El oso cavernario (2)

La violencia de género está en nuestros genes

Fue impuesta a la vieja Europa por una tribu asiática que exterminó a los hombres y sometió a las mujeres

Las raíces de la violencia de género son ancestrales.

Las raíces de la violencia de género son ancestrales. / Stefan Keller en Pixabay.

Alicia Domínguez y Eduardo Costas

Entre los años 5.000 y 4.500 a.C., una tribu guerrera procedente de Asia aniquiló genéticamente a todos los hombres de la vieja Europa, provocando que ninguno de sus cromosomas “Y” sobreviviera. Las mujeres pasaron de una cultura en la que gozaban de la máxima consideración, a otra en la que fueron discriminadas y arrojadas al infierno. Los europeos actuales somos descendientes de esos belicosos Kurganes, un pueblo para el que la violencia de género era cotidiana.

Alicia Domínguez y Eduardo Costas (*)

Sabemos que los seres humanos llevamos más de 250.000 años sobre el planeta. Y aunque le damos una extraordinaria importancia a nuestra historia reciente, lo cierto es que no existe registro escrito de lo que hicimos hasta hace poco más de 5.000 años. Ayer, vamos…

Consecuentemente, la mayor parte de nuestra historia está rodeada de misterio. Sin embargo, el progreso de la ciencia está arrojando nueva luz y contando un sorprendente relato acerca de la vida de quienes nos precedieron.

Por ejemplo, la genética nos está permitiendo conocer la historia de nuestras migraciones y de nuestra organización social. El estudio de los isótopos estables desvela con precisión cuál fue nuestra dieta, y si unos restos óseos están enterrados lejos o cerca del lugar en que nacieron. La comprensión sobre el clima y los ecosistemas antiguos nos están dando asimismo una idea de los retos cotidianos a los que tuvieron que enfrentarse nuestros antepasados.

Cazadores-recolectores

Durante la mayor parte de nuestra historia, el Pleistoceno, fuimos cazadores-recolectores nómadas que nos vimos obligados a migrar empujados por un clima extremadamente hostil e impredecible.

Es difícil asentarse en un lugar donde el cambio climático puede hacer que quede totalmente cubierto de hielo o convertirse en un árido secarral en pocos años.

En estas condiciones, la población mundial se mantuvo estable durante decenas de miles de años en unos 10 millones de personas que, en su mayoría, vivían en pequeños grupos de entre 150 y 200 personas.

Evolución lenta

La evolución biológica mediante cambios genéticos es lenta. Por eso todavía seguimos siendo animales inteligentes bien adaptados para ser cazadores- recolectores nómadas, aunque la tecnología moderna haya cambiado radicalmente, y en muy pocas generaciones, nuestro estilo de vida.

Pero nuestros ancestros eran genéticamente tan similares a nosotros que si una máquina del tiempo los pudiese traer al presente no tendrían problema alguno para ser ingenieros, médicos o expertos informáticos, como tampoco nosotros los tendríamos para vivir de la caza y la recolección si dicha máquina nos llevase al pasado.

Sin embargo, la secuenciación del DNA de los cazadores-recolectores de nuestra propia especie que poblaban Europa a finales del Pleistoceno, indica que eran de ojos claros y de piel oscura, una combinación que hoy en día nos parece extraña.

Riqueza cultural

Parece que aquella fue una época de gran riqueza cultural, paz y prosperidad. Había más recursos y una gran diversidad genética que, probablemente, era reflejo de una gran diversidad cultural.

En Europa predominaban las creencias en una Diosa Madre responsable de la fertilidad, con cultos politeístas que dejaron su huella en multitud de figuras de dioses y diosas bellamente esculpidas: la Venus de Willendorf, hallada en el yacimiento paleolítico de ese nombre, es un buen ejemplo.

Todo apunta a que, si no hubiese sido porque hace 10.000 años el clima se fue volviendo cada vez más estable, todavía seguiríamos siendo cazadores-recolectores.

Edades avanzadas

Pero con un clima predecible las reglas del juego cambiaron y todo se volvió más fácil. Literalmente, vinieron los buenos tiempos. Los esqueletos de los cazadores recolectores de ese tiempo muestran a individuos altos, sanos y que vivieron hasta edades avanzadas sin padecer enfermedades graves.

Entonces en el creciente fértil se desarrolló la agricultura. Los cazadores-recolectores empezaron a asentarse. Y a criar ganado. Todo indica que este no fue un proceso lineal. De hecho, los seres humanos desarrollaron asentamientos agrícolas y los abandonaron para volver a la caza y la recolección en multitud de ocasiones.

No es de extrañar. Sus enterramientos demuestran que los pueblos dedicados a la agricultura tenían menor calidad de vida que sus coetáneos cazadores-recolectores. Eran mucho más bajos (hasta 20 cm), padecían muchas más enfermedades y tenían una esperanza de vida varias décadas menor. Su nutrición era peor.

