaran completar estudios y valoración por los diferentes especialistas.

A pesar de todo lo expuesto, para tranquilizar a la población, recordemos la calidad de nuestro sistema sanitario tanto público como privado, con especial mención a los recursos humanos, que ha sabido adaptarse a condiciones terriblemente extraordinarias y que va a seguir velando por los intereses de la población y en particular por la salud de nuestros pacientes.