«Tic, tac... Las paellas vuelven a llegar», se leía en algunas camisetas. Uno de los días más esperados y aclamados de las fiestas que Torrevieja celebra en honor a la Purísima quedó ayer algo eclipsado por la pandemia, que impuso algunas restricciones y medidas de control para evitar contagios, rompiendo tradiciones de treinta años.
Prohibidas las charangas, los gigantes y cabezudos, faltaron la Lily, el Ogro y el Lobo. Menos trasiego de gente pululando de peña en peña entre los pasillos que otros años estuvieron abarrotados.
Amplias distancias de seguridad entre las parcelas que daban cierto aspecto desangelado al parque Antonio Soria, el recinto de mercados, que cuenta con 80.000 metros cuadrados, incluyendo un escenario con música casi sin nadie alrededor.
Algo comedidos, muchos permanecieron en las 364 parcelas habilitadas, distribuidas en 50 metros para 20 personas y otras de 25 metros para 10 como máximo. Con el requisito de inscribirse previamente, hubo «más de 350 grupos registrados», afirmó la concejal de Fiestas, Concha Sala, que calificó la medida de «acierto», al igual que publicar con antelación su distribución. «La gente está colaborando», resumió Sala, que insistió en «el gran esfuerzo» por parte de la Policía Local, la Guardia Civil, Protección Civil y vigilantes de seguridad para cotejar el pasaporte covid y el documento de identidad.
Algunos asistentes, aunque pocos, se quedaron fuera por no tener el certificado, mientras una minoría argumentaba que ese requisito es ilegal porque no es obligatorio vacunarse.
Sin el tradicional concurso para ver quién hacía el mejor arroz, para evitar la movilidad que se produce en el recorrido y las colas para mostrarlas al jurado, hubo quien desistió de hacer su paella. Pero otros no se resistieron a preparar un buen sofrito, a fuego lento, con leña o cocina a gas, impregnando el ambiente con el aroma de este plato estrella que cuenta con día internacional y con su propio emoji en las redes sociales.
Así, añadiendo el grano dibujando una cruz para que la cantidad se distribuya de forma homogénea y vigilando que no se pase de cocción, cada cual con su librillo y con su técnica, esta emblemática receta demostró una vez más que es el arte de unir y compartir en una jornada de convivencia y celebración. Que su preparación es un fenómeno social y un símbolo de identidad, que diría el Diari Oficial de la Generalitat Valenciana, que declaró hace casi un mes la paella valenciana como Bien de Interés Cultural Inmaterial. La clave de todo fue alcanzar el punto (de cocción).
«El beber me llama», decían otras de las inscripciones en las camisetas. Porque no faltó el ingenio, aunque también se suspendió este concurso: los «Mosqueperras», «Los alcasiles» para el «arrós», «Los papeles de Bárcenas», los que estaban «más liaos que el palangre» o los que pedían «perricas pal sine».
Quizá no se llegó a las casi 6.000 asistentes previstos, pero había ambiente festivo y sobre todo ganas de disfrutar de un día que agrupa a gentes diversas y de todas las edades, con juegos y castillos hinchables para los más pequeños.