El martes, la noticia de la detención de siete jóvenes en Mallorca por vejar y torturar a un discapacitado durante las 48 horas que lo tuvieron secuestrado dejaba a la opinión pública con la sangre helada por la brutalidad de la acción. Sin embargo, una vez más, no todo es lo que parece. Un día después, las redes sociales empezaron a arder con el testimonio de decenas de jóvenes que daban la vuelta a esa información. A la cabeza de esa pequeña ‘revolución’, Elizabeth, una joven valenciana que a sus 19 años está liderando las acciones para contar qué hay en realidad detrás de esta truculenta historia y que ha decidido dar la cara "por justicia, porque esos siete chavales lo hicieron, pero porque él lo organizó, lo promovió y lo puso en marcha a cambio de dinero". Lo sabe bien porque ella es una de las jóvenes a las que tentó durante meses para que entrasen en su juego, disfrazado de proyecto audiovisual.

"Cuando otros del grupo y yo nos dimos cuenta de que era la misma persona y de que la Policía igual no estaba al tanto de todo lo ocurrido, llamamos a la Policía en Valencia. Nos dijeron que no era cosa de ellos y que llamásemos a Mallorca. Lo hicimos, y allí nos dijeron que buscásemos a los abogados de los chicos y se lo contásemos a ellos". Ella y otros guardan pantallazos, vídeos y fotos de conversaciones "que en mi caso empezaron hace casi un año" y que quieren aportar para que se esclarezca lo ocurrido.

Pero, visto el caso en los canales oficiales, optó por relatar en un largo hilo de Twitter, perfectamente documentado, todo lo sucedido. Su relato ha surtido efecto y ahora son decenas quienes rememoran episodios similares con ese hombre ocurridos en los últimos años.

"A mí me contactó por un anuncio que tengo en internet como animadora infantil. Hablamos por teléfono y me explicó que mi perfil era perfecto y que tenía un proyecto para grabar un vídeo largo en el que él iría salvando pequeños retos, muy inocentes todos, y que buscaba actores y actrices. Ofrecía entre 500 y 3.000 euros por el trabajo, que tenía formato de concurso. Incluso me envió un contrato. Parecía todo muy serio y, desde luego, no se le notaba ninguna discapacidad intelectual". La joven, estudiante de Integración Social, aceptó y él la metió en un grupo de WhatsApp. Ella entró en julio, pero el grupo llevaba mucho más tiempo. "Al principio, todo parecía bastante normal, pero conforme pasaban las semanas empezó a sugerir retos desagradables o extremos, o de tipo sexual, rollo depravado y sado, y eso ya no me gustó".

Todo en un fin de semana

A quien se le oponía abiertamente "lo echaba del grupo. Cuando el asunto se volvió turbio, yo silencié el grupo y me alejé del asunto. Hasta que un día me habló para pedirme un audio, como al resto, y empezó a insistir mucho, a todas horas, y a decirme que tenía que grabar las cosas sucias que le haría. Eso ya fue lo último. Daba hasta miedo". Elizabeth dio excusas y, finalmente, en octubre, ante su falta de respuestas, la echó del grupo virtual, bautizado por él como "Cambia mi look concurso".

La propuesta era reunirlos a todos un fin de semana —incluso les había prometido pagarles viaje y estancia a quienes llegasen de otras comunidades, aunque luego se iba retractando— y someterse a los retos. Si los superaba, no pasaba nada, pero si no, quien lo ejecutaba sumaba puntos mediante un sistema ideado por él. Cuánto más extremos, más puntos. El ganador se llevaría 3.000 euros, el segundo, 2.000 y el tercero, 1.000. Y por participar, reza el contrato que les enviaba para firmarlo, quedaba garantizado el cobro de 250 euros.

Las detenciones de los siete jóvenes se produjeron el domingo, tras pasar desde el viernes con él en el chalé de la madre de una de ellas, en Manacor. Le cosieron los dedos de los pies, le pegaron la boca con pegamento ultrarrápido, le clavaron chinchetas y le tatuaron penes en la cara. El juez les ha dejado en libertad con orden de alejamiento. En cuanto a él, admitió ante el magistrado que él había organizado y demandado esas acciones, pero que les había denunciado porque no quería pagarles. Las acusaciones, de momento, continúan adelante.

"A mí me daba pena, porque teníamos conversaciones, por WhatsApp y por llamada, en la que me contaba que desde pequeño se sentía mujer, y que su familia era muy católica y le había dado la espalda. Incluso me dijo que quería llamarse Ainhoa. Pensé que debía ayudarle, pero yo no sé siquiera si todo eso es cierto o era una forma de captarnos». La desconfianza empezó a cundir de tal manera que ya en las primeras semanas "muchos creamos un grupo paralelo sin él en el que hablábamos de lo rara que era todo. Así supimos que hablaba con todos individualmente y que a todos nos decía más o menos lo mismo, pero adaptándolo a cada uno para tocarte la fibra y que participaras".

"Cuando leímos la noticia, nos dimos cuenta enseguida de que era la misma persona, porque lo que decían que le habían hecho era exactamente lo que nos había pedido a nosotros de manera explícita: ponerle pegamento, hacerle comer cosas asquerosas, tatuarle penes, bragas y sujetadores en la cara y en el cuerpo, afeitarle las cejas... Entiendo que esos chicos tendrán alguna responsabilidad, pero lo que quiero es que se sepa que lo que le hicieron es lo que él pedía a cambio de pagar por ello. Es cierto que la mayoría nos salimos de la historia, pero habrá qué ver cuál es la situación económica de esos siete chicos y cuánto necesitaban esos 3.000 euros para quien ganase el concurso".

"Si no tenéis piedad ganáis más puntos. Yo aguanto todo"

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"Si no tenéis piedad ganáis más puntos", explicaba en uno de los grupos de WhatsApp creados. "Va a ser un concurso en plan secuestro. Será 'gore' cien por cien. Yo aguanto todo", anunciaba. Durante los últimos años, el hombre había convocado ya otros "concursos" parecidos. Según ha explicado la propia víctima a la Policía, en 2018 llevó a cabo una actuación parecida en Palma. Ofreció un premio de 2.000 euros, pero no les pagó y, según él, acabó detenido por la Guardia Civil.

El forense que lo ha examinado ahora ha concluido que el trastorno de inteligencia límite que padece, que lo discapacita en un 38 %, mermó sus posibilidades de rechazar los castigos infligidos, pero agrega que su estado mental no le impidió organizar el juego y dar su consentimiento a padecerlos de manera consciente. No está incapacitado judicialmente.