En la primera mitad del siglo XVIII se definía como máscara, entre sus varias acepciones, la cobertura del rostro para no ser conocido con abertura sobre los ojos para poder ver, y la mascarilla era un artilugio de este tipo que solía cubrir la frente y los ojos. Ahora, parece que todo se ha invertido y en el segundo caso cubre la nariz y la boca para intentar evitar la entrada de agentes patógenos o tóxicos. Llevando el tema al Carnaval, era frecuente decir «a qué no me conoces». Sin embargo, ahora, vas por la calle y te quedas mirando o se te quedan observando porque con la dichosa mascarilla o «mascareta», que de las dos formas se puede decir en la Comunidad Valenciana, intentas averiguar quién te ha saludado porque te ha descubierto por la forma de andar. Así que, con máscara o mascarilla vayámonos al siglo XIX, concretamente a 1887, para recordar cómo fue el Carnaval en Orihuela en dicho año.

Era frecuente en esas fechas organizar estudiantinas con objeto de recabar fondos a fin de ayudar a los más necesitados, como en 1886 con destino al Asilo de los pobres o, en 1888, para socorrer a las familias de Orihuela y Torrevieja en dicha situación motivada por la difteria y la viruela. Sin embargo, en 1887, no tenemos constancia de la organización de ninguna estudiantina. Por el contrario, aunque al parecer el Carnaval estaba decayendo, las zonas de paseo de un gran número de máscaras eran la Puerta Nueva o la Glorieta, aunque otros lugares quedaban intransitables como la calle Mayor, pues se agolpaban en las inmediaciones del Circulo de la Unión, en el que el domingo y martes de Carnaval se celebró baile con asistencia de distinguidas familias de la sociedad oriolana, que eran amenizados por la orquesta que dirigía el maestro Soriano. A los sones de valses, polkas y rigodones, bajo la atenta mirada de sus señoras madres, las señoritas disfrutaban compitiendo con sus disfraces que, en algunos casos eran distintos cada día, haciendo que al entrar los jóvenes quedasen deslumbrados «al resplandor de tanta luz aumentada por el brillo de los ojos de las lindas oriolanas».Por supuesto que el Carnaval se prestaba a bromas, más o menos pesadas, y a veces tan originales como sucedió el martes 22 de febrero, en que apareció la estatua de Don José María Muñoz portando un sombrero de copa.

Terminado el Carnaval, el Miércoles de Ceniza, abría la puerta de la Cuaresma, en la que se empezaba a vislumbrar la Semana Santa, cuyas procesiones se estimaba que iban a ser muy lucidas. El primer acercamiento a ella, se cumplía de inmemorial con el traslado el primer Viernes de Cuaresma, 25 de febrero, de la imagen del «Abuelo», desde su capilla en la Iglesia de Santa Ana del Convento de los Franciscanos hasta la parroquia de las Santas Justa y Rufina para celebrar la novena. Durante esos días, el 3 de marzo en esta última Iglesia de celebraba la Junta de la V.O.T, y, tras ella, se rumoreaba que algunos mayordomos habían planteado que no se celebrasen las procesiones este año. Sin embargo, la gran cantidad de alumbrantes y de espectadores, en el regreso de la imagen a su capilla, daba un toque de atención a los mayordomos de Nuestro Padre Jesús sobre dicha suspensión, demostrando que el pueblo oriolano deseaba seguir viviendo la Pasión de Cristo por las calles.

El segundo domingo de Cuaresma, en que se efectuaba dicho regreso de la imagen a su morada en San Francisco, la prensa de la época auxiliaba a conocer poéticamente la situación meteorológica. Así, en 1887, se disfrutó de una tarde primaveral con un «cielo azul y despejado, sol refulgente y tibias y suaves brisas perfumadas por las tempranas flores». Lo cierto es que en aquella tarde, se superó la concurrencia, pudiendo decir que «acudió toda Orihuela», hasta el punto que, cuando la procesión entró en San Francisco, la gente llenaba el paseo y gran parte de la carretera. Desde hora muy temprana algunos huertanos acamparon en la ladera norte del cerro de «Las Espeñetas», para ver llegar desde allí al «Abuelo». Ya metidos en Cuaresma, se aguardaban las procesiones de Semana Santa, que se desarrollaron con más esplendor de lo que se esperaba. Ya hablaremos de ello.

Alberto Darblade. Colección A.L.Galiano. El Abuelo (1898)