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Refugio para criminales de guerra, nazis y asesinos

La costa de la Comunidad Valenciana ha servido desde hace años como guarida de prófugos de la justicia de todo el mundo

Gerd Bremer, uno de los nazis que vivió en Dénia

El oficial de la SS Waffen SSGerhard Bremer y su mujer Almut fundaron su propio complejo turístico de lujo en les Rotes de Dénia, el Bremers Park Bungalows. Daban numerosas fiestas donde SSGerhard Bremer no dudaba en ponerse su uniforme, con sus insignias y condecoraciones nazis. También se le podía ver con su casacón blanco de gala del brazo de su esposa y con dos perros doberman. Es uno de tantos criminales de guerra que buscaron su guarida en la costa de la Comunidad Valenciana y donde encontraron el sol y el anonimato. Algunos como el oficial nazi también hallaron el lujo y la muerte, ya que está enterrado en el cementerio de esta localidad de la Marina Alta.

Pero tras los nazis, protegidos por la dictadura de Franco, llegaron otros criminales de guerra que sí enmascararon su pasado. Esta negra historia parece no tener fin. El último criminal capturado en el litoral valenciano ha sido «El Zarco», Luis Jhon Castro Ramírez. Paseaba su tétrico pasado por las calles de Benissa. El pasado día 13 el presidente de Colombia, Iván Duque, anunció el arresto de este «peligroso delincuente», condenado a 40 años de prisión por entregar a civiles colombianos para que fueran asesinados a sangre fría. Su siniestra especialidad, los «falsos positivos», consistía en «reclutar» engañados a campesinos (les prometía trabajo) que eran ejecutados y se hacían pasar por caídos en combate. Se le imputan el asesinato de 14 jóvenes con esa macabra práctica de los «falsos positivos», la muerte de otras cuatro personas en 2007 y la entrega de otras seis a la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que las liquidó sin piedad.

La Policía detiene en Benissa a un exguerrillero colombiano buscado por crímenes en su país

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En la costa valenciana también se han ocultado criminales de la guerra de Bosnia y Herzegovina. Veselin Vlahovic, apodado «Batko» y conocido como el «monstruo de Grbavica» (el barrio de Sarajevo en el que sembró el terror), asesinó a 31 civiles (ametralló en un cementerio judío a 15 miembros de una misma familia), violó al menos a 13 mujeres y torturó y robó a decenas de bosnios y croatas. Lo pillaron en 1998 al atracar a mano armada un café de Podgorica. Sin embargo, en 2001 se fugó de la cárcel de Montenegro en la que cumplía condena. Y se lo tragó la tierra hasta que en 2010 la policía lo detuvo en Altea por cometer asaltos violentos en este municipio, en la costa de Tarragona, en Dénia y en la Vila Joiosa. Los agentes se sorprendieron al descubrir que sobre ese delincuente de medio pelo pesaba una orden de búsqueda internacional por crímenes de guerra y contra la humanidad. España lo extraditó y en 2013 un tribunal bosnio lo condenó a la pena máxima de 45 años de prisión. Un detalle:«Batko» cometió sus tropelías con el grupo paramilitar Ángeles Blancos. Los despiadados criminales tienen una extraña fijación por el blanco.

Veselin Vlahovic el día que declaró ante el juez de Dénia

Nazis en Dénia

En el cementerio de Dénia también «reposa» Anton Galler. Los aliados lo detuvieron tras la Segunda Guerra Mundial. Comandó el batallón que en agosto de 1944, en plena retirada nazi de Italia, cometió la masacre de Stazzema. Dio la orden de rodear en la plaza del pueblo transalpino de Santa Anna a 500 vecinos y refugiados, la mayoría mujeres y niños, y de ametrallarlos y quemar sus cuerpos tras rociarlos con gasolina. No se le llegó a juzgar por un despiste burocrático. Y puso pies en polvorosa. Huyó a Dénia de la mano de Odessa, la organización que ayudaba a los prófugos nazis a burlar la justicia internacional. En la capital de la Marina Alta falleció de viejo (tenía 80 años) en 1995.

El nazi que convirtió Dénia en refugio de militares del III Reich fue Johannes Bernhardt. Combatió en la Primera Guerra Mundial en los frentes ruso y francés y obtuvo la cruz de hierro. Emigró de Alemania a España durante la Gran Depresión, e hizo fortuna con el tráfico de armas al bando franquista. Medió ante Hitler para que la Legión Cóndor del III Reich ayudara a Franco a ganar la Guerra Civil. El dictador le dio la nacionalidad española y le regaló cuadros de gran valor histórico, entre ellos uno del Greco.

Se cree que en Dénia también vivió el «doctor muerte» o «carnicero de Mauthausen», el médico nazi austriaco que sometió a atroces experimentos (inyecciones letales en el corazón de cloruro de magnesio)a los prisioneros

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Este negociante sin escrúpulos convirtió una suntuosa villa de Dénia de la época de la exportación de la pasa en «la casa de los Alemanes», desde donde dirigía la empresa Sofindus, que enviaba a la Francia ocupada wolframio, codiciado y escaso mineral extraído en minas españolas y utilizado para blindar los carros de combate nazis. Bernhardt se enriqueció y abrió esa ruta de escape de criminales a Dénia antes de buscar en 1952 más fortuna en Argentina. Fue un lince a la hora de mercadear con las miserias de la guerra.

