Al coger el taxi en la estación de trenes de Albacete le pedimos al conductor que nos lleve a 'Las 600'. El taxista nos escudriña por el retrovisor con cara de curiosidad, de extrañeza. Se hace el silencio durante varios segundos. “¿Para qué quieren ir ahí? Ahí no entramos ni los taxistas”, suelta. 'Las 600' es como popularmente se conoce al barrio de La Milagrosa, formado por unas 400 viviendas sociales construidas en los años 50 y 60 fuera de Albacete, pero que el avance de la ciudad acabó engullendo. El barrio, principalmente de etnia gitana, es conocido por ser punto de venta de droga (y de plantación de marihuana) y foco de insalubridad e inseguridad. A menos de un kilómetro de allí está la comisaría principal de la Policía Nacional, pero nadie en la ciudad se suele aventurar en su interior. “Hay muchas casas que tienen la luz pinchada y los de Iberdrola no quieren ni entrar, les da igual”, comenta un trabajador municipal.

El taxista para el vehículo justo en la frontera del barrio. “Yo ya les dejo aquí; es donde paro cuando traigo a gente a comprar droga”, suelta. Al entrar en La Milagrosa (alrededor de 2.400 habitantes) sorprenden varias cosas. La primera, escuchar el cacareo de los gallos, enjaulados en algunos de los patios interiores de los bloques marrones, rodeados de cacharros de todo tipo. “Algunas veces se hacen peleas, pero por entretenimiento, se les ponen protectores en las patas para que no se maten”, cuenta un vecino. La segunda, el fuerte olor a marihuana en algunas calles, debido a pequeñas plantaciones de maría. Y el tercero, la suciedad acumulada en algunas zonas, con colchones, latas, desperdicios...

“Deberíamos cuidar más el barrio. Vienen barrenderos, pero no dan abasto”, suelta Kati, que acompaña a una amiga septuagenaria que vende zapatillas de andar por casa ”por un euro“ en una suerte de mercadillo improvisado frente al único supermercado, de la mítica cadena IFA. Sobre varias lonas en el suelo, se pueden encontrar bragas, sujetadores, pijamas… “Aquí habemos gente buena, este es un barrio muy tranquilo, pero lo que hay es mucha miseria… aunque debería haber más guardias para que desapareciera la delincuencia”, admite al final de la conversación Kati.

Fachadas de las casas de 'Las 600'. ALBA VIGARAY

En lo de la miseria no le falta razón. 'Las 600', según los datos del Instituto Nacional de Estadística, es el barrio más marginal de España. La renta neta media es de 4.189 euros al año, de acuerdo a las cifras del Atlas de Distribución de Renta de los Hogares de 2020, recientemente publicada. Es decir, cada vecino vive con alrededor de 350 euros al mes. “Cuando se inició su construcción se pensó en casas pequeñas para personas con rentas bajas, para alquiler social, pero al final se generó un problema de gentrificación. En los 70 y 80 comenzaron a crearse bolsas de pobreza y exclusión”, apunta Juana García, concejala de Atención de las Personas.

Según datos municipales, el 90% de las familias de La Milagrosa tienen un expediente social abierto. De las 1046 pagas del Ingreso Mínimo Vital que se concedieron en 2021 el 20% fueron para familias del barrio. Desde el Ayuntamiento, aseguran, se han volcado en revertir la situación, con numerosos planes de empleo, formación y ayudas a las familias más vulnerables. “El 75% de las convocatorias del Plan social de empleo son para personas de allí. Son contratos de seis meses en puestos no cualificados”, explica la concejala.

Un vecino del barrio de La Milagrosa pasea por uno de los soportales. ALBA VIGARAY

En 'Las 600' es raro encontrar a alguien con empleo fijo. “Yo estuve seis meses trabajando de pintor para el Ayuntamiento, pero ahora estoy en paro, no me han vuelto a llamar. Ahora dos meses cobrando el paro y luego a morir por Dios... a buscar patatas, a pedir en la Iglesia”, explica Emilio junto a su mujer a la entrada del barrio. Ambos están sin trabajo. Tienen tres hijos. En la plaza frente a la Iglesia hay un bar y en sus mesas y en las zonas aledañas se reparten varios grupos de gitanos viendo pasar la mañana. Observan con atención al foráneo. La pared de un esquinazo de la Iglesia, que según los vecinos lleva meses sin abrir excepto para dar cobijo a actividades para los niños, luce carbonizada tras un incendio.

Los yonquis montan hogueras y se les fue de las manos

“Los yonquis montan hogueras para calentarse y se les fue de las manos”, cuenta una vecina con la sonrisa en la boca. En el interior del IFA se acaba de montar un coloquio entre las clientas y el cajero a cuenta de la situación del barrio, de la degradación, sin puertas en muchos portales, ni telefonillos, ni buzones. Las antenas rudimentarias cuelgan de las terrazas. Hay transformadores sin tapa, con el peligro que eso conlleva. “Es que nos han dejado de la mano de Dios”, protesta una clienta. “No toda la culpa es del Ayuntamiento”, le responden. El supermercado da la sensación de ser una suerte de plaza del pueblo, pero no es del gusto de todo el mundo. “Yo voy al Mercadona porque ese de ahí es muy caro. Aquí la barra vale un euro y en el Mercadona por un euro te dan tres”, sueltan dos mujeres, de etnia gitana, mientras charlan cerca del súper. No superan los 30 años. Las dos tienen el pelo recogido, van en chándal y una de ellas guarda el móvil dentro del sujetador.

