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Día Internacional de la Enfermería

"Cuantas menos enfermeras, más alta mortalidad"

Tras la pandemia, en la que tan visible se ha hecho su trabajo, este colectivo sanitario vuelve a sentirse olvidado y precarizado | Sus pacientes, no obstante, destacan el papel clave que ejercen en el sistema asistencial

Enfermeras preparando los medicamentos para los distintos pacientes críticos. MANU MITRU

La pandemia ha visibilizado su papel, pero ellas siguen denunciando las pésimas condiciones laborales que arrastran desde hace años. Bajas ratios, altas tasas de interinidad, un nivel de cotización inferior al de los médicos... Las enfermeras, apoyadas por sus pacientes, dicen basta ya y recuerdan que su trabajo tiene un impacto directo en la salud poblacional. Estos son los testimonios de algunos de estos profesionales y de sus enfermos.

David Oliver, enfermero en el centro de atención primaria (CAP) Montilivi, en Girona. DAVID APARICIO

David Oliver. “Como la pandemia mejora, ya nadie se acuerda de nada”

David Oliver, de 57 años, lleva toda su vida trabajando como enfermero. Primero en un hospital; ahora, en el centro de atención primaria (CAP) Montilivi, en Girona. La situación de su profesión, asegura, ha ido a peor en las últimas décadas. “Enfermería ha perdido muchísimo. El sistema sanitario catalán siempre ha ido muy corto en personal”, cuenta. Las pocas enfermeras que hay para una población envejecida en la principal demanda del colectivo.

Oliver explica que el gran declive de la profesión, que ya arrastraba problemas estructurales, comenzó hace 10 años, con los famosos recortes que nunca acabaron de revertirse del todo. “La pandemia ha visibilizado que faltan enfermeras porque se han ido al extranjero a trabajar. Y la gente que sale de las universidades, en vez de quedarse en Catalunya, se ha tenido que ir”, añade.

Las condiciones fuera son mejores. En Catalunya, según este enfermero, hay poca gente con plaza fija, muchas interinas y aún existen los contratos eventuales (“de una semana, de un mes…”). Según el sindicato de enfermería Satse, en Catalunya hacen falta unas 24.000 enfermeras. La ratio de enfermeras en el territorio (igual que en España) es de cinco enfermeras por mil habitantes, mientras que la media europea es de ocho por cada mil habitantes. El 'conseller' de Salut, Josep Maria Argimon, se ha comprometido recientemente en el Parlament a reducir la temporalidad en el sistema sanitario catalán hasta el 8%.

El covid-19 no ha hecho sino agravar esta situación porque hay un trabajo que no existía antes de la pandemia y que ahora debe seguir haciéndose, como la realización de pruebas diagnósticas o la vacunación contra la enfermedad. “Y, mientras tanto, intentamos ponernos al día con la atención de las enfermedad crónicas y todo ese trabajo que aún queda por hacer”, denuncia Oliver. Catalunya ha podido mantener las nuevas contrataciones de enfermeras que se produjeron con motivo de la pandemia gracias a los fondos covid.

Como el resto de sus compañeros sanitarios, este enfermero alude a las largas jornadas laborales en las que hay que atender a un volumen ingente de personas y a las que no se puede dedicar todo el tiempo necesario. “La gente envejece y tiene varias patologías. Las necesidades en los CAP son más altas que antes”, señala.

Estas condiciones afectan al estado anímico. “Estamos agotados”, insiste. Y, además, hay “tensión social” (pacientes que se enfadan al no ser tratados como les gustaría), “estrés físico y psíquico”. Según Oliver, las enfermeras tenían la “esperanza” de que sus condiciones mejorasen después del covid-19, que sirvió para visibilizar su trabajo, pero no ha sido así. “Por desgracia, cuando la pandemia mejora, nadie se acuerda de nada. Los convenios negociados no representan ninguna mejora para la enfermería”, concluye.

Marta Rubies, enfermera del Hospital de Traumatología y Quemados de Vall d’Hebron. RICARD CUGAT

Marta Rubies: “Hemos perdido un 30% de nuestro poder adquisitivo”

La enfermera del Hospital de Traumatología y Quemados de Vall d’Hebron Marta Rubies pone el foco en que las bajas ratios de enfermeras tanto en Catalunya como España afecta directamente a la salud de la población. “Está demostrado científicamente que, cuanto menos personal cualificado atendiendo a los pacientes, más alta es la mortalidad. La repercusión en la salud del paciente y bienestar es directo”, apunta Rubies, de 54 años.

