De ser un hombre moderado, tranquilo, buen conversador, amante del diálogo frente a la confrontación y siempre a disposición de los vecinos, a los que recibía incluso en su casa, a ser un inútil que no servía para nada, algo así como «un móvil apagado», e incluso hasta «mala persona», dista un mundo. El que separa las definiciones que del alcalde de Polop asesinado, Alejandro Ponsoda, se están escuchado en el juicio que por su crimen se celebra en la Audiencia Provincial a los calificativos peyorativos que algunos de los testigos ponen en boca de Juan Cano, compañero en el PP, sucesor en la Alcaldía tras su muerte y acusado de haber encargado la ejecución a tres sicarios que comparten banquillo con él y con los otros tres considerados, como el expolítico, autores intelectuales del asesinato.

Un carácter afable, el del primer edil malogrado, que han coincidido en destacar testigos citados tanto por las acusaciones (la pública y la particular que se ejerce en nombre de sus hijas) como los llamados por las defensas. Comparecientes de ambas partes claramente enfrentadas han destacado hasta el agotamiento que pelearse con Alejandro Ponsoda era tarea harto difícil dado su talante negociador y su personalidad conciliadora y confiada. Quizá demasiado, según precisó una de las declarantes.

Con este retrato del perfil de una persona que, según han coincidido también todos, habría ganado las elecciones de calle con independencia del partido por el que se hubiera presentado, retumbó ayer especialmente en la sala la lectura a título póstumo que de la declaración de la también alcaldesa de esta localidad, María Dolores Zaragoza, realizó el letrado judicial.

Un testimonio rotundo en el que la mujer, quien ocupó la Alcaldía tras la detención de Cano y que falleció el pasado verano a consecuencia de un cáncer, relataba cómo su antecesor llamaba inútil a Ponsoda, al que le decía que no servía para nada, según lo recogido en esa comparecencia que se realizó en sede judicial en presencia de todas las partes. Una actitud que la exacaldesa interpretaba como presión para que el alcalde se marchara y le dejara el camino libre «pese a que él nunca hubiese ganado unas elecciones», concretaba. Palabras como puñales que Cano escuchó ayer sin mover un músculo.