José Vicente Andreu muestra con orgullo cómo las tierras de la Sierra de Pujálvarez -Torremendo (Orihuela)- se han cubierto de blanco otro año más, en estos inviernos del sureste casi de primavera. No es para menos. El almendro es un cultivo en regresión desde hace décadas en la Vega Baja pero el empeño por preservar el cultivo de los árboles de su familia en estos parajes y paisajes poco conocidos de la Vega Baja y continuar con una forma de vida que heredó de sus padres y abuelos, le hizo optar por el camino de la certificación ecológica. Es la única que puede hacer rentable el mantenimiento de esta tradición agrícola del secano del Bajo Segura, modernizada ahora con riego por goteo en algunas zonas, aunque con una exigencia hídrica que supone la mitad del gasto de agua que el cultivo intensivo de cítricos, más abitual en el campo de la Vega Baja, consume.

Los árboles de almendro, ya verdes en la zona de San Miguel de Salinas, todavía están cuajados en flor en esta época del año en zonas del entorno de Torremendo como las laderas de las modestas sierras de Pujálvarez y del Cristo. «La única esperanza que le queda al almendro en Torremendo es el cultivo ecológico. La almendra convencional está baratísima y no se puede ni recoger. California tira los precios al suelo», reitera.

La almendra ecológica sin embargo sí es un producto con alta demanda, sobre todo en el exigente mercado americano. «Ellos venden a España almendra mala, llena de venenos y se lleva toda la almendra buena, la mejor, ecológica, al triple de precio que la almendra convencional», explica Andreu, que es además secretario comarcal del sindicato Asaja. No es fácil. Pero al mercado de productos ecológicos, al contrario de lo que ocurre en España, no le importa pagar un poco más porque la calidad siempre se nota. «Es un gran esfuerzo, pero es el único camino que nos queda. Y lo hacemos con gusto, con amor a la tierra que nos vio nacer y con mucha ilusión por un futuro para nuestro pueblo», subraya Andreu.

El agua del Tajo-Segura transformó buena parte de estos campos desde los años 80 al cultivo de naranja, mandarina y limón allí donde pudo llegar porque, paradójicamente, hay zonas pegadas al mayor embalse del trasvase, el de La Pedrera, que apenas cuentan con dotación del acueducto. Este agricultor, que también tiene arrendadas tierras de cultivo de cítricos en la Vega Baja, cuenta con unas 70 hectáreas de almendro ecológico. Recibe anualmente la visita de los expertos en certificación del Comité de Agricultura Ecológica de la Comunidad Valenciana que constatan sobre el terreno que no se utilizan abonos, fertilizantes o herbicidas químicos. José Vicente Andreu se emplea a fondo en el uso de compost, mientras intenta poner coto a las plagas con el uso de métodos biológicos como la utilización de insectos que se alimentan de los que provocan enfermedad en los árboles. Además cuenta con colmenas para producir miel ecológica.

Un manto blanco y ecológico

Estos campos han sufrido la amenaza de la construcción de un macrovertedero, el abandono por la opción de la agricultura intensiva e incluso el de la especulación inmobiliaria. Ahora llega la amenaza de proyectos de energía fotovoltaica. Los grandes fondos de inversión que impulsan esta nueva «burbuja» de las renovables, la de los campos, pero solares, han ofrecido contratos de alquiler anual a los propietarios de suelo agrícola difíciles de rechazar. «Se puede entender que los acepten porque no son rentables, pero van a terminar por echarnos a nosotros», señala este vecino de Torremendo cuya máxima aspiración es seguir viviendo de lo que ha vivido la gente de este pueblo toda la vida, de la tierra.