De la mano del único hijo que le dejaron aquellos rostros sombríos armados con machetes, Valentine caminó durante días, sin rumbo y sin alma, por las calles ensangrentadas que había dejado aquella tormenta de muerte. Tres fueron las veces que suplicó a los asesinos de su familia que acabaran con su vida. Que la mataran a ella también.

Eran tiempos oscuros en Ruanda, un pequeño país situado en la región de los Grandes Lagos de África. El 6 de abril de 1994, el presidente del país Juvénal Habyarimana fue asesinado. Ese suceso detonó una serie de matanzas “planificadas, sistemáticas y metódicas”, según denunció la Organización de las Naciones Unidas (ONU), por parte de facciones radicales formadas por miembros de la etnia hutu en contra de la población tutsi.

“Nos dijeron que esperáramos en una de las casas del vecindario, que vendrían a por nosotros”, explica la mujer. Valentine y su hijo perdieron la noción del tiempo en aquel lugar repleto de cuerpos que yacían unos encima de otros. En aquel lugar donde la humanidad había dejado de existir. De pie, sin comer ni beber, deseando diluirse entre esa multitud putrefacta, aquella chica de 28 años que sostenía a su hijo sin esperanza alguna, logró sobrevivir.

El Frente Patriótico Ruandés (FPR), la milicia tutsi que a día de hoy gobierna el país, capturó a los asesinos antes de que llegaran a matarlos. Aquel verano del 1994, Valentine vio la muerte de cerca, casi rozándola. Aquel verano de 1994, Valentine murió y volvió a nacer. Fue una de las supervivientes del genocidio ruandés, en el que murieron más de 800.000 personas. Pero para Valentine aquella pesadilla no había hecho más que empezar. “No teníamos nada. Dormíamos sobre la hierba, y cuando llovía, las gotas caían sobre nosotros”, comenta. Años más tarde, Msaada, una de las organizaciones que aún hoy presta ayuda a las víctimas del genocidio, le entregó una vaca. El animal le proporcionó leche y le permitió fertilizar el campo y vender sus cultivos. Con esos ingresos pudo construir la casa en la que vive actualmente. “La Valentine de antes solía ser una simple viuda, pero la Valentine de hoy es una mujer independiente y autosuficiente. Esas mujeres que sobrevivieron han hecho sacrificios enormes para traer de vuelta la normalidad a la población ruandesa”, asegura el director de Msaada, Jean Damascene Ntambara.

Mujeres al frente del cambio

La mayor parte de las víctimas mortales, los fugitivos y los prisioneros fueron hombres. Es por eso que el porcentaje de mujeres respecto al total de población se disparó. De alguna manera, la responsabilidad de sacar adelante el país recayó sobre ellas.

Tanto fue así, que aún a día de hoy el 84% de las mujeres ruandesas trabajan, mientras que en otros países como España esa cifra apenas alcanza el 51%.

El líder del FPR, Paul Kagame, logró la presidencia en marzo del 2000. Desde entonces, su Ejecutivo ha llevado a cabo una serie de propuestas legislativas que ha convertido a Ruanda en uno de los países líderes en la lucha contra la brecha de género. En el 2003, el Gobierno ruandés aprobó una nueva Constitución. El texto establecía la “asignación de al menos el 30% de todos los cargos en los órganos de decisión a mujeres”. Hoy, Ruanda está a la cabeza de las naciones con más representación femenina en el Parlamento, con el 61% de sus sillas ocupadas por mujeres. Según el informe que realiza el Foro Económico Mundial sobre la brecha de género en el mundo, Ruanda ocupó en el 2017 la cuarta posición en el ranking de países con menor diferencia entre hombres y mujeres, solo superado por Islandia, Noruega y Finlandia.

Líderes en la comunidad

A pesar de las medidas aprobadas, las mujeres que vivían en las zonas rurales lo tuvieron más difícil. “Éramos pobres, viudas y tutsis, y por ello fuimos discriminadas”, señala Eugenie, otra superviviente del genocidio. Ahora, es una de las líderes de su comunidad. Concretamente, trabaja en un comité encargado de erradicar la violencia de género. Una vez por semana se reúne con las mujeres del barrio. “Ya que a mí me arrebataron a mi familia, ahora, al menos, puedo ayudar a las familias de estas mujeres”.