Alicante Premios Goya

Estas son localizaciones de Orihuela donde se ha grabado "El Agua", nominada a los Goya 2023

El guion de "El agua" parte de las localizaciones, en una película rodada en el corazón de la Vega Baja que mezcla documental y ficción para narrar la historia de una tierra marcada por las crecidas del río, sus leyendas y costumbres

Loreto Mármol

Loreto Mármol

El agua como fuente de vida y destrucción está en el ADN de la Vega Baja. Fluidez y borrasca. Hay un respeto hacia el río fundado en el temor a que arrase con todo, un miedo innato que también es una deuda con él por ser la principal fuente económica. Una compleja relación con un recurso esencial que al mismo tiempo atemoriza a toda la comarca. El agua entrando en tromba, y entonces la tierra ya es del Segura.

La película "El agua", con dos nominaciones en los Premios Goya 2023, enumera, como una letanía, hasta 17 grandes riadas, todas con nombres de santos, desde la de San Lucas en 1545 hasta la de Monserrate en 1987. "Las riadas lo llenan todo de mierda", dice una de las protagonistas: "Todo lleno de agua. Todo lleno de mierda. El agua llena de mierda".

La amenaza de una nueva gota fría que llena todo el aire de ese olor a azufre, y una necesidad de explicar la catástrofe. Así, hay leyendas que inundan las poblaciones. Cuentos orales que se transmiten de generación en generación para aferrarse a algo cuando el miedo se mete en el cuerpo.

El agua es una mujer encarnada en Ana, que interpreta la oriolana Laura Pamies. Una luna fantasmagórica, misteriosa y seductora, a la vez que un torbellino. El río es un hombre que cuando se enamora hay dos opciones: "O irse con él para que no haya desastres y se calme o plantarle cara y que sea lo que Dios quiera", se cuenta en el primer largometraje -producido por SuicaFilms- de la también oriolana Elena López Riera.

Un film que crece y se desborda con historias que atraviesan, narran y hacen suya la tierra en un retrato costumbrista de la Vega Baja. Las alcachofas, la mistela, el carajillo, el karaoke, el lenguaje -acho, mañacos, reina mora- y las supersticiones. El mal de ojo que se quita con agua, aceite y sal.

A la orilla de un río de agua mansa después de una noche de botellón. Otra vez: "El río está maldito, por eso está lleno de mierda", con trasfondo que se cuenta en femenino a través de la historia principal. La de Ana, su madre (Bárbara Lennie) y su abuela (Nieve de Medina), que viven en Orihuela en una casa encima del bar que regentan. Mujeres que se niegan, resisten y desafían lo que está escrito, para no repetir los errores.

"Lo más específico de este proyecto es que Elena, que es de allí, tenía claro los lugares desde los que quería contar las escenas y los elementos que tenía que haber", explica la valenciana Patricia Picazo, jefa de producción y localizaciones. Parte del guion está escrito desde las localizaciones. Así que a Picazo le fue fácil entender la historia y los ambientes.

"Queríamos rodar en Orihuela, con sus paisajes, no irnos a 50 kilómetros", prosigue. Así empezó el rastreo para hallar ese look y aspecto que la película requería. Miguel Ángel Rebollo, director de arte, tenía un dossier de referencia en el que ya estaba marcada incluso la paleta de colores. Tonos tierra que invaden hasta el agua del río. "Sin colores vivos", añade Picazo, "no es un agua cristalina; es un agua poderosa, turbia".

Porque no se buscaba una ficción redonda y limpia. "La magia de esta película es esa mezcla entre documental y ficción", describe Picazo. Un realismo mágico impregna la atmósfera hasta el punto de que no desentonan las imágenes documentales de la DANA de septiembre de 2019 que asoló la comarca.

La Iglesia de las Santas Justa y Rufina, en Orihuela.

La Iglesia de las Santas Justa y Rufina, en Orihuela. / TONY SEVILLA

Los protagonistas recorren los callejones de la ciudad hasta entrar en la Iglesia de las Santas Justa y Rufina, donde se está celebrando la santa vigilia del agua. Plegarias y cánticos: "Y en la era he dejado mi barca...". Santa Rita con una espina en la frente.

Picazo, pateando río arriba y río abajo, fue dando pinceladas. El tren pasando por el puente del soto de Molins, detrás de la Policía Local. La carretera de Hurchillo... "Las localizaciones se atrezaron", continúa. Es decir, "se puede crear un decorado desde cero, pero en este caso no lo inventamos. Partimos de los lugares, y solamente introdujimos algunos elementos de atrezo", manifiesta.  

El tren pasando por el puente del soto de Molins, en Orihuela.

El tren pasando por el puente del soto de Molins, en Orihuela. / TONY SEVILLA

Hay localizaciones que son clave para el desarrollo de la historia. Había que encontrar un bar de película. Al final, fue una mezcla de dos. La puerta delantera y las escenas en el interior son en el bar Sarabia (Casa Fina), en el barrio San Carlos, que estaba y está cerrado.

Pero "lo más bonito" -dice Picazo- fue conocer a los dueños del bar La Cabra, en La Aparecida. Florentina y Antonio regentan el negocio, que pasa de padres a hijos, desde hace más de 30 años. "Empezó con mi suegro, que tenía cabras", recuerda ella.

