Tal día como hoy hace un año fallecía en la base de Agost, en Alicante, el legionario mallorquín Alejandro Jiménez CruzAlejandro Jiménez Cruz, de 21 años, tras recibir un disparo durante unas maniobras con fuego real. Lo que inicialmente desde el Ejército se explicó como un accidente desgraciado, en el que el joven había recibido un impacto de rebote en la axila, fuera de la protección del chaleco antibalas, se convirtió, tras una exhaustiva investigación de la Guardia Civil, en un cúmulo de negligencias. Los análisis de balística determinaron que el disparo que le mató fue tun tiro directo que partió del fusil de su propio sargento, que le atravesó el chaleco porque no llevaba las preceptivas placas metálicas, lo que lo convertía en inútil.

Los agentes constataron que desde el capitán hasta los compañeros del fallecido habían mentido reiteradamente en sus declaraciones, y habían acosado al único soldado que dijo la verdad, que se tuvo que coger una baja psicólogica. En la última ronda de declaraciones de los ocho imputados, realizada a finales de febrero, por si querían cambiar sus versiones a la luz de las últimas pruebas, todos mantuvieron sus declaraciones iniciales.

Mientras tanto, la familia del joven soldado fallecido lleva un año de duelo y se ha volcado, como acusación particular, en que se sepa lo que ocurrió de verdad en la base de Agost el 25 de marzo de 2019.

Las primeras investigaciones realizadas por un equipo de la Policía Judicial de Alicante ya les hicieron sospechar. El capitán al mando del regimiento al que pertenecía Alejandro Jiménez mostró una actitud hostil y poco colaboradora ante los agentes. Al día siguiente de su muerte reunió a sus soldados en formación y les conminó a decir la verdad respecto a lo que habían visto, pero añadió que no dijeran que el ejercicio había acabado sobre una loma, sino "unos cuatro o cinco metros más abajo". O sea, que dijeran la verdad, pero que mintieran. Hizo que los dos pelotones que participaban en las maniobras realizaran una reconstrucción de los hechos horas antes de la que tenía prevista hacer la Guardia Civil, y los soldados finalizaron en la posición falsa.

En cuanto se llevaron al joven malherido, varios soldados recibieron la orden de recoger las vainas que habían quedado sobre el terreno, lo que alteró gravemente la escena.

Los agentes de la Guardia Civil se encontraron con un muro de silencio. Ni los mandos ni los compañeros habían visto nada que arrojara luz en el caso. El único legionario que reveló a los investigadores las indicaciones de alterar los hechos fue sometido a un constate acoso, que le llevó a cogerse una baja por motivos psicológicos. Todavía no se ha reincorporado a la Legión.

Pero los intentos de manipulación fueron en vano. La Guardia Civil desplegó toda su maquinaria y medios técnicos, con sofisticados análisis de laboratorio, hasta concluir que la bala de mató al joven partió del fusil de su propio sargento, y que le alcanzó en el pecho, en la zona cubierta por el chaleco, pero que no contaba con las preceptivas placas metálicas, lo que lo convertían en inútil. Los soldados admitieron que nunca llevaban esas placas, que pesan dos kilos. Pero desde la muerte de Alejandro las llevan.

La Guardia Civil ha realizado un análisis sobre la trayectoria del disparo, en una nueva reconstrucción grabada en video. Los ocho imputados -tres oficiales, el sargento, un cabo y tres soldados- fueron requeridos a finales de febrero para prestar nueva declaración por si cambiaban sus versiones a la luz de estas nuevas pruebas. Todos ellos ratificaron sus declaraciones iniciales.