También se sospecha que en esta ciudad de la Marina Alta se escondió en distintos periodos desde 1962 Aribert Heim, el «doctor muerte» o «carnicero de Mauthausen», el médico nazi austriaco que sometió a atroces experimentos (inyecciones letales en el corazón de cloruro de magnesio)a los prisioneros. Tras huir de Alemania se convirtió en un fantasma. Nunca se le encontró.

Otro fantasma nazi que se desvaneció tras pasar por Dénia fue Martín Borman, asesor de Hitler y secretario personal de Rudolf Hess. Cruel antisemita, firmó decretos de deportación de judíos a los campos de exterminio. Estuvo en el búnker de Hitler en Berlín en las últimas semanas de la guerra y fue testigo de la boda del Führer con Eva Braun.

Dictaduras latinoamericanas

Pero no solo criminales de esvástica optaron por refugiarse en la costa valenciana, al otro lado del charco y tras la caída de las dictaduras latinoamericanas, militares que sirvieron de brazo ejecutor en la llamada Operación Cóndor para acabar con cualquier atisbo de disidencia política a base de torturas, ejecuciones y desapariciones masivas, fijaron sus ojos en España, y más concretamente en la Comunidad Valenciana, para empezar una nueva vida a unos 10.000 kilómetros de distancia del escenario de sus crímenes.

El último en caer es Eduardo Augusto Ferro Bizzozero, un excoronel uruguayo acusado de genocidio durante la dictadura de Aparicio Méndez a finales de los 70. La Policía Nacional lo arrestó el pasado 27 de enero en Peñíscola, localidad donde llevaba viviendo en un apartamento con vistas al mar como un jubilado más de 73 años.

Su caso es seguramente el que menos se asemeja al resto al haber sido él quien a través de un intermediario contactó con las autoridades del país charrúa y mostró su intención de entregarse para responder por el secuestro y desaparición del militante comunista Óscar Tassino. Es algo muy poco habitual que un presunto autor de crímenes contra la humanidad ponga su cabeza en bandeja de plata para ser juzgado. Sobre Ferro pesan otras muertes como la del dirigente comunista Fernando Miranda o la desaparición de una estudiante de 19 años, secuestrada junto a su marido en el séptimo mes de gestación.

Augusto Eduardo Ferro AFP/Getty Images

«Eran terroristas de izquierdas y había que arrojarlos al mar», se jactaba otro criminal de guerra, piloto de los llamados ‘vuelos de la muerte’ durante la dictadura argentina, capturado en el aeropuerto de Manises en septiembre de 2009. Julio Alberto Poch justificaba sus acciones alegando que «era una guerra» y sin pudor narraba cómo drogaban y tiraban con vida desde su avión a los disidentes, al mar o al río de la Plata. Fueron precisamente estos comentarios a sus compañeros de la aerolínea holandesa para la que trabajaba en esos momentos los que llevaron a un juzgado federal argentino a ordenar la detención del comandante acusado de delitos de lesa humanidad. El represor argentino, que tenía un apartamento a su nombre en Xeraco, fue extraditado y pese a los testimonios y declaraciones autoinculpatorias, en las que no había muestra alguna de arrepentimiento, finalmente fue absuelto.

Otro compatriota fue detenido ese mismo año en la Comunidad Valenciana, en la localidad de Ontinyent, por haber participado en la detención ilegal, secuestro y torturas de al menos 18 personas en los años más corruptos de la Policía argentina. El subcomisario Jorge Alberto Soza llevaba 17 años escondido en la provincia, primero en Carcaixent y posteriormente en la capital de la Vall d’Albaida.

Rodolfo Eduardo Almirón M. Bruque

Completa este trío de bailarines del tango de la muerte el exdirigente de la Triple A Rodolfo Eduardo Almirón, arrestado en Torrent tres años antes, en diciembre de 2006. El jefe operativo de la organización ultraderechista argentina llevaba una vida tranquila junto a su mujer y salía a pasear a su perro todos los días por las calles de este municipio de l’Horta. Ninguno de sus vecinos sospechaba del terror que sembró entre 1974 y 1976 bajo el mandato del ministro José López Raga y la presidencia de María Estela Martínez, viuda de Perón. Se le atribuyen los asesinatos entre otros del diputado nacional Rodolfo Ortega Peña, el exjefe de la policía bonaerense Julio Tomás Troxler, el profesor universitario Silvio Frondizi, así como e l yerno de éste. Sobre sus espaldas pesa también el asesinato a tiros de un sacerdote en 1974. Murió en Buenos Aires en 2009 antes de ser condenado.

Son ejemplos de sanguinarios lobos de guerra que mutaron su piel para pasar desapercibidos en tierras valencianas como si fueran una oveja más del rebaño. Aunque por más que ahora permanezcan en sus madrigueras o tengan guardados sus uniformes llenos de polvo al fondo de un armario nunca dejarán de ser la muestra innegable e infausta del «homo homini lupus» (el hombre es un lobo para el hombre).

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