Ayer se vendimiaba junto a la vetusta Casa Sala, una antigua casa agrícola con bodega, ahora abandonada, en un paraje poco conocido de las orillas del parque natural a caballo entre límite de términos municipales de Guardamar y Torrevieja. En este punto las viñas se asoman -literalmente- a la orilla de la laguna, y apenas cuatro metros las separan de flamencos, garcetas y chorlitejos, señores del humedal. Es una uva todavía algo verde la que se recoge aquí, pero tiene su explicación: «Queremos un vino espumoso con algo de acidez», explicaba Pedauyé, mientras se seca el sudor y recoloca la mascarilla.
Vinos espumosos, blancos secos, frescos, dulces, pero no empalagosos. Peauyé, que se hizo con el arrendamiento del productor tradicional Olegario Pastor Tévar, cuenta con el respaldo del bodeguero manchego, enólogo y precursor del proyecto, Pepe Rodríguez de Vera. Que el vino de La Mata podía ser mucho más que el que los vecinos de la Vega Baja, y sobre todo, los torrevejenses compran (o compraban) todas las navidades lo descubrió Rafael Navarro hace siete años iniciando a los materos en nuevas formas de comercialización y distribución. El relevo a esa iniciativa lo recogió Vinessens. Y lo comparte con Sopla Levante. Vinos gastronómicos, para comer y degustar, explica Pedauyé, que para sacarlos adelante se coge vacaciones de su trabajo habitual como funcionario ambiental. «Es una apuesta personal. No hemos ganado un céntimo de la producción del año pasado. Todo lo hemos reinvertido». Ahora comienzan a comercializarse en algunas tiendas gourmet y bodegas de Torrevieja, además de algunos de los restaurantes más populares y veteranos de la ciudad. Se encuentran vinos nombrados como los parajes de las viñas: «Pinomar», «Lomas del Polo», o el sombrío «La horca», del que cuenta la historia del lugar que en su finca, situada muy cerca del camposanto de La Mata, se levantaba la lóbrega estructura de la horca donde se ajusticiaba a quien se aventuraba a robar sal de la laguna matera. Sopla Levante contempla un proyecto ambicioso para elaborar vinos de velo de flor de larga crianza, de entre tres y cuatro años y en barrica, algo muy poco habitual en La Mata. «Tenemos datos documentados de que vinos guardados durante mucho tiempo, por rancios, tenían una capacidad de envejecimiento mucho mayor, y están increíbles. Nos importa recuperar patrimonio vitivinícola. No queremos sacarlo pronto y rápido, sino esperar unos años en algo que merezca la pena».
Biodiversidad
La biodiversidad de la uva de La Mata es también un filón por explotar: 17 variedades. «Eso nos habla de un patrimonio varietal genético muy antiguo», explica con pasión Pedauyé. «Cinco tintas, una rosada y once blancas. Que un pequeño reducto como La Mata tenga tal variedad nos habla de hasta qué punto ha estado enraizado el cultivo en la zona». Pedauyé asegura que la idea de que las viñas se multiplicaron sobre todo en los años 50, cuando se dejó de plantar forraje para los animales de carga de las salinas, es una creencia popular no del todo cierta: «Había más de 500 hectáreas de uva en producción en 1920, según las imágenes de vuelos de Ruiz de Alda y hay datos fehacientes de cultivo de viña en La Mata de más de dos siglos, con exportaciones a Nápoles, Génova, Sicilia, Portugal y Alemania».
Es un hecho tan relevante la biodiversidad concentrada del viñedo matero que en su caracterización genética colaboran el departamento de genética de la Universitat Politècnica de València, el departamento de genética de la Universidad Miguel Hernández, el Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA).