Hoy en día, estamos acostumbrados a echar mano de internet para localizar el significado de alguna palabra. Esto nos puede ocurrir con el sustantivo femenino «memoria», y para acceder a ello, siguiendo el vicio de internauta pasarán páginas y más páginas hasta que quede detrás el concepto «Memoria RAM», su definición, sus aplicaciones y la posibilidad de adquisición de artilugios dentro de las nuevas tecnologías. Lo cual no es nuestro objetivo, ya que lo que pretendemos es allegarnos al sinónimo de aquel sustantivo bajo el punto de vista de la capacidad de poder recordar a personas, imágenes o hechos pasados.

Pero, no a todos se nos puede aplicar aquello que se le achaca a los proboscidios o paquidermos, según llamemos a los elefantes, a los que se les atribuye el que son capaces de no olvidar nada. Al parecer esto no ocurre con los humanos; unos tendrán más o menos retentiva, y otros la irán perdiendo conforme avance la senectud o el alzheimer. Por eso es importante facilitarnos algunos hitos que nos ayuden a rememorar hechos, lugares o personas.

Me viene, nunca mejor dicho, a la memoria cuando en esos paseos por la Villa y Corte, al adentrarte en el Barrio de las Letras recuerdas a los autores que vivieron por allí y que nos deleitaron con sus obras, o al pasear por la calle de Atocha y llegar a la iglesia de San Sebastián, leer las lápidas existentes en su atrio en las que están escritos los nombre de los que destacaron en el Arte, la Arquitectura o en la Literatura, que en esa parroquia fueron bautizados o contrajeron nupcias. Así como, al introducirnos en el templo y mirar el altar de Nuestra Señora de la Novena, rememorar a aquellos cómicos de la legua que pertenecieron a su Cofradía.

Pero, Madrid ha sabido dejar memoria de otros muchos en distintos lugares. Así, sin ir más lejos, dejando atrás la Gran Vía, y después de cruzar la calle Leganitos donde en los años sesenta se encontraba el Bar Verde, en el que se reunían los universitarios que estudiaban en la capital de España y que celebraban en la Cuaresma el Pregón de la Semana Santa; al llegar a la Plaza de España, frente al número 3, en la acera existe una pequeña placa de bronce redactada como si fuera un telegrama, que reza así: «Aquí vivió Manuel Salvadores Verdasco. Nacido 1920. Exiliado Francia. Internado Estrasburgo. Deportado 1940 Mauthausen-Gusen. Asesinado 9.2.1942. Castillo Hartheim». Es uno de los ocho adoquines que en Madrid recuerdan a los republicanos españoles deportados a los campos de concentración nazis, y éste tenía 22 años.

Sin embargo, en otros casos la memoria o recuerdo queda en la fachada de un edificio. Esto ocurre en el número 8 de dicha Plaza que hace esquina con la calle del Río, que fue sede social de la Real Compañía Asturiana de Minas. Edificio éste proyectado por Manuel Martínez Ángel, construido entre 1891 y 1899, y diseñado dentro de una línea ecléctica al estilo de los palacetes franceses, que tuvo sus plantas superiores destinadas a oficinas y viviendas. Después sería ocupado por la Consejería de Educación y Cultura de la Comunidad de Madrid y, en la actualidad, al parecer está deshabitado.

Regresando a su fachada, existe una placa en este edificio que es lindero con la Sede de Senado Español y que nos adentran en la zona del Palacio Real; en la que se tiene memoria de un personaje que fue ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en la «dictablanda» de Dámaso Berenguer, desde febrero de 1930 hasta el mismo mes del año siguiente. Diputado a Cortes por Albaida donde nació en 1869, senador del Reino y procurador en Cortes. Pero, para nosotros las facetas que más nos interesa de dicho personaje son la de historiador, arqueólogo y publicista. Y, sobre él en dicha placa se indica: «En esta casa vivió entre 1899 y 1957, Elías Tormo. Historiador del Arte». En muchas ocasiones hemos consultado su obra «Levante (Provincias valencianas y murcianas», publicada en 1923 y de la que poseo dos ejemplares en mi biblioteca. En ella, las páginas 297-306 están dedicadas a nuestra ciudad describiéndola en su ruta 40 y a través de dos itinerarios e incluyendo un plano en el que ubican los principales monumentos. Da cuenta, entre otras cosas, de los hoteles y sus precios, de los coches y tartanas a 0,50 por asiento a distintas poblaciones, de los Baños de San Antón y del Teatro Circo Esquer. Apunta unos breves datos históricos y siguiendo un recorrido desde la Estación hasta Capuchinos nos va introduciendo en los edificios más singulares de Orihuela. Al igual que en un segundo itinerario nos lleva desde el centro de la ciudad hasta Santo Domingo. Pero, la cuestión es hacer memoria, y en el primero de esos itinerarios al detenerse en la Casa Consistorial de la Plaza Nueva, nos dice que en ella se encontraba el «curioso trono de talla policromada (para una cruz), llamado la Diablera (sic), con demonio, muerte y ángeles, obra de Nic. Busi». Lo que nos recuerda que «La Diablesa» ya entonces estaba depositada en un edificio de propiedad municipal.