En Europa más de la mitad de los trabajadores dicen estar sometidos a estrés en su puesto de trabajo. Buena parte de los problemas de salud mental están relacionados con factores como la carga de trabajo excesiva, horarios muy largos o impredecibles, la conexión continua, monotonía, tareas sin sentido o la imposibilidad de promocionar.

Todas esas situaciones resultan dañinas, pero ninguna tanto como el acoso laboral, que llega a dejar secuelas incluso físicas. Insomnio, irritabilidad, depresión, ansiedad o falta de autoestima son algunos de los síntomas que sufren aquellos que están sometidos a la presión y la denigración laboral con el objetivo final de que abandonen su puesto.

En esa situación están Cristina Barea, de 36 años, y Carmen Utiel, de 56, dos mujeres que trabajan, respectivamente, de operaria en una empresa farmacéutica y como comercial en un concesionario. Ambas llevan alrededor de un año sumidas en una depresión por las situaciones a las que han sido sometidas en el ámbito laboral.

Hablan con EFE en presencia de su psicóloga, Inmaculada Villena, a quien han llegado a través de un proyecto de salud mental que Comisiones Obreras puso en marcha en enero del 2020 cuando detectó niveles insólitos de estrés, acoso y malestar entre los trabajadores. Por el servicio han pasado desde entonces unas 70 personas, la mayoría mujeres.

En el caso de Cristina, el acoso comenzó cuando tuvo que coger varias bajas médicas por las secuelas físicas que le dejaba su trabajo rutinario de operaria en una firma farmacéutica a la que entró muy joven y en la que siempre había estado muy reconocida.

"Mi responsable me decía que no se me quería por mis bajas"

Los dolores en un hombro le impedían trabajar. “Mi responsable directa me decía que no se me quería en la empresa por mis bajas”, asegura Cristina, que sufrió vejaciones, presiones, y desplantes en público -no en privado- de algunos de sus compañeros además de un castigo cuando trató de irse a otro departamento para alejarse del foco de dolor.

Tenía dolores de tripa, insomnio, aislamiento social y no se quitaba el trabajo de la cabeza hasta que un día sufrió un ataque de ansiedad en la empresa. Fue el médico de cabecera, que la conoce desde que era una niña, quien le diagnosticó que sufría acoso laboral.

Ella lo puso en conocimiento de la empresa. Le dijeron que la ubicarían en otra posición y así fue, pero le buscaron un lugar peor. “Me pusieron con la misma responsable y además en un puesto inferior al que tenía y más limitado”.

Cristina abrió un protocolo de acoso en su empresa que, según dice, no sirvió de mucho porque lo dirigen los jefes, los mismos que permiten el acoso, así es que ya ha tomado la decisión de desistir y está negociando la salida.

Sigue de baja médica. Estos son sus síntomas: “Insomnios, taquicardias, náuseas, dejar de comer, llorar, llorar muchísimo, muchos cambios de humor. Yo he llegado a tener pesadillas, de chillar, gritar y hasta pegar a mi pareja al lado en la cama, y muchos dolores de cabeza. Te ausentas porque dejas hasta de comunicar. Estás pensando todo el rato en el trabajo, tu problema que se te ha creado ahí y no sabes hablar de otra cosa, incluso ni hablas, ya llega un momento en el que solo piensas en eso”.

Tiene miedo. "A caer en ese rol otra vez. A ese machaque continuo, a que estás en un puesto y por tener una baja te van quitando del medio y te van relegando a puestos inferiores. A la presión”, dice esta mujer. Y añade: “Tienes que vivir para la empresa, para el trabajo. Ya llega un momento en el que como pongas un poco por delante tu vida personal tienes un perfil que no interesa”.

Descalificaciones para apartar a la sindicalista

Carmen Utiel, sin embargo, tiene claro que en el concesionario en el que trabajaba como comercial lo que no interesaba de ella era que era delegada sindical y se atrevía a decir lo que otros no querían escuchar. Sus problemas empezaron cuando la empresa familiar en la que trabajaba fue absorbida por otra. Los nuevos, dice, la quisieron quitar de en medio. “Les parecía un exceso que alguien pidiera cumplir con la ley para trabajar 8 horas y luego irse a casa”.

“Entonces empiezan las descalificaciones, las faltas de respeto. Todo muy sibilino, día tras día, hasta que llega un punto en que tú ya has cambiado completamente y estás con pastillas para la depresión, hecha una pena, con ayuda psicológica y sin muelas porque me las he destrozado”, dice Carmen.

Dolores de estómago, cansancio físico, no poder ver a la gente… “Me provoca muchísima ansiedad porque con 56 años, ¿adónde vas a trabajar?”, se pregunta esta comercial que tiene claro que su única opción es volver a una empresa en la que el clima era tan desagradable que alguien una vez le dejó en su despacho un conejo muerto.

La mayoría desiste

Muy poca gente en una situación de acoso vuelve a su empresa, cuenta Pablo Santiago, encargado de poner en marcha este servicio de atención psicológica en Comisiones Obreras, que reclama que los casos de acoso sean considerados accidente laboral para que las empresas se responsabilicen de las conductas que toleran o promueven en sus organizaciones y que se avance en España en general en la prevención de riesgos psicosociales.

“El empresario español no adapta el puesto de trabajo a la persona, entiende que todos los trabajadores se rigen por el mismo patrón y no tiene en cuenta que uno tiene unas fortalezas mayores, que otros tienen unas debilidades que otros no tienen, de forma que cada trabajador es distinto. Creo que España está en el vagón de cola, que en Europa esto sea entendido hace ya bastante tiempo y está bastante más avanzado del tema”, asegura este sindicalista.

La psicóloga Inmaculada Villena pone el foco en la necesidad de prevenir estas cuestiones formando no solo a los líderes, sino a toda la plantilla, en primer lugar para ayudar a reconocer cuándo uno está inmerso en una situación de acoso y también para aprender a poner límites.

“Una cosa es una crítica racional y otra son críticas absurdas continuas, descalificaciones personales, faltas de respeto, abusos…”, dice Inmaculada Villena, que pide también concienciación a los médicos de familia, que llamen a las cosas por su nombre e intervengan cuando detecten en sus pacientes situaciones de acoso, un problema que, alerta, sigue invisibilizado.