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Los paseadores de perros, un negocio de futuro

Los cuidadores de perros, pese a que ganan menos en pandemia, disfrutan con su oficio de paseantes: “Se puede vivir de esto”

Paseadores de perros: una profesión en auge

Paseadores de perros: una profesión en auge

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Paseadores de perros: una profesión en auge Pablo Antuña / Lucas Blanco

Enol López había trabajado prácticamente de todo, de carpintero, en el sector del metal o en un supermercado. Un día, hace cuatro años, una vecina le pidió que cuidase a su perro. Lo hizo como favor. “No pensé que podía cobrar y menos vivir de ello”, señala. Se tomó, a modo de pasatiempo, “educar a una perra que paseaba”, y con el boca a boca todo fue a más. Le llegaron más clientes, se hizo autónomo y ahora vive de ello con Guardog –su propia empresa–, en la que incluso cuenta con un empleado. “Acabo de comprar una casa en el Alto de la Madera para que sea un hotel para perros”, explica López. Su situación puede considerarse una excepción, con más de cien mascotas en su cartera de clientes, pero aun así, como la gran mayoría de los que se dedican a pasear y cuidar perros, la crisis también le ha afectado. “Tengo un 40% menos de trabajo respecto a antes de la pandemia, puedo vivir igual de ello, pero no tan bien como antes”, resalta este gijonés.

En el “solarón”, donde se situaba la antigua estación de tren de Gijón, Enol López deja sueltas por un momento a las ocho mascotas de las que le tocaba hacerse cargo ayer por la mañana: “Boss”, “Menta”, “Golfo”, “Panda”, “Bela”, “Koa”, “Lota” y su perro “Darko”. “No se cela, pero muchas veces intenta hacer de jefe”, cuenta. Ahí se reúne con Jonathan García, su empleado, al cargo de otros cuatro canes. “Este empleo me ha dado aire. Al menos dedico cinco horas diarias. No es del todo un sueldo, pero de esto se puede vivir y espero llegar a hacerlo”, señala.

Enol López había trabajado prácticamente de todo, de carpintero, en el sector del metal o en un supermercado. Un día, hace cuatro años, una vecina le pidió que cuidase a su perro. Lo hizo como favor. “No pensé que podía cobrar y menos vivir de ello”, señala. Se tomó, a modo de pasatiempo, “educar a una perrina que paseaba”, y con el boca a boca todo fue a más. Le llegaron más clientes, se hizo autónomo y ahora vive de ello con Guardog –su propia empresa–, en la que incluso cuenta con un empleado. “Acabo de comprar una casa en el Alto de la Madera para que sea un hotel para perros”, explica López. Su situación puede considerarse una excepción, con más de cien mascotas en su cartera de clientes, pero aun así, como la gran mayoría de los que se dedican a pasear y cuidar perros, la crisis también le ha afectado. “Tengo un 40% menos de trabajo respecto a antes de la pandemia, puedo vivir igual de ello, pero no tan bien como antes”, resalta este gijonés.

Alejandro Salas, paseando cinco perros.

En el “solarón”, donde se situaba la antigua estación de tren de Gijón, Enol López deja sueltas por un momento a las ocho mascotas de las que le tocaba hacerse cargo ayer por la mañana: “Boss”, “Menta”, “Golfo”, “Panda”, “Bela”, “Koa”, “Lota” y su perro “Darko”. “No se cela, pero muchas veces intenta hacer de jefe”, cuenta. Ahí se reúne con Jonathan García, su empleado, al cargo de otros cuatro canes. “Este empleo me ha dado aire. Al menos dedico cinco horas diarias. No es del todo un sueldo, pero de esto se puede vivir y espero llegar a hacerlo”, señala.

Alejandro Salas, cántabro afincado en Oviedo, es un apasionado de los perros que compagina sus clases de agility (gimnasia para perros) y educación canina en un centro especializado de Gijón con su faceta de paseador de perros. Atrás dejó una década dedicado al mundo de los seguros en La Coruña, donde vivió con su novia hasta que esta, ovetense de origen, empezó hace un año a trabajar en el HUCA y ambos comenzaron una vida nueva. Unos cuatro paseos diarios durante tres jornadas a la semana y una media de cuatro acompañantes caninos en cada salida. En total, casi medio centenar de perros salen a el aire junto a él cada semana. “Antes de asumir el cuidado me reúno para conocer si conectaré con el perro”, explica. El nuevo camino laboral del excorredor de seguros es cada vez el de más gente. “Conozco a un chico que vive de ello, pero yo lo utilizo más como un complemento a mis otras actividades”, indica Salas, “Ellos, como nosotros, también necesitan hacer ejercicio y cuidarse”, subraya.

El de ayer fue un día flojo para Cristina Navarro. Hace tres años dejó de cuidar animales debido a que encontró trabajo en la hostelería. Pero la crisis del covid la dejó sin empleo. Ahora, mientras apura sus estudios de Biología –le quedan tres asignaturas–, ha vuelto a dedicar su tiempo a los paseos. “Antes tenía al menos uno todos los días y los fines de semana varios, pero ahora me salen pocos encargos”, lamenta. La mañana de sol y calor en Gijón hace que salga a la calle con un caniche, “Moka”, junto a su mascota, “Darwin”. “Es una ayudina importante la que sacas, la otra vez me sirvió para comprar un coche. Ahora tengo menos de la mitad de trabajo, pero espero empezar a aumentarlo poco a poco para montar mi propio negocio: un autolavado para mascotas”, indica.

Varios animales juegan en el parque.

Los días de lluvia y los fines de semana son los que más se les solicita sus servicios a los cuidadores de perros. “Esos son los días que más te requieren ahora que no se puede viajar”. Da prueba de ello Fernando Pevida, que lleva once años dando paseos por la ciudad con canes. “Soy casi una excepción, no he notado la crisis, pero porque mantengo la misma base de 15 perros, con clientes fijos desde hace tiempo”, destaca. En su caso se trata de un trabajo complementario al de vigilante de seguridad. Pero disfruta muchísimo de esta actividad. “Hay que tener paciencia y una dedicación plena, pero es algo que me apasiona porque siempre me encantaron los animales”, indica.

La mañana sigue y toca volver a casa. Enol López tiene ocho correas que dirigir. “Ya estoy casi el límite, he llegado a tener hasta doce, pero ahí se complica más y la gente te mira mal”, añade antes de reconocer su satisfacción “por vivir con algo que me llena”. “Es muy sacrificado, curras las 24 horas y los 365 días, pero empatizas hasta el punto de que un perro que cuidas se hace mayor y muere y lo sufres como si fuese tuyo”, concluye.

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