El consumo de alimentos está regulado en el hombre por muchos factores aparte de los nutricionales que, en conjunto, determinan su elección y, por tanto, sus hábitos alimentarios que son el resultado del comportamiento colectivo en la mayoría de los casos y siempre repetitivo, que conduce a seleccionar, preparar y consumir un determinado alimento o menú como una parte más de sus costumbres sociales, culturales y religiosas y que está influenciado por múltiples factores tanto socioeconómicos como culturales, y geográficos. En concreto, durante la Navidad, época del año muy relacionada con cambios en nuestra alimentación, introducimos en nuestra dieta gran variedad de alimentos. No puede faltar en todas las mesas el día de Navidad una sopa cubierta y el cocido con pelotas, acompañado por un buen vino y buen pan que en esta tierra no nos ha faltado nunca.

Si nos retraemos al siglo XIX, non encontramos con el vino producido Pedro Casciaro Lobato en su finca torrevejense de San José de los Hoyos y que en sus diferentes variedades fue galardonado en la Exposición Universal de Barcelona, celebrada en el año 1888. No me cabe la menor duda que un buen vino acompaña cualquier alimento. Por aquellos años, otro acreditado vino del Campo de Salinas era el vendía Francisco Abril, de su propia cosecha, a 4,5 pesetas el cántaro (11,55 litros), y a 30 céntimos la micheta (0,72 litros): los vendía en Orihuela, a la salida de San Gregorio, frente a la Glorieta. Otro de los afamados vinos de Torrevieja eran los que suministraba Eduardo Pardo, acreditados por su pureza y agradable sabor, vendiéndose embotellados en la tienda de Olegario, en la calle de Riego -actual Patricio Pérez-, número 12, al precio de sesenta céntimos cada botella, abonándose diez céntimos al devolver cada casco. Y que decir de la bodega de Fulgencio López que surtía a la población de exquisitos vinos de mesa, tintos, claretes, dorados y blancos, deliciosos vinos para postres: moscatel, Málaga, Oporto; embotellados de las marcas más acreditadas, anisados especiales, ron de caña, absenta y licores de todas clases; disponiendo de servicio a domicilio por encargo en barriles, garrafones y botellas de todas clases.

Ni que decir del vino de La Mata, que a día de hoy todavía se sigue elaborando tradicionalmente, siendo su viñedos los únicos que se libraron por aquellos años de la plaga de la filoxera, gracias a que las cepas están plantadas en suelo seco y arenoso; por su consecuencia, habiéndose extendido a la vecina provincia de Murcia en 1894, quedó prohibida en toda la provincia de Alicante la exportación de cepas, sarmientos, barbados, pues y demás residuos de la vid, así como los troncos, raíces y hojas cuanto haya servido para el cultivo de este arbusto, prohibiéndose también la exportación de árboles, arbustos y plantas vivas.

Respecto al pan de Torrevieja, alcanzó muy buena fama -sobre todo en Murcia- rezando en la prensa del año 1899 un anuncio refiriendo que «el conocido repartidor de pan de Torrevieja, Lorenzo Ballester ‘el Rubio’ se encuentra en esta ciudad y elaborará ‘Pan de Torrevieja’ en el horno de ‘los Catalanes’, en la Merced, lo que se avisa a las muchas familias murcianas que gusten de este pan especial». Otro horno murciano, el del Pilón, declaraba que, siendo muchas las personas de la huertana ciudad que gustaban del rico pan de Torrevieja en piezas de 800 a 35 céntimos; de 400 a 18; y de 200 gramos a 10 céntimos; y a 12 reales la tabla.

Tal fue la fama de los panaderos torrevejenses que, en 1903 tuvo lugar en la población salinera una prueba de la fábrica de molinería y panificación que había establecido Diego Picazo, bajo la dirección del industrial alicantino Ramón Juan Urios. Todo el pan que se fabricó en la prueba fue repartido entre los pobres.

Y todo sin olvidar todos dulces, que no aparecen en nuestras mesas el resto del año, como es el caso de los turrones, mazapanes, toñas, mantecados, cordiales, almendrados, peladillas, etc., y las tiendas de alimentación en las que en estas fechas se hacían compras especiales: la de Miguel Soler, gran comercio de ultramarinos finos y coloniales; surtida en toda clase de comestibles y artículos de los más variados. El comercio de chocolatería y ultramarinos de Antonio Bru Rodríguez, tan acreditado y bien surtido como el anterior, ofreciendo además de ultramarinos una especialidad en toda clase de chocolates «elaborados a brazo», en las calles Concepción y Mariana Pineda, actual calle Fotógrafos Darblade; y la de Josefa Torres, en la calle de Lacy, hoy Chapaprieta, especializada en toda clase de comestibles y conservas.

Con buen gusto copio un menú servido en el «Hotel España» en 1903: consomé imperial, arroz a la marinera, solomillo «Perijó», salmonete a la Reina, «paripollo a la broch», helado de crema de vainilla; todo regado con vinos de rioja y Diamante, champagne, jerez y habanos.

¡Felices Fiestas! Y que aproveche.