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Víctor de los Ríos, “Cristo Resucitado” (1959), León. Foto A.L.Galiano.

LA RIÁ

Aleluya

Hace unas semanas, viendo próxima la Semana Santa hacía memoria de algunos momentos que había vivido sobre ella. Para esto recuperaba unos ripios de mi época escolar dirigiendo mis ojos de niño hacia lo que estaba cerca: la Semana Grande de Orihuela. Dichos versos inocentes los concluía así: «La Semana Santa ya ha pasado,/ la Semana ya pasó,/ mi ilusión se fue perdiendo,/ y como el viento se esfumó». Al cabo de más de sesenta años, 61 concretamente, la perspectiva es bien distinta, ya que en todos esos lustros dicha ilusión nunca la he perdido. Muy al contrario, incluso creo que se ha acrecentado, a pesar de los momentos actuales que han forzado a que la Semana Santa se viva de otra manera, sin perder su verdadero sentido, auxiliando, así, a que no desaparezca como el viento y permanezca con toda su solidez basada en el arraigo con que se ha cimentado de generación en generación.

Efectivamente la Semana Santa ha ido culminando el ciclo del Triduo Pascual, con la Vigilia este año de la tarde del Sábado Santo, por aquello del toque de queda. Y con ella, alzando la voz de «¡El Señor ha resucitado! ¡Aleluya!».

A veces nos hemos preguntado el porqué de esta última palabra de origen hebreo, que viene a significar «Alabad al Señor», que se utiliza por la Iglesia Católica desde la Pascua de Resurrección hasta la Dominica de Septuagésima». Palabra ésta que en el «Diccionario de Autoridades» de 1726, la consideran como sinónimo de júbilo, contento, alegría y lleno de gozo.

Todas estas manifestaciones se han ejercido en nuestra ciudad a través de acciones, de las que vamos a recordar algunas de ellas. Antes, la liturgia de la Resurrección se efectuaba en la mañana del Sábado Santo, culminando con la misa en la que al entonar el Gloria se lanzaban al vuelo las campanas y el cimbalillo, que habían dejado de sonar tras el toque solemne del Jueves Santo, empezando a utilizarse «la matraca». Se quitaban los frontales morados de los altares y de las cruces, las cortinas y paños del idéntico color de los altares, puertas y ventanas, y se lanzaban «aleluyas» a modo de papeles de colores con algunas frases alusivas. En el siglo XVI se obsequiaban las mismas impresas o estampadas. Sin embargo, el 7 de junio de 1590, el Cabildo Catedral acordó que debido a que en Valencia y en otras partes ya no se entregaban, que en la catedral oriolana no se diesen, poniéndose a cambio a la vista de todos una «aleluya» grande, cosa que no se llevó a efecto. Sin embargo, el lanzamiento de aleluyas desde los balcones en Orihuela debió de persistir, pues de hecho, en 1908, «La Iberia», hablaba de «las calles alfombradas con mil estampitas que desde los balcones caen formando coloreada lluvia». En su momento nos narraba Antonio García-Molina Martínez que se vendían en pliegos que eran recortados en las casas, y que llevaban frases como, «En Jauja no hay pordioseros, que todos son caballeros» y «Aquí está don Perriplín, el más ágil bailarín». De todo ésto ya di noticia en «Oleza Semana Santa 1989», en la que se efectuó un cambio generacional en su dirección, pasando de Joaquín Ezcurra Alonso a su hijo Joaquín.

De igual forma que el júbilo se manifestaba también por el lanzamiento de monedas a los niños desde las casas, en el momento que atravesaba la calle algún transeúnte, el cual era materialmente arrollado por el ímpetu de los mismos, produciéndose graves caídas.

Sin embargo, había otras costumbres más censurables a la hora de manifestar el contento por la Resurrección, tales como en 1887, el apedrear o pegar con palos y látigos a los perros callejeros sobre todo en la zona de la Barrera del Matadero; el lanzamiento de truenos y cohetes, así como carretillas a los viandantes. Pero lo más criticable eran los tiros de fogueo con pistolas «a diestro y siniestro». Incluso, en alguna ocasión se denunciaba por «El Día», en 1888, que había personas que tiraban con bala por el capricho de hacer blanco en algún objeto. Lo cierto es que era una forma peligrosa e imprudente de celebrar el júbilo por la Resurrección.

En mi niñez, se reducía a pasacalles que efectuaba la banda de cornetas y tambores de «Los Armaos» en la mañana del Sábado Santo y algunos lanzamientos desde las casas de cacharros viejos. Así, hasta el próximo año en que volvería la ilusión.

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