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Roi Piñeiro: "Hemos creado reticencia a las vacunas sin necesidad y en el peor momento"

El pediatra subraya que "existe mayor riesgo al tomar un ibuprofeno, una estatina, un anticonceptivo o muchos otros medicamentos, que tras recibir la vacuna de AstraZeneca, y por supuesto también con el tabaco"

Roi Piñeiro, en una imagen de archivo durante su participación en unas jornadas en Alicante

La suspensión cautelar de la vacuna de AstraZeneca, revertida después, ha sembrado dudas sobre la vacunación en el peor momento posible, en plena pandemia de coronavirus, y cuando casi toda Europa afronta una nueva ola epidémica.

Roi Piñeiro, jefe del servicio de Pediatría del Hospital Universitario General de Villalba (Madrid) y experto en vacunas, ha cuestionado la decisión de España. Acostumbrado a divulgar sobre ciencia médica y vacunas por todos los medios posibles, en congresos, libros, redes sociales y hasta en monólogos de humor, Piñeiro subraya que nada en la vida, ni siquiera dar un paseo, está exento de riesgos. Tampoco las vacunas, aunque sean los fármacos más seguros que existen.

Se ha mostrado crítico con la suspensión cautelar de la vacuna de AstraZeneca. ¿Se tenía que haber evitado esa suspensión?

Creo que se ha actuado de forma precipitada, y algo descoordinada. El hecho de que la Organización Mundial de la Salud y la Agencia Europea del Medicamento hayan pedido tranquilidad y que no se suspendiera la administración de la vacuna, contrasta demasiado con la paralización que se ha llevado a cabo en numerosos países. Esto ha provocado desconfianza en la población, y eso es justo lo que la ciencia debe evitar en un momento como este, en el que necesitamos al mayor número de personas vacunadas en el menor tiempo posible. Hemos creado “trombofóbicos” y mayor reticencia hacia las vacunas sin ninguna necesidad y en el peor momento posible. Es demasiado fácil generar fobias. Lo más difícil es recuperar la confianza. No soy experto en farmacovigilancia, pero más allá de eventos adversos muy infrecuentes, hay que tener muy en cuenta la repercusión de cada decisión que se toma. En este caso la prudencia excesiva, sumada con un poco de histeria colectiva y decisiones políticas aceleradas, han vencido a la ciencia. Por supuesto, admito que puedo estar totalmente equivocado y esta no es más que mi opinión personal.

Tampoco ayuda mucho que AstraZeneca publicase un informe con datos obsoletos, ¿no?

Desconozco los pormenores de estos informes, si bien parece que las diferencias entre una efectividad del 79% y una del 76% son poco significativas. Lo que sí es posible intuir es que ya estamos inmersos en una guerra comercial entre las diferentes vacunas, que nada tiene que ver con la salud, pero con la que nos tocará lidiar en más ocasiones. Lo peor de estas batallas es que generan aún mayor desconfianza en el ciudadano.

Publicó una trilogía de libros para padres y sanitarios bajo el nombre de “Dudar es lógico”. ¿Dudar de la vacuna de AstraZeneca es lógico?

Dudar siempre es lógico. Y es necesario. La duda nos lleva a la búsqueda de información. Eso es bueno, siempre que no caigamos en la infoxicación. Para evitarlo, nada mejor que buscar información en fuentes oficiales y contrastadas, alejándonos de opiniones personales, aunque procedan de prestigiosos científicos. Ojo, entre estas opiniones también incluiría la mía, aunque prestigioso no me considero. En el caso de AstraZeneca, además de las dudas lógicas, se ha sumado una enorme desconfianza. Para todas aquellas personas que duden ahora mismo, mi recomendación siempre es la misma. Si no temen los posibles eventos adversos del ibuprofeno, no tienen ningún motivo para tener miedo de los posibles efectos secundarios de la vacuna de AstraZeneca, ni de ninguna otra. De hecho, existe mayor riesgo al tomar un ibuprofeno, una estatina, un anticonceptivo o muchos otros medicamentos, que tras recibir dicha vacuna. Por supuesto, mayor riesgo también con el tabaco. No deja de ser curioso ese porcentaje de la población que afirma que no quiere vacunarse pero sigue fumando, o toma un ibuprofeno con cualquier mínima molestia. No es nada coherente, desde luego. En cualquier caso, a quien hay que seguir temiendo es al SARS-CoV-2, cuya infección sí ha demostrado un riesgo elevado de fenómenos tromboembólicos, entre otros “efectos secundarios”. Y si una persona no desea recibir la vacuna, al menos que se informe bien primero sobre la COVID-19 y sus consecuencias. Que no tome su decisión por un miedo infundado, pues esa decisión siempre será tan incorrecta como irracional.

Suele recordar que las vacunas no son 100% seguras.

