Laura tiene 38 años y su bebé nació hace tres meses. Esta madre inició un proceso de fecundación in vitro antes de la pandemia, pero se vio paralizado cuando se declaró el estado de alarma en marzo del año pasado. Ante esta situación, Laura -nombre ficticio- tuvo que congelar el embrión y seguir con el procedimiento en mayo.

Esta decisión, aconsejada por la Sociedad Española de Fertilidad, fue tomada por el Gobierno y las autonomías. A pesar de entenderlo dadas las circunstancias sanitarias, fue duro. "Me sentó fatal, había recurrido a la fecundación in vitro porque tenía bastante prisa por mi edad", explica esta madre. "En la clínica me comentaron que había más tasa de implantación del embrión con la congelación", lo que ayudó a que estuviera más segura pese a la espera. La segunda semana de mayo se llevó a cabo la implantación. Laura sólo tenía una oportunidad y salió bien.

Tras el embarazo comenta que al principio el virus le daba miedo, pero "quería llevar una vida activa", por lo que "me puse mi FFP2 y me fui al gimnasio; prefería estar sana por si me pillaba el virus". "Había escuchado de alguna amiga que había pasado la Covid embarazada que su bebé tenía anticuerpos". Para Laura era un alivio, ya que confiaba en que su cuerpo pudiera superar la enfermedad si era el caso.

La evolución del embarazo fue muy normal, con todas las pruebas habituales, aunque con algunas limitaciones. "A mi marido no le impedían entrar en las ecografías, pero es verdad que uno de las veces le trataron fatal, dejándolo apartado", lamenta.

A mediados de enero, y con la mascarilla obligatoria, tuvo a su primer hijo. Una experiencia que Laura define como "espantosa". "Parir con mascarilla fue horroroso, yo era negativa, pero aún así había que llevarla". Además, antes de entrar al paritorio se le hacen pruebas PCR a las gestantes y en el caso de dar positivo son atendidas en una unidad distinta. "Solo pude estar con mi marido; los abuelos y otros familiares conocieron al bebé cuando ya estaba fuera del hospital", explica. Laura cuenta que incluso esa situación fue beneficiosa porque disfrutaron de más intimidad.

Para que entrase otro acompañante en la habitación tenía que salir el que estaba, por lo que uno de los días Laura pudo estar también con su hermana. En la habitación del hospital tuvieron que estar todo el rato con la mascarilla, aunque al estar solos hasta el final "podíamos quitárnosla".

Pese a que todo resultó bien, su estancia en el hospital coincidió con la tercera ola del Covid-19 y fueron testigos de la tensión y el aumento de trabajo de los sanitarios. "La tensión crecía por momentos en el hospital", recuerda. Los partos respetados son complicados en pandemia, ya que no solo está limitada la movilidad y la comodidad de la madre, sino que la tensión tampoco ayuda.

"El primer día estábamos felices, pero después del parto yo quería salir de allí lo antes posible", dice esta madre, que explica que empezaron a llegar pacientes Covid y tuvieron que romper el protocolo de que las parejas estuvieran solas en la habitación. "Los médicos estaban muy serios con el tema de la mascarilla". Aún así, para Laura la sanidad se ha adaptado a la maternidad con las herramientas que había. "Como ha podido, siempre han intentado hacerlo bien", concluye.