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El único rival de Ayuso es un virus

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso

Desde antiguo, el voto en Cataluña y el País Vasco se independizó del resto del país. La hegemonía de Núñez Feijóo ha sumado a Galicia a esta liga disidente, y las evidencias más que vaticinios apuntan a que la comunidad de Madrid también se va a desgajar del tronco electoral español. En efecto, ¿qué queda pues, más allá de las anchas castillas? Isabel Díaz Ayuso satisface la pulsión identitaria madrileña, la necesidad de diferenciarse de una España identificada con los separatismos. La capital se aísla del Estado que anida en su interior.

La asignación de diputados es el capítulo más insignificante del sondeo del CIS sobre las madrileñas. El examen de las respuestas previas es desolador para la izquierda. Invierte a favor de Ayuso los resultados de Pedro Sánchez en el conjunto del Estado. En solo dos años desde la victoria socialista de 2019, la presidenta madrileña no solo se asegura un vuelco de treinta escaños, sino que ha logrado la devoción de una cuota sensible de madrileños. Mientras el resto de España incluye a la robot de Miguel Ángel Rodríguez en la casilla de cataclismos, la capital desea ser comandada por la nueva líder de la derecha española.

Descartados sus rivales por inoperantes, solo el virus que ya acabó con su admirado Trump puede derrotar a Ayuso. Su invocación a Putin a través de la vacuna Sputnik calca milimétricamente a la fabulación del ejército rojo que debía sostener a Puigdemont, para sellar la simetría absoluta entre los comportamientos de Cataluña y Madrid. Al margen de los imponderables epidemiológicos, el único antídoto a largo plazo consiste en el agotamiento espontáneo de la pulsión totalitaria, que ya detectaba Raymond Aron al señalar que «los militantes se agotan de construir una ciudad nueva y el repliegue sobre la vida privada apaga poco a poco la pulsión partisana». Ayuso se eleva hoy a objeto de culto, pero la principal virtud democrática es la paciencia.  

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