Antonio tiene 58 años, aunque camina con muchos más a cuestas. Y caminar camina bastante cada día, porque vive en la calle, en las calles de Torrevieja. Antonio, cuyos apellidos son Martínez Espinosa aunque no los necesita como presentación, no termina de recordar cuándo perdió su último trabajo en la construcción. Eso fue hace mucho tiempo y para él, cuya rutina básicamente consiste en caminar solo, el tiempo, siempre es el mismo.

Es una persona a la que reconoces enseguida a poco que te la hayas cruzado alguna vez. Baja estatura, desaliño general. Habitual para Policía Local, Guardia Civil y asistencias sanitarias que casi a diario, normalmente al caer la tarde, suelen recibir avisos de vecinos y conductores de la Plaza de la Habana y alrededores para apartarlo de algún vial en el que ha estado a punto, de nuevo, de sufrir un atropello. Porque él, que en su mirada lleva el destino de los que parece que ya no lo tienen, suele tumbarse donde le pilla el sueño, o el descanso, o donde sus piernas le dicen que ya ha caminado bastante, y se tiende entonces en el suelo. Da igual que sea en medio de la calle o al abrigo de las ruedas de un coche aparcado. Hecho un ovillo. Es «El Antonio».

El área de Servicios Sociales del Ayuntamiento conoce bien su caso. No es el único. Indigentes ocupan a diario los cajeros del centro de Torrevieja y obras abandonadas para buscar cobijo. Pero su situación de desamparo, por cercana y repetida, quizá sea la más preocupante. Se han intentado varias alternativas para mejorar su situación pero no han salido adelante. Por no tener, Antonio no tiene ni DNI. El municipio sí ha podido tramitarle una tarjeta sanitaria que suele utilizar bastante. Cuando no es la escayola en un brazo es una brecha en la cabeza, y su mano derecha, hinchada y amoratada desde el último atropello, ha perdido movilidad.

Los técnicos han recibido innumerables informes de los policías locales sobre sus intervenciones diarias con este vecino y la necesidad de que reciba ayuda. También desde Servicios Sociales, según explica la edil África Celdrán, se ha tramitado la documentación para conseguir una declaración de minusvalía física y psíquica de más del 60% que le permita percibir una pensión; se han elevado informes a la Fiscalía para lograr su internamiento en un centro de atención alegando deterioro de su equilibrio psíquico que forenses no han estimado necesario, y le han instado a iniciar un programa de desintoxicación en la Unidad de Conductas Adictivas de Torrevieja Salud.

Pero Antonio, que a estas alturas de su vida está más que de vuelta de samaritanas públicas y particulares, no lo acepta. El sigue caminando. A veces más erguido, a veces menos, según magulladuras y dolores, que es lo único que debe tener de sobra, aunque tampoco se queja. Ni pide. Ni se mete con nadie. El sigue ese destino incomprensible para los demás que le marcan sus ojos.

Siempre avanzando. Siempre adelante. Y sigue caminando por las calles de Torrevieja cosechando indiferencia y miradas incómodas a partes iguales.

A veces amarra como puede ese pantalón que tampoco es suyo con algún hilo, y vive de lo que comparten con él algunos vecinos de su confianza. «Me dan cinco o diez euros. Como algo, o me los bebo», sentencia. Para qué hablar más.

Son estos vecinos solidarios, que los hay, quienes tienen más claro que uno de sus mayores problemas es el alcohol. Y todos, policías, sanitarios, servicios sociales y vecinos, saben que algún día sufrirá un accidente fatal o lo provocará él que, lo que son las cosas, no se mete con nadie. Porque en el fondo, en ese continuar avanzando, siempre al frente, Antonio Martínez Espinosa es donde encuentra su propia dignidad.