¿Qué ha cambiado en la sociedad un año después de la irrupción del COVID? ¿Cómo ha asimilado la población los cambios que ha causado la pandemia? ¿Seremos diferentes? Cuestiones como estas se abordaron ayer en Novos modelos de sociedade, una conferencia por internet organizada por la Oficina de Cooperación y Voluntariado de la Universidade da Coruña. Una de las intervinientes fue la politóloga y experta en cooperación Cristina Monge, quien resalta que el coronavirus ha abierto una “era de la incertidumbre” que convierte a las personas en “más individualistas y conservadoras”, al tiempo que ahonda en la “desconexión” con la política.

Muchos nos preguntamos desde hace un año si volveremos a ser como antes de la pandemia, si la vida será la misma. ¿Lo será?

[Risas]. Debemos hacer nuestra esa máxima de Heráclito que dice que ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces porque ni el hombre ni el agua son los mismos. Esto lo vamos a experimentar con la pandemia. Nunca se vuelve a ser como antes. Yo soy científica social, no adivina. También debato continuamente con compañeros sobre cómo seremos después de la pandemia y ninguno lo sabemos. Podemos especular. Pero ¿cómo seremos cuándo?: ¿cuándo salgamos de la pandemia, cuando podamos viajar, cuando nos podamos quitar las mascarillas, cuando se nos quite el miedo…? Es suficientemente complejo entender lo que nos pasa hoy como para pretender adivinar cómo seremos después.

¿Saldremos más aprendidos o más desaprendidos?

Las dos cosas. Estamos constatando varias cosas, y no es una opinión mía, sino algo que concluyen todos los estudios. Primero, somos absolutamente ecodependientes: hay una percepción social mayoritaria de que formamos parte de la biosfera y de sus vulnerabilidades, por ejemplo, un virus. En las dos primeras décadas de siglo se han generado distopías que tienen que ver con ataques informáticos o nucleares o con el cambio climático, pero un virus no se percibía socialmente como un peligro. Segundo, tenemos un concepto nuevo de la interdependencia: asumíamos la globalización como flujos financieros internacionales, o comunicaciones, pero pocas veces como ahora somos conscientes de que somos un solo mundo, y que cualquier cosa que sucede en cualquier parte del planeta es susceptible de crear efectos en el conjunto del mismo. Fíjese, solo pasaron cien días desde la alarma en Wuhan hasta que el mundo se para en estado de shock.

Si somos un solo mundo, ¿superaremos el virus al mismo tiempo?

Hasta que no estemos todos a salvo, nadie estará a salvo, esa es la conclusión. Lo cual choca de frente con las políticas de vacunas en ciertos países en desarrollo. Esto nos lleva a otra constatación: llevamos años diciendo que vivimos en la sociedad del conocimiento y de repente tenemos un virus que nos deja KO, aunque también es cierto que en tiempo récord, nueve meses, disponemos de distintas vacunas, cuando la del ébola tardó cinco años en estar disponible. Por un lado, hemos visto que en esta sociedad del conocimiento hay muchas cosas que no conocemos y, pese a ello, el conocimiento es capaz de avanzar a ritmos importante. Esto es clave resaltarlo. Justo antes de la pandemia estábamos en un momento de desprecio del conocimiento, de la verdad, de la ciencia, vivíamos en la época de los hechos alternativos del trumpismo, pero cuando llega el virus, ¿a dónde miramos? A la ciencia, a la que le pedimos respuestas.

Y a las autoridades, a la política.

Primero miramos al conocimiento, luego a los servicios públicos, al sistema sanitario, al educativo, a los servicios sociales. ¿Cómo nos van a dar prestaciones? Estos servicios también llevaban décadas cuestionados y con la pandemia han recobrado el protagonismo.

¿Nos enfrentamos los ciudadanos a situaciones traumáticas individuales o colectivas que tengan que ver con el contacto social?

El virus ha confeccionado un mundo nuevo y no sabemos cómo vamos a reaccionar ante él. Cuando estábamos confinados y solo salíamos a la calle a hacer la compra nos apartábamos de la gente en la tienda o en la acera; eso va desapareciendo. Teníamos miedo al contacto de nuestros hijos en el colegio, ahora todos van a clase. Digo esto porque estamos en la era de la incertidumbre. Es muy difícil intentar hacer proyecciones porque estamos sujetos a muchos vaivenes que no controlamos. No juguemos a ser adivinos porque creo que no aportamos nada si no es explicando lo que está pasando hoy, que no es sencillo.

¿Nos hemos vuelto entonces más escépticos?

Más que escépticos, creo que más miedosos. La incertidumbre genera miedo. Occidente ha recurrido a la ciencia o a la religión en busca de certezas, pero ahora muchas de esas certezas se desvanecen, otras se tambalean. El miedo nos puede hacer mucho más individualistas, más conservadores, es posible que nos haga rechazar más a los diferentes.

¿Ese es el modelo de sociedad en el que nos convertimos?

No lo sé, y nadie puede tener esa respuesta desde un punto de vista científico. Pero hoy somos sociedades más temerosas.

¿Cómo les debemos transmitir ese miedo a nuestros hijos, tanto a los pequeños como a quienes son adolescentes?

Compartiendo las explicaciones. Hay que recordar que ellos son el futuro y han de estar presentes en las decisiones que se tomen. Por ejemplo, si detraemos dinero de los fondos europeos de recuperación para destinarlos a deuda, estamos eliminando recursos para las generaciones venideras. Habrá que comprometerse a usar ese dinero en cosas que no empeoren el planeta más de lo que está. Es una cuestión de justicia intergeneracional.

¿Ha cambiado la percepción de la política y de su obligación de resolver los problemas de los ciudadanos en esta era de la incertidumbre causada por la pandemia?

La percepción social de la política es ahora peor. Esto lo constatan también los estudios. Desde el cuarto mes de pandemia, los políticos se destacan como la mayor de las preocupaciones, y a distancia de las demás. Asistimos a un fenómeno de desafección en dos sentidos: indignación, como lo fue el 15-M, y desenganche o pasotismo, ante la percepción de que la política no es útil y no resuelve los problemas de las personas, por lo tanto, los ciudadanos desconectan.