En febrero de 1938, mientras se construía el campo de trabajo republicano, el fotorreportero Luis Vidal documentó el lugar exacto donde el equipo que dirige el arqueólogo e historiador Felipe Mejías está trabajando. Los montones de tierra corresponden a la cimentación y construcción de los barracones que luego utilizó el régimen franquista como centro de clasificación de prisioneros entre abril y noviembre de 1939.

Hasta allí llegaron, entre otros, los que no pudieron exiliarse en el Stanbrook, uno de los últimos barcos que partió desde el puerto de Alicante con refugiados de la zona republicana al finalizar la guerra civil. Aún sin juzgar, entre 15.000 y 20.000 personas fueron represaliadas, de las que un número todavía indeterminado murió por enfermedad, inanición y actos violentos.

Panorámica del campo, en 1938, orientada hacia el suroeste; al fondo, la sierra de Callosa Biblioteca Digital Hispánica-Reportajes gráficos Luis Vidal

«¿Qué queda de todo aquello?», se pregunta Mejías, que responde: «Nada. O mucho, si la respuesta la da la arqueología. En ello andamos», porque «no hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca», que diría el escritor Eduardo Galeano.

La parcela en la actualidad desde la misma perspectiva que la imagen tomada en 1938 TONY SEVILLA

Así, Mejías se encuentra en esa misma parcela de 3 hectáreas labrada para plantar cilantro realizando una prospección arqueológica con detectores de metales: «La hemos pateado centímetro a centímetro». De esta forma, han marcado 3.500 piezas con GPS. Se trata de restos de ladrillo, piedra y uralita con los que después se puede trazar la ubicación de las estructuras, así como recogiendo el material más significativo, en total 400 objetos que sobre el terreno, llenos de tierra, bien pueden parecer piedras a ojos de cualquiera. Ya en el laboratorio se limpian, clasifican y se incluyen en un inventario. Después, se depositan en el MARQ.

Están documentando proyectiles de pistola, gatillos de armas, una culata de revólver y sobre todo mucha munición, en su mayoría vainas de Mauser, la que empleaba el ejército franquista. «En laboratorio comprobaremos si está percutida -disparada-», aclara Mejías. Esto implicaría que se dispararon fusiles dentro del campo y, por tanto, se habrían realizado fusilamientos. También se han hallado lacres de plomo que sellaban las cajas de munición. Con el microscopio se puede leer la inscripción «pirotecnia sevillana», la fábrica que proveía al ejército sublevado

Uno de los proyectiles hallados en esta tercera campaña arqueológica TONY SEVILLA

En esa misma parcela donde se encontraban los barracones de los prisioneros se ha encontrado una insignia de solapa del Sindicato Nacional Ferroviario de la UGT. El colectivo de los ferroviarios fue uno de los más afectados por la represión tras el final de la guerra: «La práctica totalidad fue depurada y muchos sufrieron reclusión o fueron ejecutados», recuerda Mejías, que añade que «esta chapita de latón, todavía con restos de esmalte, nos lo cuenta».

Insignia de solapa del Sindicato Nacional Ferroviario de la UGT Archivo de Felipe Mejías

Entre los objetos hallado, hay numerosas monedas de la II República. «Una vez finalizada la guerra ya no tenían valor, por lo que eran meras chapas; de hecho, muchas de ellas están perforadas», agrega el arqueólogo, que destaca una moneda francesa de 1931 que podría haber pertenecido a un brigadista que fue a parar a aquel campo de terror.

También se ha topado con «muchos taponcitos, del tamaño de la uña del dedo meñique, de tubos», prosigue. Los testimonios narran que la mayoría tenía sarna: «En las cartas a los familiares les pedían pomada», aclara.

En esta tercera campaña sobre el terreno, que se extenderá hasta mediados de noviembre, no hay sondeos ni excavaciones dirigidas a encontrar la fosa común, pero «todo lo que aparece en el suelo nos confirma nuestra hipótesis; son pruebas que nos refuerzan», dice con satisfacción.

Esta parcela junto con la del acceso al campo, donde el año pasado se halló la cimentación de un barracón de 60 metros de longitud por siete de ancho, son las que la Conselleria va a comprar para dejar a la luz la estructura de los barracones. «Antes de un año es muy posible que este espacio sea de propiedad pública», celebra el historiador. 

En total, unos 60.000 metros cuadrados que albergarían un Centro de Interpretación de la Memoria que sería pionero en España: «El primer campo de concentración que se podría visitar», incide Mejías. «Aquí murió mucha gente, ¿dónde están?», se pregunta.

Entretanto, como parte de su investigación, ha localizado a un superviviente, un hombre de 99 años que vive en Valencia. «Llegamos tarde en cuestiones de memoria», lamenta Mejías.