Violencia machista. El volumen de casos de parricidios a nivel nacional no es elevado, pero evidencia su vinculación con la violencia de género. Mayoritariamente, los agresores provocan daños psicológicos y físicos a su descendencia, llegando a ocasionarles la muerte en algunos casos, como método de venganza y castigo hacia su expareja.

El término «parricidio» se acuñó en la época romana y todavía existen dudas sobre su etimología. Lo que sí se ha definido con precisión es su concepto. Este hace referencia a la acción de dar muerte a un sujeto ligado al autor por especiales lazos familiares. Aunque se trata de un delito poco frecuente, el promedio anual de niñas y niños asesinados por sus padres en España asciende a siete casos. A escala mundial, cada año fallecen 200.000 jóvenes como consecuencia de un homicidio. Tanto es así, que el informe «Violencia juvenil. Función del sector de la salud en la prevención y la respuesta», elaborado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), establece que este es la cuarta causa de mortalidad entre la población joven.

El más reciente se produjo la semana pasada en Castelló, cuando un hombre mató a sus dos hijas de tres y seis años y, acto seguido, se suicidó.

Estos hechos establecen la necesidad de observar aspectos como la descompensación psicótica, la discontinuación de terapia farmacológica, el desempleo, la red social de apoyo o la ingesta de sustancias tóxicas para discernir las posibles causas de estos crímenes, así como el perfil psiquiátrico de los parricidas. «La investigación de este tema es de suma relevancia tanto para el tratamiento de estos pacientes una vez ocurrido el hecho, como para la identificación y posible prevención de dichos actos», explica Elvira Vague, psicóloga sanitaria especializada en violencia de género.

Pese a que numerosos expertos mantienen que no existen datos específicos en la personalidad de los agresores que los definan como tales, atendiendo a los casos que se han producido en los últimos años, es posible realizar una aproximación psicológica de estos. De este modo, Vague apunta que «esta conducta no suele responder a problemas psiquiátricos», sino a la violencia ejercida contra la mujer en la que «los hijos son empleados como herramienta para causar dolor a su progenitora».

No obstante, a esta violencia instrumental pueden añadirse motivaciones ideológicas y altruistas, en cuyo caso «los progenitores aman tanto a sus hijos que quieren liberarlos del sufrimiento inevitable que conlleva el simple hecho de vivir», expone la psicóloga. Las edades prevalentes de los agresores, como indica, están comprendidas entre los 31 y 50 años y, en su gran mayoría, estos suelen suicidarse. «El parricida suele experimentar un cóctel emocional en el que mandan la culpa y la vergüenza, dos de las emociones más destructivas en el ser humano que provocan que estos decidan acabar también con su vida», argumenta Elvira Vague.

Para la psicóloga es fundamental «indagar en las características de los menores y en las circunstancias que rodearon al hecho». Así, el estudio de la conducta criminal en la adolescencia es de vital importancia. De hecho, el doctor David Farrington planteó un modelo explicativo basado en la relevancia de la familia como elemento predictor de la psicopatía.

El estudio esgrime que el rechazo parental o las carencias afectivas pueden propiciar el desarrollo de jóvenes con rasgos psicopáticos.

Existen diversas variables a tener en cuenta en el desarrollo personal de un parricida que pueden aumentar el riesgo de cometer actos violentos. Entre estas destacan un estilo de crianza parental disfuncional, así como una educación basada en un modelo social machista. Del mismo modo, son influyentes la falta de apoyo, el estrés, el consumo de sustancias estupefacientes, el fracaso escolar o el haber sufrido malos tratos. Cabe destacar, como puntualiza Elvira Vague, que «los niños son los más vulnerables en los casos de violencia de género y violencia doméstica».

Intervención multidisciplinar

«La mayor parte de los menores que acaban muriendo a manos de sus progenitores han sido maltratados frecuentemente y han vivido en primera persona la violencia de género contra su madre», denuncia la psicóloga. Una situación que, en su opinión, pone de manifiesto que esta «problemática compleja requiere de una intervención multidisciplinar». Los últimos datos publicados por el Centro Reina Sofía reflejan que uno de cada cuatro jóvenes de entre 15 y 29 años normaliza este tipo de violencia al considerar que es una conducta «normal» en una relación de pareja. De hecho, la teoría intergeneracional de la violencia de McCloskey y Lichter establece que cuando el hijo es el agresor en el entorno familiar, la agresión más común se produce hacia la madre. Una actitud violenta que se correlaciona con los malos tratos posteriores infligidos a su pareja.

En este sentido, Vague recuerda que las autoridades tienen la obligación de fomentar el estudio de los menores víctimas de violencia de género desde el Observatorio de la Infancia, pues «resulta imprescindible la recopilación de información y la consiguiente elaboración de estadísticas de calidad en las que consten los menores como víctimas directas».

De este modo, la OMS propone desarrollar programas de enriquecimiento preescolar y social, así como formación parental, refuerzo de las respuestas a las víctimas de violencia y cumplimiento de los tratados internacionales.