«No sé cómo las impresoras no se han quemado». La directora del Instituto de Enseñanza Secundaria de Benejúzar, Antonia Clemente, resume así el trabajo incansable de cuatro miembros del equipo directivo de este centro público y de dos profesores-ingenieros de Tecnología para fabricar 3.000 viseras de protección contra el covid. Se pusieron manos a la obra desde el primer día del estado de alarma, y la faena termina hoy con la entrega al instituto de La Vila Joiosa que les prestó dos de sus impresoras, de sesenta de estas viseras. La «campaña» es larga y este importante elemento de protección ha sido en este tiempo repartido en centros de salud, en el Hospital de la Vega Baja (500 viseras), a todo el claustro del colegio vecino Antonio Sequeros, a distintos comercios e incluso a ayuntamientos como el de Bigastro, que aportó oportunamente otra impresora.

«Hemos repartido entre todo el que nos ha pedido y al mismo tiempo ha podido aportar para que sea posible la elaboración de las viseras», indica Clemente. Incluso los inspectores de Educación de la zona se pusieron en marcha para coordinar las solicitudes de otros centros educativos del Bajo Segura y la provincia.

Las máquinas no profesionales, que ahora volverán a su cometido en las clases de Tecnología en los centros de secundaria, han estado sin parar modelando el plástico durante más de doce horas al día. Y los «profes» claro, al tanto también durante el periodo de confinamiento más agudo, se han coordinado en turnos para realizar los ajustes necesarios y realizar la distribución de este producto tan demandado.

Los profesores que han colaborado junto a las seis impresoras -tres de ellas prestadas por colaboradores-

La iniciativa solidaria terminó por extenderse de forma práctica al propio alumnado del centro. Sus 400 alumnos cuentan con su propia visera aunque Clemente advierte que este elemento de protección no sustituye en ningún caso a la obligatoria mascarilla.

Algunos alumnos la utilizan sobre todo para el momento del almuerzo, momento en el que está permitido desprenderse del tapabocas para dar cuenta de bocatas y refrigerios. Cada visera, eso sí, con nombre y apellido para evitar despistes. El aluvión solidario que impulsó en un primer momento la elaboración de estos artículos preventivos se fue diluyendo conforme el material profesional iba llegando por fin a los centros sanitarios o a los particulares pudiéndolo adquirir con más facilidad. Pero el trabajo coordinado y solidario del Instituto de Benejúzar es una de sus mejores lecciones para aprender.