Hace tiempo que la Guardia Civil no cree a Jorge Ignacio P. J., el hombre de 37 años que sigue preso en Picassent por el homicidio de Marta Calvo en su casa de Manuel el pasado 7 de noviembre. Pero ahora lo ha reflejado en un informe a la jueza de Instrucción número 6 de Alzira, entregado la semana pasada, en el que los agentes del equipo conjunto formado por agentes de Homicidios de la Comandancia de València y la UCO afirman que las evidencias reunidas hasta ahora «no hacen más que acrecentar las dudas en cuanto a la certeza» de que el acusado hubiese descuartizado a Marta en su casa de Manuel. Incluso de que hubiese arrojado los restos donde dijo haberlo hecho.

Aún así, dejan claro que la intensa búsqueda de su cuerpo en el vertedero de Dos Aguas, adonde habrían ido a parar sus restos en caso de que el presunto asesino hubiese dicho la verdad, se mantendrá, incluso por varios meses, ante la existencia de indicios que refuerzan su versión y que la Guardia Civil no ha logrado desmontar aún, como, por ejemplo, el posicionamiento de su teléfono móvil.

Marta Calvo, tal como adelantó en exclusiva este diario el 23 de noviembre pasado, desapareció en la madrugada del día 7 de ese mes durante una cita sexual con un hombre (luego se sabría que era Jorge Ignacio P. J.) en su casa de Manuel, desde donde envió un whatsapp con su ubicación a su madre.

El acusado se entregó el 4 de diciembre de madrugada en el cuartel de Carcaixent, tras 21 días en fuga y habiendo trazado una estrategia de defensa: dijo que había muerto accidentalmente en un encuentro sexual con cocaína -práctica conocida como 'fiesta blanca'- y que, asustado, decidió deshacerse del cuerpo descuartizándolo sobre el plato de ducha del cuarto de baño. Que luego lo distribuyó en nueve bolsas que arrojó en tres contenedores de Alzira y Silla, tras lo cual, asegura, compró guantes y bolsas de basura grandes en un supermercado de l'Olleria y dos sierras en una ferretería de ese mismo municipio, donde vivía en un piso alquilado (la casa de Manuel la tenía para sus encuentros sexuales con mujeres y, posiblemente, para guardar cocaína).

A la mañana siguiente, la del 8, tiró las bolsas en los contenedores y por la tarde compró en un gran almacén de bricolaje de Massanassa una botella de amoniaco con detergente que usó, dijo, para limpiar el baño de restos de sangre y un desatascador (todos contienen ácido clorhídrico o sosa cáustica) que, afirmó, arrojó por el desagüe de la ducha.

Las más que razonables dudas de los investigadores empiezan por la inverosimilitud de que arrojara bolsas con restos humanos de grandes dimensiones, como afirma, en los contenedores de Alzira, ya que estos van a parar a la planta de Guadassuar, una de las más modernas de Europa y totalmente mecanizada, en la que es prácticamente imposible que no fueran detectados. Por tanto, esa sería su primera mentira aunque el teléfono lo sitúe en esos contenedores la mañana del 8.

Pero es que, además, la botella de amoniaco que dijo haber gastado en la limpieza del cuarto de baño fue encontrada entera e intacta en un armario del piso de l'Olleria.

Las pruebas se vuelven contra él

Es más, durante la profunda inspección ocular de la casa de Manuel, en busca de vestigios biológicos que determinasen objetivamente la muerte de Marta en esa casa, los agentes de Criminalística tomaron muestras de raspado en seis puntos de las juntas que unen el plato de ducha con las paredes. Y ni una sola de esas muestras contenía restos o trazas siquiera de sustancias corrosivas, como los que contienen los desatascadores, ni de producto de limpieza alguno.

Tampoco el aspecto del baño, ya en la primera inspección ocular, daba la sensación de que alguien hubiese limpiado la casa, y menos con la profundidad que requiere eliminar las señales de un descuartizamiento.

Por tanto, los agentes están casi convencidos -aunque no por ello dejarán de buscarla en el vertedero, tarea que, anuncian, se prolongará «por varios meses»- que todos los pasos que dio Jorge P. J. y su declaración completa van encaminados a «entorpecer cualquier acción policial y judicial».

Y sostienen que, esas «incógnitas que distorsionan la verosimilitud del relato» del presunto asesino, «generan recelos sobre cómo, por qué y dónde descuartizó» el cuerpo de Marta y «dónde se deshizo» de él.

Por esa razón, buena parte de las investigaciones continúan protegidas bajo el secreto sumarial que le impide al abogado del acusado conocer el alcance de las averiguaciones de la Guardia Civil, y se espera que de ellas surjan nuevos indicios para poder localizar el cuerpo.

De lo que sí están convencidos es de que la muerte de Marta no fue «ni imprudente, ni accidental», sino producto de una acción homicida cometida por Jorge Ignacio P. J. provocándole una sobredosis con cocaína, exactamente el mismo método que habría utilizado con las otras dos mujeres muertas tras un encuentro sexual con él en sendos pisos de València, los días 25 de marzo y 15 de junio del año pasado. Incluso con las siete supervivientes que han contado que les hizo lo mismo

Solo así se explica, argumentan los investigadores, el celo del ahora encarcelado por ocultar el cuerpo y entregarse lo más tarde posible, buscando así que los forenses no pudiesen determinar las causas del fallecimiento ni acusarle de asesinato.

Sospechan que el presunto asesino usaba un sedante además de la cocaína

Las siete supervivientes sufrieron somnolencia, pérdida de conciencia y falta de sensibilidad repentinas

Jorge Ignacio P. J., en «su afán egoísta por satisfacer sus inclinaciones sexuales», introducía a sus víctimas elevadas cantidades de cocaína por vía anal y vaginal sin que ellas se dieran cuenta ni lo consintieran. Tanto las dos mujeres muertas tras su encuentro sexual con él en piso de citas de València -y también Marta Calvo, sostiene la Guardia Civil en su informe- como las siete supervivientes que han declarado hasta ahora ante ellos cuentan exactamente la misma experiencia.

Pero en esos encuentros no solo había cocaína. Al menos dos de las chicas llegaron a pensar que morirían, otra acudió a un hospital convencida de que había sido envenenada con algún tóxico distinto de la cocaína.

De hecho, todas, en sus declaraciones, relatan pérdida de conciencia, falta de sensibilidad en los miembros y somnolencia profunda de manera repentina nada más empezar el encuentro sexual. Ninguno de esos síntomas concuerdan con los efectos de la cocaína, sustancia que muchas de ellas solían ingerir, por lo que conocían cómo actúa.

Los investigadores tratan también de averiguar qué otra sustancia o fármaco pudo utilizar para anularles la voluntad y administrarles cocaína por todo el cuerpo hasta hacerlas convulsionar. Y, en ocasiones, morir, por lo que parece.