Cuando a Fernando se le inundó parte de su casa lo primero que pensó fue en ponerse su camiseta de Cruz Roja y salir a ayudar a sus vecinos, sin preocuparse de lo que le pasaría a sus propios bienes. Era jueves, 12 de septiembre de 2019 y la lluvia no cesaba en Orihuela. «El día anterior estuve en Torrevieja, donde preparamos un albergue en previsión de fuertes lluvias», recuerda este voluntario de Cruz Roja que a sus 26 años lleva ya nueve en la organización. «Llegué sobre las 8 de la mañana del jueves a mi casa, en Las Espeñetas, me acosté y a las 10.30 me despertó el ruido de la lluvia, me levanté corriendo y vi que el coche y la moto estaban casi cubiertos de agua; me vestí de Cruz Roja y salí corriendo a echar una mano», sin pensar en lo que él mismo podía perder. De hecho, se quedó sin coche y sin moto. «Te fastidia porque llevaba tiempo trabajando para tenerlos, pero no dejan de ser bienes materiales que se pueden reponer, ya que cuando ves que tus vecinos han perdido todo en sus casas, tu coche y tu moto pasan a un segundo plano y la gente que de verdad necesita ayuda, al primero». La actitud encomiable de este joven ayudó a muchas personas en la comarca, y aún lo sigue haciendo. Dice de los voluntarios de Cruz Roja que «tenemos ese gen de que primero son los demás y después nosotros, es vocación».
Como Fernando Belda, decenas de voluntarios de Cruz Roja se volcaron con los afectados por la DANA, y dos años después lo siguen haciendo. Gracias a la colaboración de diversas empresas y una gran cantidad de donantes, Cruz Roja recaudó en la provincia más de medio millón de euros. Fondos que fueron empleados en atender las necesidades materiales y emocionales de las personas damnificadas y gracias a los cuales esta organización ha atendido a más de 900 familias de la Vega Baja en 19 localidades y pedanías, donde ha entregado unos 1.400 bienes en domicilios (electrodomésticos, sofás y mobiliario, entre otros artículos), así como ayudas económicas para el pago del alquiler.
Una de las beneficiadas por las ayudas es Vanesa Rocamora, vecina de la pedanía oriolana de El Badén, donde el agua superó el metro y medio, inundando las casas. «Fue un caos total, ves que pierdes todo, estaba todo flotando, ni cubiertos teníamos, en ese momento no sabes qué va a ser de ti», recuerda con tristeza. Cuenta con emoción el momento en el que Cruz Roja le repuso el sofá, la vitrocerámica, el horno, el frigorífico, la mesa y las sillas. «No teníamos nada, comíamos en una mesa plegable en una habitación, y cuando bajó el agua todo estaba lleno de barro y de moho». El Ejército tuvo que evacuar a su marido, sus hijos y a ella, porque la inundación iba en aumento. «Nos llevaron a casa de mi cuñado, que está en un lugar más alto, pero al día siguiente todo fue a peor y vino la UME a por nosotros». Fernando, que recuerda en la casa de Vanesa esos aciagos días, asiente cuando ella agradece a Cruz Roja la ayuda prestada. «Fuimos como un pulpo, si tenemos dos brazos sacamos ocho para ayudar, era muy duro llegar a las casas y ver a gente a la que no le quedaba nada», señala.
Además del apoyo material, Cruz Roja detectó la necesidad de prestar apoyo emocional a las personas afectadas por lo que emprendió un servicio de atención psicológica que actualmente sigue asistiendo a algunas personas en la Vega Baja. En total, ha atendido a cerca de 300 personas. Una de ellas es la oriolana María Jesús Escudero. Aún le cuesta describir lo que vivió esos fatídicos días. Tanto ella, que vive cerca del Palmeral, como su madre, que reside en El Escorratel, sufrieron la fuerza del agua bajando de la rambla de Abanilla como un torrente. «A mi madre la tuvieron que sacar los bomberos, es muy mayor», recuerda. Pero el peor impacto lo sufrió días después, cuando, ya sin agua, cogió el coche y vio el destrozo que habían causado las inundaciones en las calles. «No daba crédito a lo que estaba viendo, era desolador, todos los enseres de los vecinos tirados, no podía parar de llorar, estuve así varios días hasta que una vecina me habló del gabinete psicológico de Cruz Roja». Dos años después de la gota fría, sigue yendo a terapia. «Jamás podré agradecer todo lo que me ha ayudado Cruz Roja, y mi psicóloga María, es impagable», dice con la voz entrecortada. Una organización que sigue curando las cicatrices que dejó la DANA.