Dice que empezó a trabajar para el Ayuntamiento “rascando pintura de las paredes” pero estuvo solo “dos días” porque se enteraron de que estuvo en la cárcel. “Me pillaron por robar. Aquí o robas o te mueres de hambre”, admite sin rubor. “Aquí no tenemos nada, ni empleo, ni estamos cobrando nada”, razonan ambas, que para mostrar el abandono del barrio señalan a un falso techo abierto en canal por el que dicen que caen las deposiciones de los baños de los pisos. “Las tuberías están rotas, y nadie las arregla”, atestiguan.

Un vecino muestra basura, desperdicios y restos de utensilios usados por los drogodependientes, en un portal. ALBA VIGARAY

Urbial, la empresa pública municipal que gestiona las viviendas tras la cesión de las mismas por parte de la Junta de Castilla y La Mancha, cobra de alquiler entre 30 y 70 euros -por pisos de entre una y cuatro habitaciones-, aunque muchos de los residentes están de okupas. Los vecinos dicen que no atienden sus reclamaciones cuando se estropean las cosas. “Mira como está esto, están aquí las papelinas de los drogadictos, la base, ¿si esto lo coge un niño y lo chupa qué?”, protesta un vecino señalando el descansillo de un portal que parece más bien un vertedero.

Un coche de Policía Nacional pasa por las calles del barrio lentamente, como si fuera parte del paisaje. “Aquí la policía viene a gastar gasoil y no ponen ni un columpio”, protesta Lucía. En este caso en concreto, según fuentes municipales, la empresa que trató de instalar un parque infantil hace tiempo cejó en su empeño después de sufrir amenazas: “Les dijeron que tenían que pagar para tener permiso para ponerlo”.

Israel tiene tatuajes por todo el brazo, y regenta el bar El Barrio, un local luminoso con decoración tropical y una enorme pantalla donde atruena una canción flamenquita del cantante gitano Kiki Maya. Un cartel en la pared anuncia el sorteo de un jamón. El local acaba de abrir hace un mes y se ha convertido en lugar de encuentro para muchos vecinos. A Israel, que rondará los 30 años, pendiente de oro en la oreja izquierda, tatuajes por los brazos, le conoce todo el mundo, y ha decidido abrir su propio negocio en la que considera con orgullo su casa, 'Las 600'.

Vecinas reunidas en uno de los soportales de 'Las 600'. ALBA VIGARAY

“Me he gastado el dinero que no tenía”, explica desde la barra, donde denuncia que en el resto de Albacete se ve al barrio como un gueto. “Han sido ellos quienes lo han convertido en un gueto, no nosotros”, responden de hecho muchos vecinos sobre la situación del barrio. Israel cuenta que el otro día entró una pareja de policías nacionales y se sorprendieron de que “fuera un bar normal”. “Me dijeron que debía poner un filtro de la gente que entra. ¿Pero qué filtro? Yo me he criado aquí con toda la gente y no se a qué se dedican todo el mundo. Este es un barrio normal, aquí viven muchas familias. Es que muchas veces en vez de ayudar te ponen trabas. Es que, fíjate, hasta el suelo de la terraza me la tengo que limpiar yo todos los días”, protesta mientras sale de cocina un bocadillo de chusmarro (carne) con patatas fritas y huevo, una de las especialidades de la casa.

Este es un barrio normal, aquí viven muchas familias. En vez de ayudar te ponen trabas

“En todos los sitios hay gente buena y mala, pero aquí no nos tratan como personas, nos tratan como ratas. Estamos dejados de la mano de Dios”, denuncia Inés, que también trabaja en el negocio. De las palabras de ambos se infiere que ser de “las 600” es un estigma con el que los vecinos deben lidiar: “Aquí hay chavales que van a buscar trabajo y cuando les dicen que son de este barrio les rechazan”. “Eso ocurre”, confirma la concejala de Atención a las personas. “Mi hijo se tuvo que ir a Castellón para encontrar trabajo”, razona Joaquín, de unos 50 años. “Aquí casi todos vivimos del paro, y somos más gente buena y trabajadora que mala, también te lo digo”.

Gallos de pelea en el patio interior de uno de los bloques de viviendas. ALBA VIGARAY

En el recorrido por el barrio nos encontramos con jóvenes que sí que trabajan, normalmente en franquicias de hostelería. “En construcción parece que se está moviendo más la cosa ahora”, señalan Emilio y Luis en uno de los soportales mientras echan un cigarro y pasean a un yorkshire. Con 14 años iban con sus abuelos al campo a las cosechas y tras dejar los estudios enlazan un trabajo con otro. Ambos, que lucen diversos tatuajes con el nombre de sus hijos y dibujos varios, dicen que lo de la criminalidad era “antes, cuando estaba más chunga la cosa”.

