Opinión

Los alcaldes que no necesitaban muletas

No hemos parado de oír en las últimas semanas que a la mañana siguiente del 26M íbamos a poder hablar de qué bloque -izquierda o derecha- había ganado las elecciones, pero difícilmente íbamos a poder señalar quién sería alcalde. Pues todo lo contrario. Por lo que se refiere a las principales poblaciones de la provincia, se pueden escribir ya sus nombres: el alcalde de Alicante será el popular Luis Barcala; el de Elche, el socialista Carlos González; el de Benidorm, Toni Pérez, del PP; en Elda, Alcoy y Dénia tendrán la vara de mando Rubén Alfaro, Toni Francés y Vicent Grimalt, del PSOE. En Orihuela, a pesar de todas sus polémicas, Emilio Bascuñana, del PP.

Y lo más llamativo es que todos ellos repiten y todos podrán elevar en el pleno de investidura la vara de mando de la Alcaldía sin necesidad de pactos. Eso no quiere decir que no los hagan, para garantizar estabilidades y todo eso a lo largo de la legislatura. Pero no están obligados a ello. Desde luego no el popular Toni Pérez en Benidorm ni los socialistas Rubén Alfaro, en Elda, ni Vicente Grimalt, en Dénia, puesto que han sacado mayoría absoluta. Pero tampoco ninguno de los demás, ni Barcala, ni Carlos González, ni Toni Francés, ni Emilio Bascuñana, porque han sido los candidatos más votados en cada una de las poblaciones por las que se presentaban y pueden simplemente asumir en solitario el gobierno buscando pactos puntuales cada vez que corresponda. Me harté este domingo electoral de oir decir a representantes de diversos partidos, sobre todo de Vox y Ciudadanos, que el PP, en Alicante por ejemplo, tendrá que "sentarse a pactar" con ellos. Lo mínimo que podría exigírseles a esta gente es que se aprendieran la ley electoral. Barcala será proclamado directamente alcalde, sin tener que negociar nada, salvo que Vox se alíe con el PSOE, Podemos y Compromís y les dé expresamente su voto. O que lo haga Ciudadanos. ¿A ustedes les parecen posibles ese tipo de pactos? No, verdad. Pues ya está. Y lo mismo para el resto de grandes municipios. La ley es clara: si en el pleno de investidura nadie obtiene en la primera votación la mayoría absoluta de los votos, es proclamado automáticamente alcalde el candidato de la lista más apoyada por los electores en las elecciones. Y chim-pum. Los alcaldes del PSOE, siguiendo la estela del pacto de gobierno para la autonomía, es lógico que ofrezcan a sus socios en València entrar también aquí en sus gobiernos, pero los del PP no tienen cortesía alguna que guardar y sí mucho interés en no dar más alas a Ciudadanos ni tener que soportar a Vox.

Así que, para empezar, lo que las elecciones dejan es algo de claridad y menos lío. Habría que recuperar la entrevista que este periódico publicó con el que fue director técnico del tan criticado CIS y catedrático de la Universidad de Alicante, Antonio Alaminos, cuando dejó el cargo, antes incluso de que se celebraran las elecciones generales y autonómicas del pasado 28 de abril. En esa entrevista, Alaminos clavó el pronóstico. Dijo que la influencia de la primera convocatoria electoral sobre la segunda no iba a ser tan grande como se creía, advirtió de que la abstención iba a ser mayor en estas municipales que en las convocatorias de abril y predijo que, salvo que alguno de los grandes alcaldes se hubiera ganado una inquina especial por parte de los ciudadanos, todos seguirían en sus puestos. Así ha sido.

En el caso de Alicante, al pronóstico de Alaminos habría que sumar el que hizo para este periódico el martes pasado el sociólogo Antonio Balibrea, histórico militante socialista, que después de estudiar los resultados en todas las mesas electorales de la capital durante los últimos veinte años clavó el resultado por bloques que al final se ha dado: 16 para la derecha, 13 para la izquierda. Justo lo que ha salido.

Habrá que analizar en profundidad con el paso de los días estos resultados, en los que el PSOE crece pero no logra arrebatarle al PP ni Alicante (donde una vez más fracasó el partido, la campaña y el candidato, por más que Sanguino haya logrado tres ediles más que en 2015), ni ninguna de las poblaciones de mayor censo de la provincia que no gobernara ya antes de hoy. Y en los que la izquierda más allá de los socialistas sufre severos castigos, representados en el hundimiento de Podemos (que en 2015 concurrió bajo la marca Guanyar) en Alicante, donde se queda con los dos concejales que históricamente tuvo Esquerra Unida, con la que iba coaligada, perdiendo cuatro respecto a 2015, o el caso de Compromís en Elche, donde Mireia Mollà también recibe un duro varapalo tras cuatro años de coalición con el PSOE. Con todo, Compromís aún cuenta incluso con bastantes alcaldías pero Podemos no tiene ni una.

En la derecha, estas han sido unas elecciones en las que el PP ha aguantado el tipo mejor de lo que ellos mismos pensaban y el globo de Vox ha terminado por pincharse, puesto que obtiene representación allá donde concurre, pero es muy limitada y prácticamente en ningún sitio será decisivo, devolviéndole a los populares muchos de los votos que les había quitado. Pero sobre todo, habrá que ver qué le ha ocurrido a Ciudadanos, el partido que de dar el sorpasso al PP en las generales y autonómicas de hace menos de un mes ha pasado a tener unos resultados más que discretos, viendo cómo en la capital pierde un concejal (mientras Barcala lo gana), cuando arrancaron esta carrera con ínfulas de gobernar el Ayuntamiento; no gana ninguna Alcaldía importante y su voto, en la mayoría de los enclaves, solo sirve, como mucho, de comparsa.

En estas elecciones la izquierda se ha dejado unos veinte mil votos respecto a las de 2015 en toda la provincia mientras la derecha recupera en cifras redondas diez mil y se pone a su vera. Mucho que meditar, pues. Y no sólo aquí. También en el Consell, que seguirá teniendo a la Diputación enfrente.

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