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Crisis del coronavirus

Mascarillas y miedo al COVID: ¿Obsesión o precaución?

Psicólogos rechazan que se tache de “coronafobia” la prevención natural contra el contagio | Varios estudios y expertos niegan que las mascarillas causen daño social, educativo o mental en los niños

Una profesora y alumnos con mascarillas en un colegio de Ourense.

Tras casi dos años de pandemia, nadie niega que buena parte de la población está cansada de llevar mascarillas y de seguir otras medidas de salud pública. Pero donde no hay consenso es en considerar una obsesión patológica lo que para muchos científicos no es más que prevención sensata contra el contagio del coronavirus. “Llamar ‘coronafobia’ a la precaución natural es hacer luz de gas”, ha señalado el profesor de Química de la Universidad de Colorado José Luis Jiménez, uno de los científicos de referencia en la transmisión por aerosoles, para quien esta manipulación “es la única cosa que se propaga más rápido que la COVID”.

Para saber de verdad qué son las fobias, Jiménez recomienda leer a la psicóloga sanitaria María Gallego Blanco, quien rechaza rotundamente que se califique de “fobia” una simple precaución natural. Y pone un ejemplo: “Asistir a una reunión en un espacio interior en la que la mayoría está sin mascarilla, y sentir miedo o rechazo, es adaptativo, una respuesta normal ante un peligro real, no coronafobia”, subraya esta especialista gallega. “Hay una gran diferencia entre tener una fobia y estar informado y ser prudente”, añade, y enmarca esta narrativa en una “campaña para eliminar todas las restricciones escudándose en la salud mental”.

Coincide con ella la también psicóloga sanitaria Noelia Martínez del Castañedo, para quien la “coronafobia” “es un concepto inventado, no diagnóstico clínico”. Esta profesional asturiana recuerda que se el pasado año se hizo mediático otro “pseudodiagóstico” en la misma línea, el “síndrome de la cara vacía”: fue en mayo de 2021, después de que el Gobierno eliminara la obligación de protegerse con mascarilla en los espacios abiertos para volver a imponerla de nuevo poco después. “Ambos parecen términos acuñados ad hoc para impulsar narrativas políticas que justifican una vuelta a la normalidad a través de la psicopatologización de la precaución natural y el deseo de una protección posible ante un virus pandémico que ha matado a millones de personas y enfermado de forma crónica a un número aún inestimable”, argumenta.

Recuerda Martínez del Castañedo que el propio Fernando Simón ha usado el término “síndrome de Estocolmo”, otro “pseudodiagnóstico muy frecuente en las redes sociales, para referirse quienes no ven con buenos ojos la disminución de las medidas de control de la pandemia”. La psicóloga señala que “fatiga pandémica” es otro término pseudocientífico, y que “la salud mental es a menudo usada de manera estratégica para patologizar “ideas inconvenientes”.

En este sentido, María Gallego subraya que “sentirse preocupado por una pandemia global fuera de control en el contexto de políticas de salud pública espectacularmente débiles no tiene por qué reflejar ninguna obsesión personal”.

En la misma línea, Noelia Martínez del Castañedo explica que el miedo ante peligros realistas y razonables “no solo no es insano, sino que permite poner en marcha mecanismos de afrontamiento que son necesarios tanto para protegernos de los peligros como para contribuir a equilibrar la salud física y mental”. Esto es diferente, precisa, a una fobia, que es un “miedo intenso hacia animales, objetos, personas o situaciones concretas que se perciben de forma irracional como exageradamente amenazantes o peligrosas”. Añade que la sociedad se empeña en “patologizar las mal llamadas ‘emociones negativas’: miedo, tristeza, enfado, incertidumbre, frustración...”, “esenciales para impulsar el ajuste flexible a los desafíos vitales que caracteriza a las personalidades sanas”.

