Salud mental y adolescentes

Noa, superviviente de un intento de suicidio: "Me salvaron los perros, llevo un año sin hacerme daño"

Adoptar a Gaspar, un voluntariado en la perrera de Manresa y un curso de terapia asistida con animales han sacado a esta joven de 16 años de la espiral de las autolesiones

Noa Ruiz, con uno de los perros con los que trabaja.

Noa Ruiz, con uno de los perros con los que trabaja. / EPC

Ángeles Doñate

Noa Ruiz López tiene 16 años pero a sus ojos se asoma mucha más vida. Nació en Monistrol de Montserrat, donde vive con sus padres, su perro Gaspar y sus nueve gatos. Tiene asperger y el instituto no era un escenario fácil para ella. Cometió un intento de suicidio tomando pastillas. Eso le llevó al primero de sus ingresos en una unidad de salud mental, del que salió para hundirse poco después en la pandemia. "Durante el confinamiento, probé a autolesionarme. Lo hice y me sentí mejor. Seguí y seguí. En aquel momento, era una salida. Sé que no era la mejor para estar bien, pero era la que encontré… Las autolesiones me llevaron a mi segundo y mi tercer ingreso", cuenta esta joven guerrera. De aquellos días recuerda que la atenazaba una ansiedad muy grande, que había demasiadas normas, que le faltaba la libertad que tanto le gusta. Corría el año 2020 de tan mal recuerdo para todos.

"Desde pequeña, había querido tener un perro. Cuando estaba ingresada, mis padres me propusieron adoptar uno. Empezamos a mirar anuncios por internet: buscábamos un cachorro porque con tantos gatos en casa… pero tropecé con la foto de Gaspar y supe que lo quería a él. Se lo dije a mi madre: tenía que ser él. Fue amor a primera vista. El 21 de junio de 2021 lo adoptamos. Tenía ocho años” explica Noa.

"Los perros me alegran el día, no me fallan, no me juzgan. Me hacen sentir bien", cuenta Noa

Sus silencios hablan más que callan. Hay que aprender a escucharlos. Al salir de su último ingreso, en el hospital de día le propusieron hacer un voluntariado en la perrera de Manresa. "Fui allí para ayudar a los perros. Al principio me costó mucho: aunque los tienen súper bien tratados, ves animales que no tienen familia, pasan frío...", cuenta con la voz algo temblorosa. "Para mí era difícil ir y no poderme llevar ninguno… Pero ahora sé que, cuando vas, les regalas un momento especial, solo para ellos. Cuidarlos me hacía sentir bien", recuerda. 

Lo que ni ella ni sus padres podían imaginar es hasta qué punto le harían sentir bien: "Llevo un año sin hacerme daño. Justo antes de ir a la protectora, me autolesionaba. Empecé a ir y no he vuelto a hacerlo. He encontrado algo que me gusta mucho, que me hace tener la cabeza centrada en otra cosa, me distrae. Los perros me alegran el díano me fallan, no me juzganMe hacen sentir bien", cuenta Noa, para quien "a veces, es más fácil establecer vínculos con ellos que con las personas. Son vínculos que te llenan, son especiales". 

Trabajo con animales

El destino siempre juega sus cartas: en la perrera, los caminos de Noa y Maribel Vila, del Racó de Milú, se cruzaron. La terapeuta le habló del curso de terapia asistida con animales que imparte su entidad. Alumnos y profesores se encuentran cada quince días: el sábado aprenden teoría y los domingos practican con sus perros. Noa es una de ellas. "Estamos aprendiendo muchas cosas sobre las personas y los animales. Por ejemplo, geriatría, salud mental o aspectos del autismo, pero también a leer las señales de calma o de estrés de los animales con los que trabajamos. Como me gustan tanto los animales y las personas -los abuelos y los niños pequeños sobre todo- ¡pues era evidente que me encantaría este curso!", recuenta.

"Hoy mi vida es una vida perruna", sonríe, ya que, además de ir a clase, es voluntaria en la guardería de la entidad dos días a la semana y se prepara para empezar una formación en entrenamiento. "Los perros me han salvado la vida. He encontrado un camino que me llena. El día que voy a la guardería, me levanto y el corazón me late muy fuerte. Soy muy feliz. Los perros están siempre contentos, jugando o descansando…", explica y confiesa que incluso sueña dormida que está allí. 

Enseñar a Gaspar a estarse quieto o a tumbarse le hizo aprender que cada perro, como las personas, va a su ritmo

No es de extrañar. Le esperan un montón de amigos que parecen humanos cuando los presenta: "Cada uno tiene su carácter, como las personas. Gaspar, mi perro, es un señor, lo que quiere es tranquilidad, y nada más. Se pone contento cuando sale pero no espera más. Como era muy mayor, tuvieron que presentarme a otro perro para trabajar con él. Fue Jazz, 'Jazzito', que es tremendo. Solo quiere comer y que le rasquen la panza, se pone contento cuando trabajamos con él pero no le va mucho, no le gusta demasiado. Druna es la perra con la que estoy ahora: es un amor, muy tranquila. A ella si le encanta trabajar. Le chifla y aprende muy rápido. Es mi perro ideal, una labrador". Reconoce que "todos tienen algo que los hace diferentes, todos tienen algo que darnos a los humanos".

El aprendizaje de la paciencia

A ella, por ejemplo, le gusta que las cosas le salgan bien y no tiene mucha paciencia. Para enseñar a Gaspar a estarse quieto o a tumbarse tuvo que invertir muchos días. Eso le hizo aprender que cada perro va a su ritmo, que hace falta paciencia. "Como cada persona, cada una es como es", reflexiona. De alguna manera, los perros le han ayudado a entender a sus congéneres. 

Algo que parecía imposible hace unos meses: ahora Noa se imagina un futuro. Sueña con trabajar con perros, como Maribel: "Este será un camino para mí. Seguiré formándome. No los dejaré". De momento, sus prácticas la han llevado al CRAE Natzaret, en Barcelona, donde todos los niños se sienten atraídos por ese algo inexplicable que tienen los animales.

"El otro día me fijé en Lluk, un husky que normalmente no es muy cariñoso. Dos hermanas de 8 y 11 años que viven allí llegaron a la sala. Se sentaron en el suelo. Lluk se acercó y se sentó al lado de una de ellas. Empezó a darle besos en la cara, algo que no hace casi nunca. Sintió que la pequeña necesitaba esos besos". Como ella y su gran corazón necesitaron las caricias de Gaspar, Jazz o Druna para volver a latir con fuerza. 

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