Nada en esta vida es 100% seguro. Cualquier alimento, cualquier cosmético, cualquier producto puede generar una reacción alérgica grave. Un viaje tampoco es seguro, ni siquiera un paseo. El riesgo cero no existe, y las vacunas no son una excepción. Sin embargo, el riesgo de un accidente al viajar en coche, tren, barco o avión es muy superior a cualquier posible efecto secundario grave de una vacuna. Hay quien cree que es mejor no vacunarse para evitar ese riesgo, pero no se plantea dejar de viajar, comer o, al fin y al cabo, vivir. Vivir no es 100% seguro.

Roi Piñeiro en su consulta

En Galicia se ha aprobado una Ley de Salud que algunos critican por establecer, supuestamente, la obligatoriedad de la vacuna en algunos casos. Vox la ha recurrido al Tribunal Constitucional. ¿La vacuna contra el COVID debería ser obligatoria en esta pandemia?

No es el momento, bajo mi punto de vista, de establecer una obligatoriedad. Ahora mismo creo que es un error. Hay que concienciar a la población sobre la importancia de la vacunación para superar definitivamente la situación de pandemia, pero sin obligar. Otra cosa muy diferente, una vez que la vacuna estuviera disponible para toda la población, es si no llegamos a ese 70% de inmunidad de grupo que se estima necesaria. Si no alcanzamos ese porcentaje, o el valor que finalmente se considere, la población española no estará bien protegida frente a la COVID-19. Eso ya es un tema de Salud Pública. Y en una situación de epidemia, se puede valorar la obligatoriedad de la vacunación para garantizar la protección de una determinada comunidad. Ya se verá entonces si es necesario o no, pero ahora mismo es una ley bastante inútil que tampoco ayuda a generar confianza en la población. Debemos vacunarnos y confiar en la ciencia, para protegernos a nosotros mismos y a nuestros hijos, padres, abuelos y amigos. Para poder volver a besarnos y abrazarnos.

Ha dicho que discutir con un antivacunas es como estar con un DJ: “Te cambia siempre de tema”. ¿Se ha enfrentado alguna vez a padres antivacunas? ¿Qué actitud adopta?

Sí, tengo bastante experiencia en este tema. La clave está en el respeto, la paciencia, el cariño y la empatía. No hay otra. Desde la confrontación no se consigue nada. Es una labor ardua, pero los resultados son muy gratificantes, sobre todo cuando el niño no vacunado comienza a recibir algunas vacunas. Incluso aunque no se consiga dicho objetivo, es igualmente satisfactorio poder charlar de forma tranquila con las familias, aclarar conceptos y solucionar muchas de las dudas que llevan a hacer pensar a algunos padres que lo mejor que pueden hacer por sus hijos es no vacunarlos. He asesorado aproximadamente a 80 familias en mi hospital. He conseguido convencer al 80% de los padres. De ellos la mitad optó por administrar todas las vacunas y la otra mitad por una vacunación parcial. Siempre es mejor una vacuna que ninguna.

¿Los contrarios a las vacunas suelen ser partidarios de las pseudociencias, de la homeopatía...?

Sí, son perfiles coincidentes. También suelen ser partidarios de dietas con exclusión voluntaria de determinados alimentos y tratan de utilizar lo menos posible los medicamentos disponibles, sobre todo antibióticos. Defienden la lactancia materna sobre cualquier otro tipo de alimentación durante los primeros meses de vida, punto en el que coinciden con los pediatras. Hay que buscar puntos de encuentro que ayudan a establecer un diálogo efectivo, de escucha activa y que genere confianza. Esto, por supuesto, no quiere decir que todos los vegetarianos sean antivacunas, ni que todos los seguidores de la homeopatía también lo sean. Son perfiles que se asocian, pero nada más.

Ya antes de esta pandemia hablaba de “infoxicación” por culpa de internet. ¿Se ha agravado con la pandemia?

Por desgracia, sí. La información más mediática no siempre es la correcta. Nos asustamos con trombos que afectan a un porcentaje infinitesimal de la población, pero luego queremos saltarnos todas las restricciones y salvar la Navidad o viajar en Semana Santa. Estamos en una escalada de incoherencia tan curiosa como peligrosa, de la que todos tenemos culpa. Además, se suman ahora las teorías de la conspiración, los chips, el negacionismo... ¡incluso de la nieve! Un problema añadido es que con las personas que creen en todo esto es más difícil dialogar, pues yo mismo como médico “formaría parte de la conspiración”. Por tanto, desde un punto de vista racional, es más complicado charlar de forma amigable, por mucho cariño y empatía que le quiera poner. Lo cierto es que ante un “conspiranoico” puede hacer más un psiquiatra que un pediatra.

¿La principal preocupación sobre el COVID-19 y los niños es el síndrome inflamatorio sistémico vinculado al coronavirus? ¿Ha tratado algún caso?

Sí, los hemos diagnosticado. En mi hospital no hay Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos, por lo que, una vez estabilizados, trasladamos a los pacientes a un hospital donde sí dispongan de dicha unidad. Por suerte, el porcentaje de niños que presenta esta complicación es muy bajo y en la mayoría de los casos la evolución es satisfactoria. El coronavirus se ha portado bastante bien con los niños, por motivos que aún hoy desconocemos, aunque existen algunas teorías que tratan de explicarlo. No obstante, es un motivo de alegría que no ha ocurrido en otras pandemias, como la de 1918. Todo esto habría sido mucho más duro todavía si la población infantil se hubiera visto más afectada.

