El Ayuntamiento de Almoradí tiene previsto firmar hoy la compra del único vestigio que queda en pie del ingeniero José Agustín de Larramendi. Una vieja vivienda en la calle La Reina que sirvió para realojar a una familia sin recursos tras el terremoto de 1829. Se construyeron 124 de este tipo que fueron entregadas en 1832, pero todas las demás, y las que se levantaron en otros municipios, han sido restauradas en estos 187 años o tiradas para levantar otros inmuebles. Es la que se podría considerar la primera vivienda social de España. El próximo 21 de marzo se cumplirán 190 años del devastador terremoto que asoló Guardamar, Torrevieja, Benejúzar o Almoradí -el municipio más afectado y con más muertos-. Se perdieron 386 vidas, 47 iglesias y cuatro puentes. En la Vega Baja quedaron «asoladas» 2.965 casas y otras 2.396 «quebradas», siguiendo la terminología de la época. Muchas familias tuvieron que empezar de cero. El ingeniero Larramendi llevó a cabo la reconstrucción de las localidades devastadas. Tuvo mucho trabajo, sobre todo, en Almoradí, donde 192 personas murieron y donde se registraron los mayores daños.

Un año después, en marzo de 1830, se emitía una histórica Real Orden para reconstruir estos municipios, no solo la trama urbana, también para levantar las viviendas para realojar a los damnificados, entre ellos muchos sin recursos. Fue así como se levantaron las nuevas casas, dando prioridad «a las viudas y propietarios pobres» por parte del Obispo Félix Herrero. Por detrás irían las casas de las familias con recursos suficientes para construir inmuebles con ayuda y las personas pudientes a las que solo se les cedieron las parcelas. Por primera vez, la Corona española sufragaba viviendas para realojar a damnificados por una catástrofe natural. Así, se construyeron 124 casas de una sola planta para aquellas personas sin recursos, las que se pueden considerar el germen de lo que hoy conocemos como viviendas sociales, según explica el concejal de Patrimonio, e historiador, José Antonio Latorre. «No se tiene constancia anterior de que el estado financiara viviendas sociales, como hizo en Almoradí».

Hasta la fecha, el Estado solo había intervenido en casos aislados de concesión de exenciones fiscales o en el patronazgo de algunos proyectos filantrópicos de barrios para obreros, fundamentalmente en Madrid, como señala el arquitecto municipal de Almoradí, Víctor Rodríguez, quien concluye que esas casas son «un temprano ensayo de lo que será la incipiente estrategia de construcción de vivienda pública en España», cuyos primeros ejemplos no aparecerán hasta mediados de ese siglo, el XIX».

Sin alterar

De esas 124 viviendas solo una se conserva casi sin alterar con el sistema y elementos constructivos de entonces, en el número 33 de la calle La Reina. Una casa de 140 metros cuadrados que es lo único físico que queda del arquitecto Larramendi, junto a la trama urbana de los municipios devastados. El Ayuntamiento de Almoradí tiene previsto adquirir esta vivienda por la que desembolsará 46.000 euros a sus propietarios, José Andrés e Isabel Herrero, dos hermanos que la han heredado.

El inmueble cuenta con el suelo de tierra original, los techos con cañizo y entrevigado de madera de pino y las puertas de las habitaciones tal y como se entregaron en 1832. El resto está en ruina y será necesaria una gran rehabilitación para convertirlo en un museo de recuerdo del terremoto de 1829, que es la pretensión del Consistorio con esta compra. «Queríamos disponer de esta vivienda porque es la único que queda en pie, original, de Larramendi y temíamos que se pudiera deteriorar más de lo que está y, para el próximo mandato, la intención es rehabilitarla como lugar de recuerdo del seísmo que asoló la Vega Baja, ya que no existe en toda la comarca nada que recuerde este importante hecho de su historia», explicó ayer Latorre.

A la vivienda se accede por un portón doble -el original se conserva en mal estado y se hará una réplica como entrada al museo- y está distribuida en dos habitaciones, cocina con sala de estar y un patio con corral y cuadra. La mayoría de los vecinos humildes de la época se dedicaban a la agricultura y la ganadería, de ahí que Larramendi diseñara las casas reservando una estancia para los animales, cuyo único acceso era el portón delantero. La antiguedad de la vivienda, construida con mampostería de piedra caliza blanca y yeso, se puede comprobar porque la entrada ha quedado a unos 50 centímetros de la acera actual, tras asfaltarse diversas capas a lo largo de estos 187 años en los que se ha mantenido en pie la casa.

José Andrés nos abre la puerta de la que fue su vivienda: «aún conservo la cerradura y la llave original», que entregará al Ayuntamiento, nos cuenta. Una casa sencilla, que ni siquiera tenía aseo -bastaba un agujero en el patio- para realojar a las familias más humildes del municipio que lo perdieron todo tras el terremoto, y que pasará a ser el recuerdo vivo de esa catástrofe en la comarca.