La Torre Vieja desempeñaba su específica misión militar en la defensa de la costa, además de proteger los intereses económicos de la Real Hacienda. El contrabando aparece después de 1730 cuando la Corona declara el tabaco monopolio del estado.

Hacia el año 1800, la dotación de la torre estaba formada por tres hombres que hacían de torreros y soldados de la costa: Vicente Torregrosa Conesa, Bernardo Pérez Andreu y Juan Sala Mirete. Además se disponía de un «Falucón Real», embarcación cañonera encargada de la persecución de los delitos hacía la hacienda pública, que estaba tripulada por Josef Bonmatí (patrón), Josef Carlón, Miguel Esteban, Josef Torregrosa, Francisco Torregrosa, Josef Molina y Antonio Dols Torregrosa, formando lo que muchos años después acabaría siendo el Servicio Marítimo de Vigilancia Aduanera Aunque no sería hasta 1806, fecha en que se autoriza el establecimiento de la primera Aduana en Torrevieja. La renacida Torrevieja tras el terremoto de 1828 -de trazado rectilíneo y casas bajas-, no tardó en descubrir la clave de su futuro: el contrabando. Los descendientes de aquellos genoveses y sicilianos establecidos en Torrevieja estaban dispuestos a aportar sus conocimientos al servicio de la lucrativa actividad.

LA ADUANA

Relata Blasco Ibáñez en «La barca abandonada»: «Haber ido en ‘El Socarrao’ no es ninguna deshonra. Todo eso de aduanas y carabineros y barquillas de la Tabacalera, no lo ha creado Dios, lo inventó el gobierno para hacernos daño a los pobres, y el contrabando no es pecado, sino un medio muy honroso de ganarse el pan, exponiendo la piel en el mar y la libertad en tierra. Oficio de hombres enteros y valientes, como Dios manda».

"Eso de las aduanas y carabineros lo inventó el gobierno para hacernos daño a los pobres. El contrabando no es pecado, sino un medio muy honroso de ganarse el pan, exponiendo la piel en el mar y la libertad en tierra. Oficio de hombres enteros y valientes"

En toda la mitad del siglo XIX el contrabando se desarrolla de manera importante, especialmente con Orán, donde los barcos torrevejenses llevaban frutas, verduras y sal, y también con Gibraltar. El contrabando acabó siendo una actividad en la que participaba todo el pueblo.

Documentación de fecha 19 de agosto de 1874 muestra el carácter popular y cotidiano del «negocio», así, la escampavía «Amalia» del resguardo marítimo de Aduanas participó en varias acciones contra faluchos y laúdes contrabandistas de Torrevieja. Esta embarcación avistó a seis millas de Cabo Cervera a un falucho contrabandista que según todos los indicios venía de la costa argelina. El falucho al ser perseguido por la escampavía puso rumbo a la playa de Torrevieja donde le esperaba gran parte de la población con la intención de facilitar la huida de la tripulación. Ante esta situación el Ayudante de Marina pidió ayuda al alcalde que se escudó diciendo que en aquel momento no disponía de fuerzas suficientes para aplacar aquella gente, dando lugar que en aquel tumulto la tripulación del barco contrabandista pudiera escapar.

A partir de los años 70 del siglo XIX, empezó en la construcción de faluchos rápidos con capacidad de burlar la vigilancia de las compañías arrendatarias del monopolio de tabaco. Los maestros calafates torrevejenses compitieron en la creación de faluchos de vela latina cada vez más finos –los lásticos-, capaces de superar con éxito aquellas persecuciones de las esparcías gubernamentales. Estos años crearon y reforzaron los astilleros propios y los armadores formaron y acumularon capitales permitiendo la adquisición de la casi totalidad de la marina de vela catalana.

Si bien el primer edificio de la Aduana estuvo en las cercanías de las Eras de la Sal, fue durante la Segunda República, en el año 1935, cuando se inició el expediente para la construcción de una nueva obra, junto al llamado muelle de Antonio Mínguez, siendo de las obras civiles en pie más antiguas de la ciudad. Durante la Guerra Civil, en noviembre de 1936, fue trasladado el Gobierno a Valencia, y siguiendo el consejo de Julián Besteiro, Andrés Saborit sacó a su madre de Madrid y la llevó junto a su mujer y sus dos hijos a Torrevieja. Al regresar a Madrid encontró a la sociedad madrileña desmoralizada, presenciando las sesiones del Ayuntamiento de la capital, en donde era concejal por el Partido Socialista; y a pesar de las insistencia de entonces alcalde Cayetano Redondo, no asumió la presidencia-municipal, pues para entonces se había comprometido con el presidente de la República, Juan Negrín para regir la Aduana de Torrevieja y, en plazo breve, ocupar el puesto de Director General de Aduanas, haciéndose cargo de la Dirección General, que dependía del Ministerio de Hacienda.

Año 1946. Autoridades asistentes a la inauguración de la Aduana del Puerto. / Colección de F. Sala Colección de F. Sala

El actual edificio de la Aduana fue por fin construido en 1948, estando a cargo de la misma como administrador Alfredo Surroca Azorín. En su inauguración estuvieron diversas autoridades locales y provinciales, entre otros Álvaro Rodríguez, consignatario de buques; Simón Ballester Torregrosa, vicecónsul de Noruega; César Mateo Cid, secretario de Sanidad Exterior del puerto; José Asensio Campello, párroco de la Inmaculada Concepción; y el entonces alcalde de Torrevieja Ángel Alcaraz Alcaraz.