¿Cómo ha evolucionado el conocimiento sobre el papel de los niños en la pandemia? Se ha dicho que apenas influyen en la transmisión. ¿Hasta qué punto esto es cierto y qué se sabe?

Se sabe poco todavía. En pandemias, no hay expertos. Se sabe que pueden transmitirlo también, y que la carga viral no es necesariamente menor que en los adultos, pero se desconoce cuál es exactamente su papel en la transmisión de la enfermedad. Se sabe que los casos son mucho menos sintomáticos y graves que en adultos y, sobre todo, que en personas mayores de 65 años. Estamos todavía en pañales con esta enfermedad, al igual que también lo estuvimos con el virus de la inmunodeficiencia humana [VIH] en los años 80. No obstante, lo terminaremos averiguando todo sobre este coronavirus que ha cambiado el mundo que conocíamos.

¿No es un poco escandaloso que en España no existan mascarillas FFP2 homologadas para niños?

Bueno, en realidad las mascarillas FFP2 se recomiendan sobre todo para personal sanitario, o personal que vaya a entrar en contacto estrecho con un paciente infectado. Para los niños, las higiénicas, quirúrgicas o caseras con filtros adecuados pueden ser suficientes, sobre todo para evitar la transmisión de la enfermedad. En menores de 3 años además no son recomendables y hasta los 6 no son obligatorias. No diría escandaloso. Diría que, como en otras patologías, los niños son a veces los grandes olvidados de la Medicina.

¿Qué cree que pasará con el SARS-CoV-2 una vez que hayamos alcanzado la inmunidad de grupo con las vacunas? ¿Se convertirá en un virus endémico y tendremos que vacunarnos cada año, como con la gripe?

La verdad es que no lo sé, es una posibilidad. De momento el virus ha demostrado que es capaz de generar muchas variantes, pero ninguna de ellas ha escapado claramente a la vacuna. No ha habido mutaciones tan relevantes como las que puede generar el virus de la gripe. Repito, de momento. Lo que sí veo probable es que, en un futuro cercano, el impacto del SARS-CoV-2 sobre la salud de la población no será mayor que el de la gripe, que sigue siendo importante, pero no tanto. Los médicos seguimos teniendo un enorme respeto a la gripe, el mismo virus al que parte de la población se refiere como “una gripecilla”. Seguramente tampoco le perdamos nunca el respeto al SARS-CoV-2, aunque parte de la población lo termine banalizando a “he pillado un pequeño COVID”. No es una burla ni mucho menos. Cuando lleguemos a esta situación, podremos decir que hemos dejado atrás la pandemia.

Paciente de riesgo enfermo de COVID-19: “Tenía una ansiedad imposible de calmar”

Como buen gallego, Roi Piñeiro afirma que “no hay nada mejor en este mundo que un buen pulpo á feira y el sonido de una gaita”. El “superpiñeiro” de la pediatría combina su vocación por la Medicina con la afición por el cine y a la música, pasión que, junto con su mujer, ha conseguido transmitir a sus hijos. “El mayor, de 10 años, ya es casi un profesional del piano. La pequeña, de ocho, ya hace sonar el clarinete como jamás lo conseguiré yo, por mucho que lo intente. Lo máximo que he conseguido es aporrear una guitarra para acompañar algún karaoke improvisado, o tocar el violín sin que los vecinos me increpen por ello”, comenta. Se acaba de cumplir un año desde que el pediatra pasó el COVID-19 siendo una persona de alto riesgo, ya que padece diabetes tipo 1.

¿Qué recuerdos tiene de la enfermedad?

Fue justo antes de empezar la Semana Santa. Recuerdo sobre todo miedo e incertidumbre más que síntomas graves, que no fueron más allá de dolores musculares, febrícula y eso sí, la anosmia eterna. Estuve más de un mes con una pérdida absoluta de olfato. Y todavía tengo alterados algunos olores, como por ejemplo la gasolina. Hay cosas que me huelen diferente. No mejor ni peor, pero sí diferente. Se llama parosmia y mejora con el tiempo, pero muy despacio. En marzo de 2020 prácticamente no se conocía nada sobre la enfermedad, salvo que los síntomas empeoraban de forma brusca en algunos pacientes a partir de la semana, sobre todo en personas de riesgo, como era mi caso. Recuerdo esa semana disimulando con mis hijos, mi mujer y mis padres: “Me encuentro perfectamente. Este virus no podrá conmigo”. Y me encontraba bien, pero con una ansiedad imposible de calmar, sin saber si en el plazo de una semana estaría ingresado en el hospital con oxígeno, como otros compañeros que habían empezado igual que yo y ya estaban allí ingresados. Puedo decir que, a pesar de la parosmia, tuve suerte. Me puedo y me debo considerar un afortunado.

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