Un homicidio involuntario seguido de un doble accidente mortal. Eso parece ser, en resumen, lo que sucedió la tarde del pasado 15 de noviembre en la planta baja del número 2 de la calle València de Utiel, donde fallecieron tres amigos de 26, 28 y 35 años de edad. Aunque en un primer momento se llegó a barajar que se tratase de un incendio fortuito, los primeros indicios, observados ya por los bomberos, empezaron a descartar esa posibilidad.

El foco principal del fuego estaba en la parte interior de la puerta de acceso a la casa y se propagó a una velocidad y con una virulencia poco compatibles con un incendio accidental. El siguiente paso, una vez que la casa se hubo refrigerado, fue la inspección ocular, realizada a media por especialistas del laboratorio de criminalística de la Comandancia de València y por los expertos en investigación de incendios de la Zona. En apenas unas horas se obtuvieron los resultados de las muestras: había acelerante, en concreto, gasolina, no solo en la base de la puerta principal, sino en otros puntos de la estancia. Incluso sobre uno de los cuerpos que, a su vez, presentaba un golpe en la cabeza.

El hecho de que se hubiese quemado en primer lugar la puerta exterior permitía aventurar que la mano homicida, de haberla, estaba en el interior, ya que nadie pudo salir de esa casa a tiempo.

Concatenación de hechos

El exhaustivo análisis del escenario ha permitido inferir, con un elevado grado de probabilidad, qué fue lo que sucedió aquella tarde entre las cuatro paredes de la vivienda propiedad del padre de uno de los fallecidos, Fernando, de Utiel, conocido como El Tato y de 35 años.

Del estudio de la escena y de los datos objetivos obtenidos a partir de las dos inspecciones oculares, junto con las declaraciones al entorno de los tres jóvenes que han tomado los agentes del equipo de Policía Judicial de Requena, los investigadores han deducido, como hipótesis más probable, que todo empezó con una discusión entre los dos hombres, Fernando, El Tato, y Alberto, de 26 años, conocido con el sobrenombre de El Rojo.

Varios allegados afirmaron que esa tarde El Rojo había anunciado que iba a pedir explicaciones a El Tato porque le responsabilizaba de haberle robado algo de su propiedad. De la inspección de la estancia donde estaban los tres, en la planta baja, se infiere que esa discusión derivó en una pelea entre ambos, en el transcurso de la cual uno golpeó al otro en la cabeza.

Como consecuencia del golpe, el agredido perdió el conocimiento. Lo que era un simple desvanecimiento -la autopsia confirmó que los tres inhalaron humo, lo que evidencia que estaba vivo- fue interpretado por el agresor como un homicidio. A partir de ese punto, y dada la presencia de gasolina en la estancia, la Guardia Civil concluye que el autor del golpe utilizó el combustible para rociar la habitación y destruir pruebas, pero una chispa hizo que prediera antes de tiempo, quedando los dos jóvenes atrapados.