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Redes sociales en tiempos bélicos

Telegram, de burlar la censura de Putin a permitir la propaganda de guerra de Rusia

Fundada por el emprendedor Pável Dúrov, la aplicación de mensajería ha pasado de oponerse a la presión del Kremlin a ser criticada por permitir la desinformación sobre la guerra

Pavel Durov, fundador de Telegram.

Desde que el pasado 24 de marzo Rusia decidiese lanzar su invasión militar sobre la vecina UcraniaTelegram se ha visto arrastrada por el conflicto bélico. Ciudadanos de ambos países están usando en masa esta aplicación de mensajería instantánea para informarse de la guerra e intentar sortear la censura, pero, a pesar de su creciente popularidad, la plataforma también levanta sospechas por permitir la desinformación propagandística en los dos lados del frente y por ser menos segura de lo que parece.

En gran parte del mundo, WhatsApp es la plataforma más utilizada para comunicarse. No es el caso de Rusia y Ucrania, donde Telegram despunta desde hace años en las grandes ciudades. La guerra ha acentuado ese uso. Muchos ucranianos acuden en masa a esta app como vía de información constante, pudiendo seguir los canales por donde se comunican desde su presidente, Volódimir Zelenski, hasta periodistas sobre el terreno. Pero también es muy popular en Rusia, donde un 63% de los rusos la utilizan como fuente alternativa a los medios controlados o vinculados con el Kremlin.

Ni tan libre ni tan segura

Telegram no es inmune a los problemas. Con 500 millones de usuarios activos al mes y apenas 30 empleados, la plataforma se vende como un espacio donde comunicarse sin censuras ni intromisión de los gobiernos: ha rechazado en múltiples ocasiones ceder datos de sus usuarios a Moscú y ha seguido funcionando a pesar de que el Kremlin trató de prohibirla. Aún así, esa libertad comunicativa y la limitada moderación de los contenidos han abierto la puerta a la propaganda y la desinformación. La proliferación de bulos sobre el covid-19 ya puso en relieve una problemática que se está repitiendo con la guerra.

Telegram también asegura que es una app segura que garantiza la privacidad, algo esencial en plena escalada bélica. Pero hay ciertas dudas sobre ese punto, pues recoge ciertos datos personales que “podrían revelar” la identidad del usuario, según alertó en 2017 un informe del Centro Criptológico Nacional. Además, sólo se encriptan los “chats secretos”, mientras que otras conversaciones quedan almacenadas en la nube. “Hay un riesgo significativo de amenaza interna o de ‘hackeo’ que podría exponer todos esos chats al gobierno ruso”, ha alertado Eva Galperin, de la Electronic Frontier Foundation. Los grupos pueden albergar a hasta 200.000 usuarios.

Una de las personalidades que más ha criticado estos fallos es Moxie Marlinspike, fundador de Signal, considerada la aplicación de mensajería más segura del mundo por un cifrado de las comunicaciones que hace que sean imposibles de interceptar y por su mínima recolección de datos personales. Las dudas sobre Telegram están llevando a cada vez más ucranianos a pasarse a Signal.

Un fundador perseguido por Putin

Telegram no tiene ningún vínculo con Moscú, aunque sí un turbulento pasado. La aplicación fue fundada en 2013 por los hermanos Nikolai y Pável Dúrov, originarios de San Petersburgo. El segundo es toda una personalidad en Rusia. Con 22 años fundó Vkontakte (VK), una versión rusa de Facebook que rápidamente se convirtió en la red social más popular del país, pero también de Ucrania. Apodado por algunos medios como el Mark Zuckerberg ruso por su prolífica carrera, la fortuna de Dúrov asciende hasta los 14.000 millones de euros, lo que le sitúan entre las diez personas más ricas de Rusia y en el número 112 en el ranking mundial, según Forbes.

Sin embargo, ese éxito se vio truncado por su rechazo a bailar al son de Vladímir Putin. De perfil occidental, Dúrov había creado con VK una plataforma social con tal poder para la libertad de expresión que podía suponer una amenaza para los intereses de Moscú. Así, el Kremlin presionó durante años a la app exigiéndole eliminar las publicaciones de grupos opositores o dar datos personales de sus usuarios al gobierno.

En 2014, el FSB –la agencia de seguridad rusa heredera del KGB— le pidió a Dúrov ayudar a identificar a quienes se estaban manifestando en Ucrania contra el presidente prorruso Víktor Yanukóvich, que terminaría siendo depuesto como consecuencia de la revuelta del Maidán. La negativa del empresario le costó el cargo. “Me negué a cumplir estas exigencias. Perdí mi empresa y mi casa, pero volvería a hacerlo sin dudarlo”, explicó a mediados de marzo en una publicación en su canal de Telegram. VK pasó a estar controlada por empresarios cercanos al gobierno ruso.

Consciente de que era una persona incómoda, un año antes Dúrov creó Telegram y registró legalmente su nueva empresa en las Islas Vírgenes Británicas, lejos de los tentáculos del Kremlin. Tras su expulsión de VK, con tan sólo 30 años, el tecnólogo escapó de Rusia y adquirió la ciudadanía de la isla caribeña de San Cristóbal y Nieves, lo que le ha permitido viajar por todo el mundo e ir cambiando su residencia. Actualmente reside en Dubái.

Dúrov es un ciberlibertario que cree en la tecnología como herramienta de liberación. Es por ello que lleva casi una década financiando el funcionamiento de Telegram de su bolsillo. Aún así, sabe que su creación también puede ser instrumentalizada para fines mucho menos éticos. Es lo que está pasando en Ucrania. “Los canales se están convirtiendo cada vez más en una fuente de información no verificada”, ha advertido. “Pido a los usuarios rusos y ucranianos que desconfíen de cualquier dato que se difunda en Telegram en estos momentos”.

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