La puerta delantera y las escenas en el interior son en el bar Sarabia (Casa Fina), en el barrio San Carlos de Orihuela.

La puerta delantera y las escenas en el interior son en el bar Sarabia (Casa Fina), en el barrio San Carlos de Orihuela. / TONY SEVILLA

Un día Picazo le pidió que le enseñara la parte de atrás de su local. Resultó ser el decorado perfecto, al igual que su casa -a pesar de que estaba sin recoger-. La habitación y el baño donde aparecen las protagonistas son los de Florentina y Antonio.

"¿Y si os vais unos meses fuera?", planteó Picazo. Para Florentina fue "una experiencia emocionante" que al principio no se podría creer: "Un barecico de pueblo, en un rincón perdido... ¿y alguien va a venir a rodar una peli? Tengo un jardín guay pero tanto como para rodar una peli", aclara. "¿Te imaginas a Ángela Molina -al principio iba a ser ella la abuela- en tu bañera?", le preguntó Picazo. Hasta que no firmaron el contrato de alquiler no lo asimiló.

Fue entonces cuando el cine inundó su casa y les cambió su cotidianidad. Formaron una gran familia. Hasta el punto de que fue refugio también en esos días en los que el agua interrumpía el rodaje de "El agua". "Estábamos rodando donde casi nunca llueve, pero nos llovió mucho, no paraba de llover", rememora Picazo, que tuvo que buscar los lugares exactos. Y, cómo no, entrar en el agua. Fue el único momento en el que salieron de la Vega Baja. Por cuestiones de acceso y seguridad y por tener la profundidad necesaria para bañarse eligieron el parque fluvial de Abarán.

La habitación y el baño donde aparecen las protagonistas son los de Florentina y Antonio.

La habitación y el baño donde aparecen las protagonistas son los de Florentina y Antonio. / TONY SEVILLA

Cerca del bar La Cabra se encuentran los invernaderos y los cítricos, que "dieron un plus, con los plásticos y la casa del palomar", explica. Enfrente, los terrenos con una nave en ruinas -de la antigua fábrica de tubos Forte- que sirvió para las escenas de las fiestas.

Para la suelta de palomos se unieron a una de las competiciones que se hacen en Jacarilla, donde también se grabaron otras escenas. "Fue una parte muy documental, porque no sabíamos seguro hacia dónde iban a volar", agrega Picazo, que insiste en que "hay mucho de realidad". Muchas escenas sin forzar, improvisadas, algo que "no es habitual en el cine, porque el tiempo es dinero", prosigue.

Para crear un entorno oscuro y una atmósfera de misterio en el Palmeral de Orihuela, por la noche, buscaron una iluminación diferente, menos cinematográfica. "Casi no empleamos focos; usamos la luz de las farolas, e incluso pedimos que se apagaran algunas", detalla. Hasta el punto de que en algunos momentos el punto más fuerte de luz era el de los móviles de las jóvenes. Al igual que la escena de la fiesta, que está iluminada únicamente con los faros de los coches.

La selección de los actores no solo se hizo en castings, sino también a pie de calle. A Luna se la encontraron en un botellón en las fiestas de la pedanía oriolana de San Bartolomé. "Elena las ha formado como actrices", afirma Picazo. A partir de ahí se generó una amistad y una complicidad que traspasan la pantalla: "Eso es de verdad. Hay momentos de química robados".

En un pueblo a ratos asfixiante. Jóvenes atrapados sin expectativas de futuro, como palomos enjaulados. La vida de unas adolescentes que están porque han nacido ahí, en una normalidad que no se suele cuestionar. Durante un verano aburrido en el que el mejor plan es una piscina con vistas a un centro comercial -Ociopía-. Las piscinas municipales que son el Palacio del Agua.

Las piscinas municipales que son el Palacio del Agua

Las piscinas municipales que son el Palacio del Agua / TONY SEVILLA

Y un runrún, como el de las aguas subterráneas: "Yo me piro, el que se quede aquí está condenado". El miedo a ver todos los días la misma carretera: "Aquí todo el mundo se ahoga", y esa otra fábula de la rana que cruza un río a lomos de un escorpión que no puede escapar de su destino. "Todo lleno de agua. Todo lleno de mierda. El agua llena de mierda". Como una letanía.

Un lugar del que huir y al que siempre poder volver. No en vano, hay al final una larga lista de agradecimientos. Entre otros, los de Elena "a las mujeres de Orihuela, y muy especialmente a mi pueblo, Orihuela".

[object Object]

El primer largometraje de Elena López Riera tuvo su estreno en el Festival de Cannes y su preestreno en el Teatro Circo de Orihuela como antesala a la proyección en los cines españoles -o en la plataforma Filmin-. Entre otros festivales internacionales, ha pasado por San Sebastián, la Seminci y la Mostra de València, además de ser galardonada en el Festival de Cine Español de Touluse (Cinespaña). Ha logrado dos premios Berlanga del audiovisual valenciano -de los seis a los que optaba- para sus intérpretes: actriz protagonista para la oriolana Luna Pamies y actor de reparto para Pascual Valero. En suma, es uno de los grandes debuts que promete como revelación en los Goya.