Convivencia pacífica

Pero tenían más hijos. Los destetaban antes, alimentándolos con leche del ganado y papilla de cereal molido. Sus poblaciones crecieron rápido. Los agricultores comenzaron a vivir en grupos mayores y pronto necesitaron expandirse, migrando poco a poco hacia la vieja Europa habitada por cazadores recolectores.

Pero las poblaciones ancestrales europeas no adoptaron fácilmente el modo de vida de agricultores. La genética demuestra que durante muchos siglos la expansión de la agricultura en Europa estuvo ligada a la expansión de los genotipos de los agricultores del creciente fértil. Seguramente tuvieron sus conflictos, pero durante milenios cazadores-recolectores y agricultores convivieron y hubo flujo genético entre ambos.

Mamáyev Kurgán es la colina que domina desde la altura la ciudad de Volgogrado, en el sur de Rusia.

Detalle de la estatua que domina Mamáyev Kurgán, la colina de la ciudad de Volgogrado, en el sur de Rusia. / Александр en Pixabay.

Cambio brutal

Pero hace poco más de 5.000 años todo cambió.

Un grupo de pastores vivía en la estepa póntica, una zona biogeográfica que abarca desde el norte del mar Negro y del Cáucaso hasta la frontera de Kazajistán. A diferencia de los europeos de entonces, que tenían piel oscura y ojos claros, estos pastores tenían la piel clara y los ojos y el pelo oscuros.

Su peculiar estructura genética es tan característica que puede rastrearse hasta la actualidad. Se les denomina los yamnaya. A nivel biológico, estos pastores desarrollaron genes que les permitieron degradar la lactosa siendo adultos. Pudieron beber leche y comer lácteos durante toda su vida.

Caballos domesticados

Lograron un hito tecnológico impresionante: por primera vez domesticaron caballos. Aprovecharon la capacidad de trabajo de estos animales, tanto montándolos directamente y como haciéndolos tirar de carretas. Comían su carne y bebían su leche.

Su cultura fue muy diferente. Por primera vez, creyeron en un Dios único, varón y patriarcal. Y se convirtieron en señores de la guerra. Construyeron los primeros asentamientos fortificados y elevados y enterraron suntuosamente a sus señores.

Pronto migraron hacia el oeste y en pocas generaciones, invadieron lo que hoy es Europa. En su legado nos dejaron el idioma indoeuropeo del que derivan todas las lenguas modernas que se hablan en Europa.

La primera persona en proponer esta hipótesis fue Marija Gimbutas, la gran arqueóloga y antropóloga de la Universidad de UCLA. Décadas de estudios analizando cientos de antiguos yacimientos la convirtieron en pionera de la investigación sobre las culturas del Neolítico y el Bronce Antiguo de lo que denominó la “vieja Europa”.

Kurganges a sangre y fuego

Gimbutas llamó a estos invasores los Kurganes. Según ella, este pueblo destrozó las culturas primitivas poco bélicas y matriarcales de la vieja Europa tras una rápida victoria militar con la que impusieron a sangre y fuego su lengua, religión y cultura. Y con ello, expandieron una de las más grandes lacras de la historia de la humanidad: la dominación y el abuso sobre las mujeres.

Las mujeres pasaron de una cultura donde gozaban de la máxima consideración, a otra en la que fueron discriminadas y arrojadas al infierno.

La teoría sobre la violenta y rápida imposición de la sociedad patriarcal de los Kurganes fue muy criticada por numerosos estudiosos, que mantenían que esa transición fue mucho más gradual y pacífica de lo que sugería la brillante profesora de la UCLA. Pero recientes estudios sobre la genética de los primitivos europeos muestran que la hipótesis Gimbutas tiene todos los visos de ser rigurosamente cierta.

Pruebas genéticas

A las pruebas genéticas nos remitimos.

Los varones heredan su cromosoma “Y” directamente de sus padres. Se establece así una secuencia patrilineal donde se puede rastrear el cromosoma Y de un varón desde su padre, su abuelo, su bisabuelo, su tatarabuelo...

La secuenciación de ADN extraído de restos humanos con más de 5.000 años de antigüedad demuestra que antes de la invasión de los Kurganes había un rico y diverso linaje de cromosomas Y. Pero tras la llegada de estos invasores, absolutamente todos los linajes de los cromosomas Y de los antiguos europeos desaparecieron en un corto espacio de tiempo.

Todo indica que los Kurganes protagonizaron el primer gran genocidio de la historia. Entre los años 5.000 y 4.500 a. C., los hombres en Europa fueron aniquilados (absolutamente ninguno de sus cromosomas Y ha llegado hasta hoy). Pero no hicieron lo mismo con las mujeres.

Marija Gimbutas, antropóloga de la Universidad de UCLA, víctima también de los genes kurganes.