Aumentar el número de enfermeras es precisamente la principal reivindicación del sindicato Satse. Pero para tener esas 24.000 enfermeras que necesita Catalunya haría falta que volvieran las 8.000 enfermeras catalanas que se encuentran en el extranjero (sobre todo, en Reino Unido). “Y, para ello, las condiciones deberían ser atractivas. Deberíamos estar en el nivel A1 de cotización [están en el A2]. El retorno no es nada atractivo”, reconoce Rubies.

Esta enfermera describe la situación en su hospital para ilustrar cuáles son las condiciones en las que se encuentra su profesión. “En Vall d’Hebron, el 70% de la plantilla de enfermería es eventual o interina. Si ni siquiera les ofrecemos estabilidad en la plantilla, ¿cómo van a retornar”, dice Rubies.

Satse también reclama para la profesión que se le reconozca los pluses de nocturnidad, peligrosidad y penosidad (que cobran, por ejemplo, los policías o los pilotos de avión) para así acogerse a una jubilación anticipada a los 60 años. Que se desarrollen las especialidades de enfermería y que se creen más plazas públicas en las universidades.

Según Rubies, cerca de un 50% de las enfermeras piensan en abandonar la profesión y el 80% de ellas han sufrido algún tipo de agresión. “El covid ha aumentado la tensión", certifica como su compañero Oliver.

Aunque cree que la ciencia ha avanzado mucho en las últimas décadas, las condiciones laborales han ido a menos. “Yo ahora mismo tengo el mismo sueldo que en 2009. Hemos perdido un 30% del poder adquisitivo”, apunta. Por eso, anímicamente, se encuentran “más lábiles, más vulnerables”.

Aunque sí siente el reconocimiento ciudadano al “esfuerzo titánico” hecho durante la pandemia, Rubies cree que ni el Estado, ni las empresas, ni las instituciones reconocen el trabajo de las enfermeras.

Ahora, en el hospital donde ella trabajo, ese “esfuerzo titánico” está centrado en recuperar toda la actividad que quedó atrasada por el covid-19. Se encuentran con que hay “saturación” en las consultas externas. “Hay gente que espera hasta tres o cuatro horas”, advierte. El reto es poner al día unos hospitales que están “colapsados” por todo lo que se dejó de hacer. “Y es difícil porque hay un déficit de gente”, dice Rubies.

Antonio Valdivia, paciente del área de Digestivo del Hospital Virgen de las Nieves, en Granada.

Antonio Valdivia: “Mi enfermera me cambió el foco negativo hacia mi enfermedad”

Antonio tiene 31 años y en 2007, con 16 años, le detectaron que sufre la enfermedad de Crohn, una afectación inflamatoria crónica del tubo digestivo que provoca dolor abdominal, diarreas, pérdida de peso y fatiga, entre otros síntomas. Antonio comenzó con estos problemas con solo 11 años pero el diagnóstico, como sucede con frecuencia, tardó en llegar. Además, hace cuatro años le diagnosticaron espondiloartritis, una enfermedad que causa inflamación de las articulaciones, en su caso sobre todo en la espalda y que está relacionada con la otra dolencia, dado que ambas están causadas por un fallo en el sistema inmune.

Antonio se encuentra ahora mejor pero hace unos años su dolencia era para él tan incapacitante y frustrante que “solo veía la parte negativa”. “Tenía una fatiga de la que no te recuperas por mucho que duermas o descanses, casi no te permite levantarte de la cama. Tenía fuertes dolores abdominales y diarreas constantes. La parte psicológica te afecta mucho porque tenía que vivir al lado de un baño y había probado varios tratamientos que no habían funcionado del todo”, explica.

Hace tres años comenzó a tener una relación "más frecuente" con Carmen, que es la profesional de enfermería de la unidad especializada de enfermedad inflamatoria intestinal del hospital Virgen de las Nieves, en Granada. Ella le “cambió la perspectiva”, le explicó que tardaría varios meses en recuperase y recuperaría la calidad de vida y al final Antonio “le ha dado la razón”. “Para los enfermos crónicos, los pacientes complejos, que vemos que no siempre los tratamientos funcionan o que las opciones terapéuticas se acaban y no lo asimilas la labor de las enfermeras es fundamental, hacen de psicólogos, nos resuelven las dudas, nos tranquilizan y a mí Carmen me ayudó a cambiar el foco, al ver la patología de otra forma”, señala.

