Se acerca el de 1 de noviembre dedicado por las familias al recuerdo de los que ya no están. Son días de acercarse a las tumbas de los seres queridos y, con mimo redoblado, adecentar los nichos y acondicionar las tumbas. Crisantemos, gladiolos, rosas o claveles empiezan a lucir con frescor renovado y no dejar pasar el primero de noviembre sin detenerse unos minutos ante las tumbas de los que se han ido. Por todo ello no queremos llegar al próximo domingo sin escribir de estos puntos de reunión - los cementerios - en donde probablemente acabaremos todos.

El primer cementerio de la Torre Vieja se hallaba en lo que hoy son los números 9 y 11 de la calle Patricio Pérez, muy cercano a la edificación defensiva, siendo utilizado hasta el último tercio del siglo XVIII. El hallazgo de restos óseos humanos durante la cimentación y construcción de un edificio, a comienzos de los años setenta del pasado siglo, así lo indican.

Del segundo cementerio se sabe de su existencia a través de los libros parroquiales en los que la anotación de una defunción dice «en el antiguo cementerio, sito a la salida del pueblo al Levante del mismo». Estaba en el lugar que hoy ocupan los primeros edificios de los números pares de la calle Rambla de Juan Mateo, siendo hallados algunos huesos humanos al practicar una zanja para los cimientos del «Edificio Granada»; tenía una pequeña ermita, o capilla, en cuyo altar había un lienzo de Nuestra Señora del Rosario al pie de la Cruz, que se trasladó e instaló en la iglesia al ser derruida esta. Tenía cercano otro pequeño terreno -en lo que hoy es el «Hotel Fontana»- destinado a dar sepultura a los difuntos no católicos.

La primera persona de la que se tiene conocimiento de ser enterrada en este cementerio fue José Cortés, natural de Relleu «marido de Josefa Calaboio, que no recibió ninguno de los Santos. Sacramentos por no haber dado tregua su enfermedad, no hizo ninguna obra pía por no tener bienes para ello», su óbito ocurrió el 17 de septiembre de 1789, y así consta en el primer registro del libro primero de defunciones de la parroquia de la Inmaculada Concepción. Este cementerio estuvo en servicio hasta el 1 de noviembre de 1812, fecha en que quedó fuera de uso, debido al gran número de enterramientos, debido en gran parte al alto número de defunciones a consecuencia de una terrible epidemia de fiebre amarilla ocurrida en el año anterior, víctima de la que también murió el cura José Perales, el 24 de septiembre de 1811, tras contraer la enfermedad en el cumplimiento de sus deberes parroquiales. Al crecer la población de Torrevieja, aquel camposanto también había quedado muy cercano a las casas habitadas por lo que hubo de construir un nuevo cementerio, sin ser trasladados a él los cadáveres allí enterrados, siendo su suelo terraplanarlo con cal por miedo a la reproducción aquella terrible enfermedad, por lo que los restos humanos aún permanecen bajo aquella tierra.

Para el que el sería el tercer cementerio de Torrevieja, antes de su edificación realizó un estudio el médico cirujano al servicio de la administración de las Salinas, Manuel López Onrubia, natural de Orihuela, y previo examen de los terrenos de alrededor de la población, determinó el lugar que consideraba más apropiado para ello, esta vez a Poniente. Fue cercado y de le puso puertas, todo ello a cuenta y caudal de las Reales Salinas. Tenía su emplazamiento en la parte trasera de lo que hasta hace unos años era el hostal «Las Cibeles», más exactamente donde hoy se sitúa el establecimiento de cárnicas «Aldi», junto al canal del Acequión, El 1 de noviembre de 1812, Día de Todos los Santos, fue bendecido por el cura párroco Antonio Cortés, comisionado por el obispo debido a la urgencia del caso, entrando en servicio el 12 de noviembre, siendo primer «inquilino» un tal Simón Roba, marinero genovés de 26 años, que en su testamento dejó una importante dotación para que se oficiasen doscientas misas por el eterno descanso de su alma, que a un costo a seis reales de vellón cada una resultaba la cantidad de mil doscientos reales de vellón, que equivalían a sesenta duros de plata, en aquella época llamados reales de a ocho.

Dejó de utilizarse en 1888, en que fue clausurado, y los restos que en él reposaban fueron trasladados al nuevo y cuarto cementerio, que fue edificado de su caudal por el Ayuntamiento y al que, hasta el día de hoy, se le han ido haciendo diversas modificaciones, construcción de panteones, ampliaciones en superficie y número de nichos.