Marija Gimbutas, antropóloga de la Universidad de UCLA, víctima también de la discriminación hacia la mujer. / Archivo.

Mujeres sometidas

Podemos seguir el rastro de los linajes femeninos durante generaciones a partir de su ADN mitocondrial, que es el mismo en madres, abuelas maternas, bisabuelas, tatarabuelas… Y eso es posible porque buena parte de los linajes anteriores a la invasión sobrevivieron llegando hasta la actualidad.

Los Kurganes mantuvieron vivas a las mujeres, pero a qué precio…

Antes de la llegada de estos bárbaros, las mujeres de la vieja Europa llevaban una buena vida (en la localidad de Österröd, se encontraron esqueletos de mujer extraordinariamente bien conservados). El estudio de sus huesos demuestra que solían ser altas, medían alrededor de 1,70 metros; estaban sanas, conservaban sus dientes sin caries y tenían varios hijos; vivían hasta edades muy avanzadas, algunas hasta los 85 años sin haber padecido, aparentemente, enfermedades graves.

De acuerdo a los datos de secuenciación del ADN antiguo, solían mantenerse durante generaciones en una determinada área geográfica, hasta que las obligaron a desplazarse siguiendo a sus belicosos señores.

Violencia cotidiana

La violencia contra las mujeres, y la población en general, se hizo cotidiana. Así, a partir de la invasión de los Kurganes aparecen tumbas con muchas personas muertas violentamente. En la localidad de Eulau (Alemania) se han encontrado enterramientos masivos de ancianos, niños y mujeres asesinados a hachazos.

La secuenciación masiva de ADN demuestra que unos cuantos Kurganes tuvieron cientos, e incluso miles de hijos, lo que indica que unos pocos señores de la guerra dispusieron de cientos de mujeres. Y con ello cambiaron nuestra herencia genética.

Antes de la llegada de los kurganes, no existía en Europa el haplogrupo genético R1a1 con el marcador SNP M17 en el cromosoma Y, pero en pocas décadas se volvió mayoritario. Los invasores diseminaron eficazmente sus genes eliminando los de los pobladores ancestrales. Se ha encontrado una inquietante correlación entre el incremento de la frecuencia de estos genes en las poblaciones y el aumento de las tasas de violencia de género.

Tolerancia a la lactosa

Gracias a esos genes, mayoritarios hoy en día entre nosotros, podemos digerir el café con leche en la edad adulta. Un beneficio mínimo si lo comparamos con los perjuicios que ese belicoso pueblo trajo: antes de su llegada, las diosas femeninas, bonachonas y apacibles, dominaban el mundo espiritual de la vieja Europa. Pero con ellos se impuso la cultura de un dios único, varón, poderoso, guerrero y lascivo. Y desde entonces las figuras femeninas pasaron a un lugar secundario en la religión.

Querámoslo o no, los europeos actuales somos descendientes de esos belicosos Kurganes. Heredamos sus genes, su lengua indoeuropea y sus mitos y creencias. Somos, en buena medida, el resultado de la invasión de un pueblo que hizo de la violencia y de la guerra su razón de ser. Un pueblo patriarcal y machista que sometió a la mujer y desplazó a las diosas femeninas. Un pueblo para el que la violencia de género era lo normal.

Y de aquellos barros, estos lodos…

Sorprendentemente, la mayoría de los genetistas y paleo-antropólogos cuyo ingente trabajo nos está permitiendo reconstruir la prehistoria de la vieja Europa, apenas citan a Marija Gimbutas, quien tuvo el extraordinario mérito de reconstruir certeramente la historia estudiando solamente los restos arqueológicos.

Como veremos en esta serie, muchas grandes científicas nunca consiguieron el reconocimiento que su talento mereció, víctimas también de una cultura de discriminación hacia la mujer que perdura hasta nuestros días.

(*) Alicia Domínguez es doctora en Historia y escritora. Eduardo Costas es catedrático de Genética en la UCM y Académico Correspondiente de la Real Academia Nacional de Farmacia.

Referencias

Fu Q. Et al (2016) The genetic history of Ice Age Europe. Nature 534, 200–205 (2016).

Gimbutas, Marija (1991). The Civilization of the Goddess: The World of Old Europe. Harper Edts. San Francisco.

Haak W et al. (2015). Massive migration from the steppe was a source for Indo-European languages in Europe. Nature 522, 207–211.

Gould, S. J. (2002). Structure of evolutionary theory. Cambridge, MA: The Belknap Press of Harvard University Press.

Mathieson I et al. (2018). The genomic history of southeastern Europe. Nature 555, 197–203.

Núñez C et al. (2016). Mitochondrial DNA Reveals the Trace of the Ancient Settlers of a Violently Devastated Late Bronze and Iron Ages Village. PLOS ONE 11, e0155342

Olalde I. et al. (2019) The genomic history of the Iberian Peninsula over the past 8000 years. Science 363, 6432 pp. 123