Que dificultad tengo para escribir un artículo sobre el día después del coronavirus y sus efectos psíquicos, cuando la perplejidad del momento de la pandemia y el virus aún resuena en nuestros cuerpos.

Perplejidad que cada uno lo podría describir desde la experiencia más particular de cómo es vivida, y que por otro lado pertenece a lo más humano. Efectivamente, la pandemia nos recordó finalmente lo humano que podíamos ser, nuestra fragilidad, el miedo que hace eco en el cuerpo.

La ciencia, garante hasta ahora de un cierto orden biopolítico de nuestro cuerpo, ya no era capaz de explicar la pandemia. La explicará sin duda, con las vacunas y en el día después, pero ahora la perplejidad le pertenece a lo humano.

La pandemia nos recordó, por otra parte, el lugar que ocupa para cada uno el otro: el otro vecino que casi no le poníamos cara y ahora forma parte del paisaje de las 8 de la tarde, el otro pareja con sus claro y oscuros, hijos y el otro social, público y sanitario. Nos recordó el lazo, aquello que nos hace humanos en él, hicimos memoria de la palabra implicada como tales.

Pero como una moneda de dos caras, la pandemia también me recordó el «homo oeconomicus» de Wendy Brown, en su libro «Un pueblo sin atributos», mientras leía los desafortunados comentarios del vicegobernador de Texas sobre «sacrificarse» por la economía de su país: «estoy dispuesto a arriesgarme si ese es el intercambio para sostener nuestro país».

En la línea de Trump, el vicegobernador ofrecía su propia muerte con tal de sostener la maquinaria económica de su país, rematando: «la cura no puede ser peor que la enfermedad». Invitando a su propia generación de 70 años, a modo Tío Sam a participar de este reclutamiento para la guerra: «I want you».

Argumentario el de la guerra y lo económico que no solo le pertenece al país americano, sino que también se instaló en Europa con las declaraciones de Macron: «Estamos en guerra» y las tesituras con las que se plantean algunos gobernantes sobre la elección de la economía o las vidas humanas a modo de «la bolsa o la vida».

Sigo sin saber cómo puede ser el día después del coronavirus: cuales serán los efectos del confinamiento, qué tipo de dificultades puede conllevar este tiempo de distancias pero no de aislamiento, cuales pueden llegar a ser los síntomas que la pandemia puede construir.

Sin embargo, creo que ellos serán la punta del iceberg de una decisión, una elección y una oportunidad más profunda y singular de cada sujeto, de cada humano del inicio del artículo. Una oportunidad de reflexión entre el «I Want you» del Tío Sam y el de los balcones. Balcones que nos protegen de ciertos abismos.