Hace poco, apenas quince días, en que recordaba algunas de mis vivencias sobre la Semana Santa de Orihuela. Son muchas más las que se agolpan en mi memoria, pero hay una de ellas que fue para mí, tal vez la más importante, aunque vivida con la ausencia de seres queridos. Me estoy refiriendo al 6 de abril de 1996, en que se materializó el encabezar la procesión del Santo Entierro de Cristo y cruzar por el interior de nuestra Catedral con la cabeza cubierta. Me llenó de satisfacción cuando una tarde, vísperas del cuarto Viernes de Cuaresma, me llegaba la noticia que se me iba a proponer por el Excmo. Ayuntamiento de Orihuela como Caballero Cubierto. Recuerdo las muchas atenciones por parte de las cofradías, hermandades y mayordomías, felicitaciones de mucho oriolanos, la visita en Alicante de la Comisión de Festividades acompañada por el Grupo de Cantores de la Pasión con José Víctor Rodríguez al frente, la preparación de toda la intendencia, e incluso del obsequio que iba a entregar en la recepción que fue un pequeño cuadro con un dibujo a plumilla de mi hijo Antonio, en el que se veía mi casa de Orihuela y en el balcón del segundo piso, a mis padres, y en suelo a «La Diablesa» alejándose.

Y llegó el Sábado Santo, un poco nublado. Me acuerdo que Atanasio Díe Marín, jefe de Protocolo, me había citado para que por la mañana fuera al Palacio de Rubalcava para concretar algunos detalles de la recepción. Me dijo textualmente: «Hoy esta es tu casa, ¿necesitas algo?». Por gastarle una broma le contesté: «Me gustaría que cambiaras las cortinas, que no me gustan». Me miró fijamente, y me replicó «no fastidies». Al margen de anécdotas, poco antes de la recepción comenzó a lloviznar, comenzando a caer «agua, Dios y misericordia». Y con un gran aguacero comenzó aquella con muchos paraguas e invitados que se habían mojado. Tras darse lectura al nombramiento por María Encarna Galiano Escudero, presidenta de la Comisión de Festividades, comencé mis palabras de agradecimiento. No soy de los que les gusta improvisar, pero en aquella ocasión rompiendo el protocolo fue uno de los momentos en que lo hice, y rememoro que dije: «Creo que merece dar gracias a Dios por esta lluvia tan beneficiosa para estas tierras. Creo que es un buen día para llover en Orihuela». Tras concluir estas palabras cesó la lluvia milagrosamente, concluyendo la recepción con normalidad. Se pudo efectuar el pasacalle y celebrar la procesión y, cuando la cabeza de la misma se encontraba en la puerta del Palacio Episcopal, escuché la voz de Emilio Bregante Palazón que iba detrás de mí que me decía: «Muévete chiguito que nos mojamos». El resto del cortejo se salvó del agua, excepto la Soledad y la Presidencia.

En aquellos años cursaba Historia en la Universidad de Alicante y en mis ratos libres fuera del trabajo y del estudio iba recopilando notas sobre Orihuela. En esas fechas reuní algunos datos sobre la Semana Santa de 1887, en la que la meteorología acechaba, hasta el punto que la Procesión de Misión del 3 de abril, Domingo de Ramos en su tarde, debido al mal estado de las calles por la lluvia caída en la mañana se suspendió, celebrándose la predicación en la Iglesia de Santiago. La primera procesión que se celebró fue la del Martes Santo, bajo el patronato de Concepción Megías, viuda de Rebagliato. Salió como era costumbre desde la Iglesia de San Gregorio y fue la primera vez que pasó por el nuevo Puente de Levante recién construido. Muchos de los pasos estaban bajo el patronato de algunas familias o particulares, tales como San Pedro Arrepentido por el heredero de Cirila Escoubet y Ferrández, que salió sin adornos por el fallecimiento de dicha señora el Martes Santo, y el Ecce-Homo por María Hernández de Muñoz y hermanas. Paso que estuvo a punto de caer al suelo en los Hostales, en la procesión del Viernes Santo por la mañana.

Desde la capilla de Loreto, salió la procesión del Entierro el Viernes Santo por la tarde, con un tiempo desapacible, con poca afluencia de alumbrantes por falta de cera y encabezada por el Caballero Porta-Estandarte Francisco Ballesteros Villanueva.

«Tempus fugit». ¡Cómo pasa el tiempo!: 1996 y 1887.