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La Riá

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Así que remontémonos al año 1960, cuando cursaba en el Colegio Santo Domingo, el 4º de Bachiller, aún no había cumplido los catorce años y la adolescencia acampaba en mi vida

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En estas fechas de la Cuaresma, me suele acaecer que en mi mente se acumulen muchos recuerdos sobre una festividad muy entrañable para mí: la Semana Santa de Orihuela. Se van sucediendo y aparecen personas muy allegadas que ya no están entre nosotros y, aunque no es mi estilo personalizar en los escritos por si me falla la objetividad, a veces, lo veo necesario antes de que la memoria me vaya fallando y así poder dejar constancia a mis hijos y nietos de lo que en mi interior ha supuesto y supone la Semana Grande de mi tierra. Espero que disculpen que, en esta ocasión, me sitúe como protagonista de los hechos que han ido recorriendo hitos en mi vida, a los cuales acudo ahora, cuando sabemos que las circunstancias no nos van a brindar el disfrute del arco iris pasionario de las vestas nazarenas y el deambular de los pasos por nuestras calles inundados por el ambiente en el que se fusionan el azahar y el incienso.

Así que remontémonos al año 1960, cuando cursaba en el Colegio Santo Domingo, el 4º de Bachiller, aún no había cumplido los catorce años y la adolescencia acampaba en mi vida. En esos momentos, tal vez contagiado sanamente por el «Romance de la Semana Santa» de Buenaventura Cumella Orozco que había publicado en 1957, con ilustraciones suyas y de I. Visedo, en la revista de ese año dirigida por él mismo; elaboraba unos ripios que formaban parte de un inocente poema de colegial que comenzaba: «La Semana Santa se acerca/ y con ella mi ilusión/ el vestir y túnica larga/ y también un capuchón/». Lo cierto es que para mí la poesía, entre otras muchas disciplinas, nunca ha sido un fuerte.

Años después, en 1966, estando estudiando en Cartagena en la Escuela de Peritos Industriales, un grupo de amigos oriolanos que estudiaban en Murcia decidieron organizar un acto del Pregón de la Semana Santa emulando al que realizaban los de nuestra ciudad en Madrid, y me encomendaron la glosa. Acto que se celebró en un restaurante del Malecón murciano. Tres años antes había sido nombrado Caballero Cubierto el general Pedro Pourtau García, con el que mantuve mucha relación gracias a la amistad que tenía con mi padre. En aquella ocasión me pidió que le acompañara en su casa para recibir a la Comisión de Festividades del Excelentísimo Ayuntamiento que se desplazó hasta Cartagena junto con los Cantores de la Pasión que dirigía Pepe Rodríguez. Fue una noche memorable, en la que todos recorrimos algunos domicilios de oriolanos residentes en la ciudad departamental como los de Ricardo Correa Ferrer y Julio Calvet López, entonando «Por ventanas y balcones».

Con la carrera recién terminada me desplacé a Madrid en enero de 1967 a buscar un trabajo hasta la hora de incorporarme a «la mili». En la Cuaresma de ese año, asistí en la capital de España al Pregón de Semana Santa que organizaban desde hacía muchos años los residentes en la Villa y Corte, desde aquel primero en que la glosa la pronunció en el Mesón del Marisco, Alfonso Ortuño. En aquel año, nos reunimos en el Bar Verde de la calle Leganitos, que frecuentaban, sobre todo, los estudiantes oriolanos que se alojaban en la pensión de «El Chiclanero» en la Gran Vía.

Pasan algunos años y recuerdo la primera vez que publiqué un artículo en la revista «Oleza» en su edición de Semana Santa que dirigía Joaquín Ezcurra Alonso. El artículo era un canto de esperanza que se podría aplicar también en este año debido a la pandemia. Llevaba por título «Hasta cuando...». Llegó el 15 de marzo de 1985, y se cumplió una de las mayores ilusiones de mi vida: glosar el Pregón de la Semana Santa. Tuvo como marco, el Cine Avenida y coincidiendo con el acto se programó un homenaje por parte de la Junta Mayor de Cofradías y Hermandades a Eladio Belda Irles, muy buen amigo de mi familia. Asistió el Obispo Pablo Barrachina y Estevan, y Emilio Bregante Palazón, como presidente me hizo entrega del salario que abonaban por realizar la Glosa: el escudo de Orihuela que me fue impuesto por el alcalde Vicente Escudero Esquer.

Si mi memoria no hace una de las suyas, seguiremos con más recuerdos en otra ocasión.

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