Suicidios

Martínez del Castañedo opina que la “banalización” y la “instrumentalización ideológica” de la salud mental y los suicidios durante la pandemia “ha llegado a cruzar unos límites obscenos”. Argumenta que el suicidio no ha aumentado en la mayoría de los países, con independencia de cómo han afrontado la crisis sanitaria. “Por ejemplo, en 2020, han descendido un 5% en EE UU y en Australia. En España ha habido un incremento importante de los suicidios, pero debemos saber que ya era la primera causa de muerte externa entre los jóvenes antes de la pandemia”, apunta.

En cuanto al uso de las mascarillas por los niños, esta psicóloga niega que la ansiedad asociada a esta medida sea un motivo frecuente de petición de ayuda psicológica por parte de los pacientes, y menos aún en el caso de los niños. “Las mascarillas no causan problemas de ansiedad". “Escuchamos más sobre cómo las mascarillas les están ‘traumatizando’ que sobre el impacto de quedarse huérfanos –3.600 niños españoles según el Imperial College–, el miedo a perder o ver enfermar de gravedad a sus seres queridos, o cómo sus problemas concretos pueden estar afectando a su salud mental. Estas declaraciones generalistas son una falta de respeto a las verdaderas víctimas del trauma y el maltrato. Todo menos lo esencial: relacionar la angustia de cada niño con sus circunstancias vitales particulares y hacerle las preguntas adecuadas. ‘¿Qué está pasando en tu vida, qué necesitas y cómo te puedo ayudar?’”.

Por su parte, María Gallego, que comenzó a aprender sobre psicología y niños en el servicio de pediatría de un hospital gallego hace tres décadas, recalca que “es falso que haya muchos niños con ansiedad por culpa de las mascarillas”. Cree que lo que verdaderamente afecta a la salud mental de los pequeños es “que no se haya acabado hace tiempo con la pandemia, los protocolos escolares ineficaces contra el contagio por aerosoles y la muerte o secuelas en ellos o en sus figuras de referencia”.

Ambas psicólogas apuntan a instituciones como la Academia Americana de Pediatría, que ha resaltado que no hay evidencia de que el uso de mascarillas interfiera con el desarrollo del habla o la comunicación social. Además, en España no son obligatorias hasta los 6 años, y los niños pueden pasar mucho tiempo cara a cara con miembros de la familia sin ellas, en sus domicilios.

Un estudio de la Universidad de Miami mostró que usar mascarilla en el colegio no afecta a la capacidad de los niños pequeños para aprender el lenguaje, incluso si tienen problemas auditivos. Walter Gilliam, psiquiatra infantil de la Universidad de Yale, ha señalado en un reciente reportaje de “National Geographic” que los niños “no tienen más dificultad para leer las emociones de una persona que usa mascarilla que las que tienen para una persona que lleva gafas de sol”.

En España, el Consejo General de Colegios de Logopedas ha afirmado que “no hay evidencia científica de que el uso de la mascarilla cause retraso del lenguaje”.

No hay tampoco evidencia de que perjudique significativamente la respiración. Un metaanálisis de 10 estudios muestra que la fluctuación de los niveles de CO2 y oxígeno entre adultos y niños que usan mascarillas se mantuvo dentro del rango normal.

Otro de los argumentos más utilizados contra el uso de las mascarillas por parte de los niños es el que sostiene que los pequeños que las llevan viven en una burbuja estéril y que no entrar en contacto con patógenos los hace candidatos a futuras alergias y a tener un sistema inmunitario desentrenado. FARO ya inquirió sobre esta cuestión en octubre, cuando algunas comunidades estudiaban retirar las mascarillas a los niños. La catedrática de Inmunología África González señaló entonces que “usar mascarilla en clase no significa que el sistema inmunitario no se vaya a desarrollar”.

Los alergólogos apuntan que los niños no van a tener más alergias por llevar mascarilla en espacios cerrados. La hipótesis de la higiene no dice que la alergia se desarrolle por una falta de exposición a patógenos en general, sino a ciertas bacterias, hongos y parásitos comunes en entornos rurales (establos, heno, leche no pasteurizada...). De hecho, algunos virus que se suelen contraer en la infancia se han vinculado con el origen de algunas enfermedades alérgicas y con una mayor sensibilidad a alérgenos pulmonares.

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