Se cuenta que cuando alguien de fuera del barrio entraba se le amenazaba. Que era terreno vedado. Varios vecinos sí razonan a este periódico que no debería ser delito “robar para dar de comer a tus hijos” y de hecho admiten que hay “pocos gitanos” que paguen la luz y el agua o el piso y además tengan trabajo. “Digo yo que pagando desde hace años 100 euros al mes ya habré pagado el piso de sobra, ¿no?”, es el razonamiento más repetido en el barrio, cuyos vecinos critican que recientemente les han cambiado el contrato de alquiler “para poder echarles”.

En una de las salidas traseras del barrio -está bordeado por las vallas metálicas que limitan una zona urbanizada donde el Ayuntamiento planea construir-, dos hombres tratan de arreglar la furgoneta Fiat Ducati con la que salen todos los días a buscar chatarra. Se les ha estropeado la bomba de gasoil. “Aprendimos mecánica en la calle, a lo callejero”, sueltan. Ganan entre 30 y 40 euros al día, pero hoy se les ha torcido ya la cosa.

- Oye, ¿y por qué ningún contenedor tiene las tapas?

- Pffff, no sé, las quitan para chatarra.

- Eso es que se quedó un chaval que estaba jugando encerrado una vez en uno y por eso las quitaron-, tercia un tercero

Un vecino de 'Las 600' arregla la furgoneta con la que va a recoger chatarra. ALBA VIGARAY

“Las quitan ellos. Al día siguiente de que se ponen ya no hay tapa”, confirma la concejala del Consistorio albaceteño, que aun así aprecia que es verdad aquello de que un niño se quedó atrapado en un contenedor, pero “de ropa usada”. Según Juana García, los diferentes programas desarrollados en el barrio, entre ellos el Plan Integra de 2015, donde se empleaba a los vecinos en trabajos que mejoraran el barrio, sí sirvieron “para bajar la conflictividad”. “Las personas que han querido salir del barrio han salido. Hay mucha gente mayor que no se quiere ir, y también ahora está cambiando un poco el perfil, están llegando inmigrantes en situación de vulnerabilidad”, razona la edil, que afirma que el Consistorio se deja año tras año “mucho dinero” en mejorar la situación.

Según explica, hay un trabajador social por cada 649 habitantes cuando la ratio en todo Albacete es de un empleado social por cada 9.000 personas. “El equipo de servicios sociales de atención primaria que tienen es el mejor dotado, con cinco trabajadores sociales, cuatro educadores y un técnico de empleo”. Además, hay una ayuda especial a las familias con la situación más delicada de 200 euros al mes durante medio año. Algunas de estas ayudas están vinculadas a que los niños vayan al colegio. Y es que uno de los problemas más grandes que se están encontrando ahora es el alto absentismo escolar después de la pandemia pese a que el 90% de los niños están becados con comedor y libros.

Otra de las dificultades que se encuentran es la venta de droga. Muchos vecinos están en la cárcel por delitos de menudeo. De hecho, hay muchas familias monoparentales. “El barrio va mejorando por todo el esfuerzo que se está haciendo y muchas personas están saliendo de la situación de vulnerabilidad”, sostiene Pascual Martínez, jefe de la Policía Local, que entiende que el estigma del barrio es complicado de borrarlo.

“En el tema de la seguridad hay una doble fuente de valoración. La objetiva, que responde a la casuística en el ámbito delictivo y la segunda, que es la sensación de inseguridad. Estamos mejor en la primera que en la segunda”, asegura en referencia a la poca iluminación nocturna que hay en el barrio y en las cantidad de puntos muertos del barrio, que no se visualizan a simple vista. “Albacete es la ciudad más segura de España [según un parámetro que mide robos, tráfico e incendios] y eso no ocurriría si hubiera una incidencia delictiva destacable en La Milagrosa”. Uno de los planes del Consistorio para levantar la pesa losa del barrio es generar vivienda pública en otros puntos de la ciudad, como en el sector 10, para que haya un efecto de dispersión y se puede trabajar con las familias a modo individual, pero es muy complicado: “Hay mucho sentimiento de pertenencia al barrio”.

Los vecinos, la mayoría en paro, suelen pasar la mañana reunidos charlando en pequeños grupos. ALBA VIGARAY

“Mira, pasa aquí”, nos invita un vecino rumano que charla con Joaquín mientras echan un cigarrillo -una inmensa mayoría de residentes fuma tabaco rubio- a entrar en su portal, el único con puerta y con buzones y muy limpio en comparación con los demás. “Es que esta es nuestra casa”, razonan ambos a los dos periodistas, que abandonan el barrio, que han recorrido sin cámara, haciendo fotografías con el teléfono móvil, sin dejar de tener un sustillo. “Os vamos a apedrear”, suelta desde un banco un grupo de chavales mientras cruzamos la plaza principal, en la que uno siente que siempre está siendo observado.