En el siglo XIV, la laguna que hoy ocupan las salinas de Torrevieja había sido donada a la ciudad de Orihuela, aunque el beneficio que el concejo oriolano obtenía era nulo, ya que la producción, explotación y venta de la sal únicamente podía realizarla la Corona, por haberse establecido un monopolio por el que únicamente la Real Hacienda podía negociar con ella.

En el año 1389, en las Cortes de Monzón, Juan I de Aragón autorizó a Orihuela la construcción de un canal que había solicitado, haciendo que comunicase la laguna con el mar, con objeto de aclarar las aguas y, al tener menos graduación salina, pudiera utilizarse como «piscifactoría» aun en los meses de verano en los que aumentaba su salinidad, pasando a convertirse en una albufera, aunque sólo produjo el desengaño y gastos infructuosos.

Dificultades más financieras que técnicas obligaron a aplazar el proyecto hasta 1439 en que, minuciosamente estudiado, se acordó abrir el canal de acuerdo con los capítulos aprobados por la corporación. La escasez de recursos disponibles impuso un nuevo aplazamiento.

Había casi transcurrido medio siglo, cuando en 1482 se abordó la empresa hasta que, agotados los fondos, hubo que recurrir a diferentes préstamos. Como resultaron insuficientes los fondos allegados, hubo de recurrir a la enajenación de una parte del viejo almudí -depósito de granos-, situado en la calle de la Feria de Orihuela.

En 1503 fuertes vientos de levante ocasionaron graves desperfectos en el canal recién terminado. Una vez más la laguna quedó aislada del mar. Como quiera que el pescado era necesario para el sustento de Orihuela, el concejo de la ciudad ofreció dar franco por veinticinco años el arriendo de la albufera a condición de reconstruir el canal. Anrich Masquefa y Pere Gómez Daroca se comprometieron a hacerlo así, pero sus esfuerzos resultaron infructuosos. Las obras tuvieron que ser concluidas por cuenta de la ciudad de Orihuela en 1509. La longitud total del canal resultó ser de 1.684 varas (aproximadamente 1.300 metros). El concejo prohibió faenar a los forasteros y fijó el precio de la mercancía en cuatro dineros el pecado grueso de menos de tres en libra.

La laguna de Torrevieja -conocida entonces por la albufera de Orihuela- defraudó la esperanza de los ediles. Los gastos de mantenimiento absorbían las ganancias, perjudicaban a las vecinas salinas de La Mata -por debajo de su nivel- y las aguas, mal comunicadas con el mar, resultaban demasiado salubres para la vida de los peces.

Orihuela dejó de prestarle atención, de forma que el canal no tardó en quedar cegado. El historiador oriolano Francisco Martínez de Paterna subraya que en tiempos del emperador Carlos I se perdió la albufera «por la poca diligencia que tuvieron los de Orihuela de su bocaza por donde entra el agua del mar en ella». En 1578, año de excepcional aridez, se desecó por completo pereciendo los últimos peces. Cuando escribe Martínez Paterna -año 1632- la antigua laguna ofrecía la bíblica semblanza de enorme salina natural en mitad de un campo fértil. El caso de la laguna de Torrevieja es un ejemplo más del cambio de clima sufrido por el mundo mediterráneo en el siglo XVI.

En 1590, observó el Concejo de Orihuela que los gastos de conservación de la albufera eran superiores a los productos y cortó la comunicación de las aguas. Aún volvió a intentar después la creación de la albufera, pero tocó los mismos resultados y tuvo que abandonar el proyecto.

Según consta en el Archivo Municipal de Orihuela, quedó suspendido tal proyecto hasta 1721, que hicieron la última tentativa abriendo de nuevo el acequión para que comunicase con al mar y así poder sostener el pescado, y el 29 de enero de 1723 la arrendaron por cuatro años para la pesca, abonando 100 pesos anuales.

Fue un total fracaso pues la transformación de la laguna salina en albufera perjudicaba en gran manera a los campos que la rodeaban, como se explica en el acta de la sesión que celebró el ayuntamiento de Orihuela el 14 de noviembre de 1739.

El 30 de septiembre de 1758 se expidió una orden por el gobierno de S. M. mandando al municipio de Orihuela poner al corriente la albufera de Torrevieja; pero el ayuntamiento, que por experiencia conocía lo inconveniente del proyecto y los perjuicios que sufrían los terrenos limítrofes a la laguna y que las anteriores inundaciones del mar habían esterilizado ensanchando el círculo del criadero de sal, lejos de cumplir el real mandato, suplicó respetuosamente su revocación.

Insistió el gobierno, y como los dueños de los terrenos que iban ensalobrándose, insistieron también en sus quejas y reclamaciones, el ayuntamiento de Orihuela no queriendo permanecer por más tiempo entre tan encontrados intereses, viendo el escaso producto que entonces la albufera proporcionaba por acuerdo de 22 de diciembre de 1758, cedió las salinas a la Corona, y por orden expedida por el conde del Valparaíso, fue incorporada a la misma en 12 de julio de 1759. Quienes gobernaban la Real Hacienda consideraron que cuantos habían intentado la explotación de la laguna como albufera debían de ser unos memos que no sabían lo que se llevaban entre manos y quisieron demostrar ser técnicos muy superiores; para ello, en ese año se ordenó al administrador general de las salinas del reino de Valencia, Manuel Ceballos, que intentase nuevamente poner en funcionamiento la albufera y, como en las veces anteriores el grado de salinidad impidió la supervivencia de los peces, siendo el mismo administrador general quien ordenó poner la laguna de Torrevieja en condiciones para la fabricación de sal, pues por ser de mayor extensión que la de La Mata, debían de producir y rendir mas.

En 1766, siendo administrador de las Salinas de La Mata Antonio Parra, mando fabricar en la laguna de Torrevieja montones de sal cuajada por vía de ensayo, proporcionando una buena calidad y excelente calidad. Dieron comienzo en Torrevieja las obras de acontecimiento tanto en la laguna como en la incipiente población, construyéndose una casa administración, viviendas para los empleados y las eras de la sal. En 1770 se acometieron los lindes, que tuvieron también como objeto señalar los terrenos que habían de formar la zona inculta alrededor de la laguna.