Antonio se ha pasado horas y horas en el hospital de día y ha entablado con Carmen una relación mucho más intensa de la que mantiene con los médicos. “Me preguntaba por mis estudios, por mi trabajo, por mi familia, he tenido conversaciones con ella que dan para mucho más que los cinco minutos de la consulta, se ha convertido en alguien del entorno familiar y cercano”. De hecho, Antonio va ahora con menos frecuencia al hospital porque se pone él mismo las inyecciones necesarias pero tiene en mente pasar cualquier día de estos a saludarla. Además, el contacto telefónico sigue siendo constante porque Antonio a veces tiene dudas, sobre la inyección o sus efectos y Carmen sigue siendo el profesional sanitario de referencia.

Además de con Carmen, Antonio ha ido varias veces a urgencias y ha estado hospitalizado y siempre ha recibido “buen trato” de los profesionales de enfermería. “Yo las tengo todo que agradecer y no he encontrado casi nada negativo, son esenciales”, relata desde el conocimiento que le da ser además el técnico de área sanitaria de ACCU (Confederación Crohn y Colitis Ulcerosa).

Mario Habis Ayuso, con sus padres y las enfermeras que lo atienden en el Hospital La Paz de Madrid.

Patricia Ayuso. "Las enfermeras me han tratado como si fuera su hija"

La valoración que tiene Patricia Ayuso del trabajo de las enfermeras no puede ser más alta. “Me han tratado como si fuera su hija”, explica sobre el cariño, la atención y dedicación que ha recibido por parte de los profesionales de enfermería que trabajan en la unidad de hematología del Hospital La Paz, donde tratan a su hijo Mario Habis, que cuando tenía seis meses fue diagnosticado de hemofilia.

Ayuso tiene miles de historias que contar, como cuando le dijeron que Mario sufría hemofilia A grave: “Me derrumbé y las dos primeras personas que me atendieron en mi llanto fueron dos enfermeras, Feli y Carmen, que me tranquilizaron, me dieron besos, me sostuvieron... Ahora están jubiladas pero no me olvido de ellas”, relata.

También su hijo, que ahora tiene 10 años, tiene una impresión inmejorable de los profesionales de enfermería. Y eso que desde que tenía 9 meses el tratamiento de su enfermedad requiere pinchazos constantes para recibir la profilaxis, lo que para un niño no es sencillo. Pero “una buena enfermera es la que puede hacer que un niño lleve mejor o peor su enfermedad, porque aunque le hagan sufrir con los pinchazos, tienen una sonrisa siempre y hacen lo indecible para que el niño no sufra”, asegura Patricia.

Mario ha pasado por varias fases en su enfermedad. Hasta cumplir año y medio tenía que ir cada dos días a recibir la profilaxis en el hospital. A partir de esa edad, le pusieron un Porh-a-cath, que es un dispositivo que proporciona un acceso venoso permanente pero sus padres tuvieron que ir dos meses a diario al hospital para aprender a usarlo. “El vínculo entonces con las enfermeras fue a más porque yo era una pardilla en todo esto, no había visto una aguja en mi vida”, relata la madre. Además, el niño no quería ir, ya harto de tanto pinchazo de los profesionales y de sus padres en el proceso de aprendizaje, pero los enfermeros “se tomaban el tiempo necesario para convencerle, entretenerle, lo que hiciera falta”.

Su papel es fundamental, para mí están al mismo nivel que cualquier médico”, dice Patricia tajante, porque para su familia la labor de estos profesionales sanitarios es tan importante como la de los doctores, los rehabilitadores, los psicólogos, todos los que conforman la unidad especializada.

Cuando Mario tenía 7 años, le quitaron el dispositivo Port-a-cath y Patricia y su marido tuvieron que aprender de nuevo a pincharle pero en las venas. “Todavía recuerdo el día que di con la vena y las tres enfermeras que había dieron un grito de alegría y se montó una fiesta”. Y, en la fase actual, Mario se pincha solo.

Todas las enseñanzas de cómo pincharse, cómo desinfectar el material y las superficies, como evitar cualquier posible foco de de infección que puede ser muy grave para un hemofílico lo ha aprendido esta familia de la mano de Alfonso, Sara, Araceli y Carmina. “Ha llegado un momento que Mario no quiere que le atiendan más que ellos”, sostiene Patricia.

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